El principio del fin de la era Netanyahu

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Cuando, en la tarde del martes, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, saludó a sus seguidores en la sede electoral del Likud, tanto su semblante como sus palabras dejaron claro a todo el mundo el resultado de la votación. Aunque no cantó victoria ni se reconoció derrotado, su lenguaje corporal clamaba que sabía que no había vencido. Lo de que trabajaría para la conformación de un Gobierno “sionista”, en vez de por la coalición de derechas que se comprometió a fraguar en abril, cuando pensaba que había triunfado, fue harto significativo, No habrá una coalición comandada por el Likud e integrada por sus aliados naturales de la derecha y por los partidos religiosos. Y eso significa que está a punto de iniciarse el capítulo final de la era Netanyahu.

Ahora bien, pese a la atmósfera festiva en los medios israelíes, copados por sus enemigos, el primer ministro no está acabado. Si consigue mantener unido el partido en torno a sí –tarea no menor, dadas las ambiciones predatorias de quienes pretenden sucederle–, está por verse cuál será el resultado de las negociaciones para la conformación de un nuevo Gobierno; pero la idea de otro Ejecutivo comandado por Netanyahu está lejos de ser el más probable. Si los partidos árabes antisionistas de la Liga Conjunta rompen los moldes de lo usual y recomiendan al presidente Rivlin que dé al líder del partido Azul y Blanco, Benny Gantz, la oportunidad de fraguar una coalición, podría ponerse en marcha una dinámica que llevara a la entronización de un nuevo primer ministro.

Las urnas no han dado una clara victoria a Gantz. El número de escaños cosechados por el partido Azul y Blanco y sus más pequeños socios de la izquierda es de hecho inferior al del bloque derechista-religioso que ha prometido su apoyo a Netanyahu. Y cuando se tiene en cuenta que el partido Israel Beitenu de Avigdor Lieberman es, aunque Netanyahu lo moteje de izquierdista, derechista en asuntos de seguridad y economía, cabe afirmar que la derecha sigue contando con el apoyo de la mayoría de los israelíes.


Asimismo, está claro que a la mayoría de los israelíes no le quita el sueño la era post-Netanyahu. En estas elecciones, las viejas categorías de izquierda y derecha no han determinado el resultado. El consenso en lo relacionado con el conflicto con los palestinos, así como en la manera de afrontar la amenaza de Irán y Hezbolá, consenso fraguado por Netanyahu, es tan fuerte que de hecho socavó las chances del premier de seguir en el cargo. En esta ocasión, los israelíes se centraron más en el conflicto entre los valores laicos y los religiosos, así como en si había llegado la hora de hacer un cambio en la sala de mandos. En un sentido muy real, Netanyahu ha sido víctima de su propio éxito.

Bajo cualquier parámetro objetivo, estos diez últimos años de Netanyahu en el poder han sido un remarcable éxito para Israel.

La pericia de Netanyahu en el área económica ha hecho posible un período de tremendo crecimiento y prosperidad. La primacía militar de Israel en la región está fuera de duda. Igualmente importante, Netanyahu ha roto el aislamiento diplomático de Israel de una forma inconcebible hace sólo una generación. Ha armado una coalición internacional contra Irán en la que figuran como aliados países árabes antaño hostiles a Israel como Arabia Saudí, y hecho grandes avances diplomáticos entre países del Golfo y de África con un historial igualmente hostil. Las relaciones que ha forjado con los presidentes Trump y Putin y con el primer ministro indio, Narendra Modi, han creado un momentum singular y puede asegurarse que en la arena internacional quienes están ahora aislados son los enemigos de Israel, no el Estado judío.

La habilidad de Netanyahu para preservar la seguridad israelí sin enfangarse en guerras de desastrosas consecuencias imprevistas sería impagable para manejar el país en los próximos años, en los que las tensiones con Teherán y Gaza seguirán representando desafíos peligrosos.

Su problema ha sido que no le ha sido posible castigar a su principal oponente pintándolo como una criatura de la izquierda desacreditada por el sangriento fracaso de Oslo. La experiencia militar nunca ha sido una ventaja política decisiva en un país en el que la mayoría de los votantes ha servido en el Ejército. Pero la idea de que todo un plantel de exjefes de Estado Mayor podía ser descalificado como una banda de izquierdistas ilusos no fue una buena estrategia electoral. Sobre todo porque Gantz y su partido Azul y Blanco se pasaron buena parte de estas dos campañas de 2019 tratando de presentarse como aún más duros que Netanyahu en asuntos de seguridad, así como dispuestos a afirmar la soberanía israelí sobre el Valle del Jordán y sobre los bloques de asentamientos de la Margen Occidental. En vez de representar un desafío al consenso sobre el proceso de paz forjado por Netanyahu, el Azul y Blanco es una expresión del mismo.

La negativa de Lieberman a sumarse a un Gobierno en el que estén presentes los partidos ultraortodoxos, así como su demanda de un Gobierno de unidad entre Likud y el partido Azul y Blanco –que le ha llevado a doblar su número de escaños–, demuestra también que algunos electores que se consideran derechistas en materia de seguridad se mostraron más interesados en oponerse a los haredíes y en poner fin al reinado de Netanyahu.

En vista de este revés, y con su comparecencia ante los tribunales por cargos de corrupción prevista para el mes que viene, es probable que a Netanyahu le resulte muy difícil mantener el control sobre el Likud –y para qué hablar sobre el bloque derechista-religioso–. Si Lieberman se mantiene firme en su demanda de unidad, y si Azul y Blanco se sigue negando a unir fuerzas con un Likud liderado por Netanyahu, resulta difícil concebir la supervivencia política del primer ministro.

Aunque sus excepcionales dotes políticas le permitan imponerse a sus potenciales sucesores en el Likud e impedirle a Gantz la formación de una mayoría en la Knéset, la idea de que Netanyahu pueda de alguna forma convertir esta derrota en un triunfo y permanecer en el cargo parece más una especulación ilusoria que un escenario realista.

En definitiva: el momentum Netanyahu aún no ha concluido, pero lo más seguro es que su último capítulo ya haya empezado.

© Versión original (en inglés): JNS

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