El viernes 14 de marzo se celebra Purim. Una festividad bien interesante, por las particularidades de lo ocurrido y por las similitudes que se pueden encontrar en los días que vivimos.
El rey Asuero, en la Persia imperial, tenía como primer ministro al malvado Amán. Pero también, por circunstancias para nada relacionadas en apariencia, tenía a Ester como reina, y a su tío Mardoqueo como alto funcionario del palacio. Amán era descendiente de Amalek, un pueblo enemigo de Israel desde la mismísima salida de Egipto. Ester y Mardoqueo eran judíos exiliados en esta la primera diáspora de su pueblo. Amán se empeñó en matar a todos los judíos y logró que se aprobara un decreto real para el efecto, que él mismo selló. Las cosas dieron una vuelta insospechada, y Amán terminó colgado en el mismo árbol que había designado para ejecutar a Mardoqueo. Los judíos se salvaron, Ester siguió siendo la reina, y Mardoqueo ascendió a segundo del rey.
Los judíos celebran desde entonces Purim todos los años el 14 del mes de Adar, y el 15 en aquellas ciudades que alguna vez estuvieron amuralladas en tiempos de Josué. Es una fiesta de disfraces, de una comida pascual donde abundan el vino y la buena cocina, se resalta la importancia de la amistad, y se ayuda a los pobres justo en ese día. Lo precede un ayuno el 13 de Adar, porque hubo que recurrir a la contrición y la oración para encontrar la gracia divina.
Purim sigue el patrón clásico de la historia judía y de sus celebraciones: judíos amenazados a punto de morir, oración y ayuno, salvación y celebración en grande. Todo precedido y acompañado de sufrimiento y angustia previa. Es llamativo que ni el nombre de Dios, ni su participación, aparecen en forma alguna en el libro de Ester, conocido como Meguilá de Ester, que narra lo acontecido con lujo de detalles. Todo lo que ocurrió se presenta como una cadena de eventos sin aparente relación entre sí, como una suma de casualidades que arrojan el resultado final de la salvación de los judíos.
Los creyentes siempre vemos la mano y la intervención de Dios en todo. Es parte de la fe judía considerar que Dios está al tanto de lo que ocurre a las personas y naciones, no siempre de manera evidente para todos. Los menos creyentes, y por supuesto los no creyentes, no ven la intervención divina siquiera en los hechos más claros. La historia de Purim, repasada luego de ocurridos los hechos y vistas las consecuencias, atestiguan la intervención directa de la Providencia.
En nuestros días, la existencia misma del Estado judío, Israel, es un milagro. Habrá quienes atribuyan la misma a la labor diplomática de quienes lograron el dictamen de la ONU en 1947, a las habilidades militares de un país que nunca tuvo experiencia en guerras pero desarrolló una enorme capacidad de defensa, a las amistades de ciertos momentos. Justo al escribir esta nota, Adam Boehler, enviado de Donald Trump para el tema de los rehenes en Gaza, ante la aprehensión del ministro Ron Dermer por su iniciativa de negociar directamente con Hamás, reconoció la frustración de este último al respecto: “Yo no vivo en un país rodeado de pueblos y gentes que quieren que ese país no exista. Por lo tanto, entiendo que se sienta frustrado o preocupado por mi iniciativa, pienso que es completamente normal”.
Lo normal es lo anormal que resulta la historia y la actualidad del pueblo judío. El susodicho Adam Boehler es un judío americano, amigo de juventud del yerno del presidente Trump, Jared Kushner. Aunque uno se sienta tan incómodo como Dermer y muchos más, tener en la Casa Blanca a un presidente con un yerno judío y sus amigos resulta una circunstancia cuando menos interesante. Toda la presencia de Trump en estos momentos, su presión sobre la situación que se vive en cuanto a los rehenes, constituyen eventos que llaman la atención.
En nuestros días, a pesar de los éxitos alcanzados por Israel y de la relativa seguridad de la que gozan algunas comunidades judías en el mundo, se sigue a merced de la buena o mala voluntad de quienes detentan el poderío terrenal
El drama de los secuestrados en Gaza no tiene precedentes, como no lo tiene el sufrimiento de todo un país y sus familiares sometidos a una presión sicológica brutal, llevada a cabo en tiempo real gracias a los medios de comunicación de nuestros modernos y salvajes días. En medio de tanto drama que no concluye hemos visto eventos milagrosos: dos ataques masivos con cohetes y drones sobre Israel no dejaron víctimas, miles de cohetes lanzados hacia el territorio de Israel no causaron los estragos esperados por muchos, siete frentes activos en contra no acabaron con el país, las divisiones internas no fueron suficientes para minar a los israelíes, los buscapersonas explotando fueron una acción tecnológica brillante y sortaria. Para algunos, la Providencia es más que evidente. Para quienes no la quieren ver, los resultados demuestran que se manifestó alguna intervención en forma oculta. También con los resultados electorales ocurridos en el imperio de nuestros días, y que han cambiado por los momentos el curso de los acontecimientos.
En toda la larga historia del pueblo judío, la conexión con la Divinidad ha estado presente. A veces en forma abierta y otras como en Purim, en forma oculta. Es una característica de la nación. En Purim los judíos estuvieron a merced de la voluntad de los gobernantes de turno. Cuando privaba la animadversión las cosas se ponían mal, cuando la voluntad del rey estaba a favor las cosas estaban bien. En nuestros días, a pesar de los éxitos alcanzados por Israel y de la relativa seguridad de la que gozan algunas comunidades judías en el mundo, se sigue a merced de la buena o mala voluntad de quienes detentan el poderío terrenal. La salvación de Purim, como las coyunturas favorables que puedan vivir los judíos dondequiera que se encuentren, todavía constituyen salvaciones coyunturales. La verdadera salvación, el estadio ideal de seguridad y prosperidad, está a la espera de tiempos mesiánicos, aquellos en que el pueblo judío logre entender su rol y asumirlo.
Mientras tanto, ¡Purim Saméaj! en el Purim de nuestros días.
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