Yo pertenezco a esa generación.
Atrapada entre padres rigurosos e hijos rigurosos también.
Vaya paradoja.
Cuando éramos: los “chicos”: mandaban los “grandes” y cuando fuimos grandes: resulta que fue tiempo de que mandaran “los chicos”.
Y a nosotros: ¿Cuándo nos tocará “mandar”? ¿Aunque sea por un ratito?
Yo pertenezco a esa generación en que la palabra “NO“: tenía valor absoluto.
Provenía en general de la figura paterna. Insistir no doblegaba la letra ni el veredicto.
Y acatábamos, porque era lo único que podíamos hacer; apretando los dientes, soñando con ser libres de ese mandato familiar, de argumentos ni siquiera escuchados.
Y nos nació la picardía.
Aprendimos a mentir con bastante precisión. ¡Y qué mentiras inocentes eran las nuestras…! El costo del error en dicho ejercicio, podía cotizarse desde una cachetada, pasando por una penitencia hasta llegar a castigos más sofisticados.
Y aprendimos a saborear esa adrenalina y desafío.
Supimos guardar silencio mientras “los grandes” hablaban. Soportar aburrirnos sin remedio en esas reuniones, en las que éramos los únicos “chicos”, y no teníamos lo que hacer, excepto balancear nuestras piernas, demasiado cortas para esas sillas demasiado altas, donde nos obligaban a permanecer sentados.
Y de puro aburridos nomás, nos convertimos en “fabricantes de sueños”.
Nuestra imaginación volaba sin censura.
Desarrollamos talentos para educar la paciencia y el hastío: tales como contar las baldosas del piso, calcular cuánto rato éramos capaces de aguantar sin parpadear o adivinar de qué color sería el siguiente automóvil que se vería por esa ventana, de casa ajena y “grandes” de encuentro interminable.
Desarrollamos talentos para construir mentirillas de libreto ingenioso y crear ese zoológico de algodón, que la contemplación de las nubes nos inspiraba; de ser ladrones diestros aliviando la carga de clorofila temblorosa de hormiguitas hacendosas. Y no había “botones” para incentivarnos. El único botón que “tocábamos” era el del timbre de calle: para que nos abrieran la puerta.
Aprendimos entonces a no aburrirnos tanto.
…
Quisimos que nuestros hijos no transitaran ese “calvario”. Desde bien “chicos”.
Les permitimos participar en las conversaciones, interrumpirnos sin pedir la palabra, no someterlos ¡”a que se aburran”! comprarles juguetes sin tregua, adaptarnos a sus horarios, estar pendientes de sus demandas.
Conocer la palabra “NO“, sólo se reservó para excepciones: riesgo de salud, de vida o alguna otra situación ¡que rogábamos no los traumatizase! y nos esmeramos en repetirles que “Éramos sus amigos”.
…
Los “chicos” crecieron. Nos enteramos que ellos, no nos querían de “amigos”. ¡Querían “Padres”! Muchos se quejaron de que fuimos demasiado permisivos. Fueron rigurosos al momento de juzgarnos. Hasta llegaron a ser crueles al emitir su veredicto.
¡Hicimos todo eso para que no tuvieran que mentir! Pero igual lo hicieron.
A fuerza de que no se aburrieran, los agotamos a incentivos: juguetes a pila, con botones, sirenas, luces.
Les dimos respuestas demasiado complejas para preguntas simples.
Nos esmeramos en justificarnos.
Asociaron las nubes con la posibilidad de que fuese a llover. No les permitimos que chapotearan bajo la lluvia: ¡a ver si todavía se resfriaban!
Su imaginación creció asistida de perezas y muchas veces, sus talentos no tuvieron la comodidad necesaria para expandirse. ¡Es que con tanta cosa en la habitación!
Hicimos que dejara de estar de moda tener que “pedir permiso”. Los “chicos”, pasaron a informar a los “grandes”, simplemente.
Y así nos convertimos en “El queso del sandwich” – esa generación- que quiso redimir a “esos grandes” que los precedían vestidos de rigor y terminamos seguidos por “esos chicos” rigurosos, que hoy crían hijos: Bajo el sino del “NO“.
Me encantó el texto y me hizo acordar a esto que tal vez te interese http://www.youtube.com/watch?v=ZfoAsNVkjAM te recomiendo ese video
Aquí una frase de esa alocución "yo tengo 60 años y somos la generación perdida. Hemos sido esclavos de nuestros padres y ahora somos esclavos de nuestros hijos"