Tal como lo anunciaron diversas autoridades religiosas del mundo musulmán, ayer dio inicio la celebración del mes sagrado del Ramadán, uno de los llamados cinco pilares del islam. Se trata de un mes a lo largo del cual se llevan a cabo diariamente rezos en las mezquitas, lo mismo que un ayuno desde el amanecer hasta la puesta del sol. Al término de cada noche de este ayuno obligatorio para los fieles —a excepción de los niños, ancianos, enfermos y mujeres embarazadas— se procede al iftar, cena opípara en la que se reúnen las familias que, de manera festiva, rompen así con dicho ayuno, mismo que se repetirá al día siguiente con la misma dinámica.
En las condiciones propiciadas por la pandemia mundial que vivimos, es evidente que este mandato religioso no puede cumplirse como ha sido la tradición durante siglos. Hace un par de semanas los judíos del mundo vivieron un desafío semejante al no poder realizar en familia extensa la cenas de la pascua judía o Pésaj, ni tampoco congregarse a fin de realizar rezos y ceremonias colectivas. La aplicación de zoom apareció como un novedoso recurso de emergencia para paliar un poco la dificultad de compartir estos rituales, modalidad a la que no todos estuvieron dispuestos a recurrir por consideraciones derivadas de interpretaciones religiosas estrictas.
En el extensísimo mundo musulmán que abarca cerca de 1500 millones de personas y que se despliega desde el norte de África hasta el Medio Oriente, territorios asiáticos y europeos diversos, ha resultado un asunto complicado cómo proceder en este Ramadán, porque más allá de las consideraciones religiosas, es un hecho que el nivel de riesgo implicado en transgredir las normas del aislamiento es inmenso. Lo que está en juego es, sin duda, la probable propagación incontenible del virus con un catastrófico potencial de letalidad.
Múltiples autoridades políticas y religiosas en esas regiones han dado órdenes de no realizar rezos en las mezquitas ni tampoco congregarse para las cenas cotidianas, tal como lo recomiendan la OMS y los cuerpos de vigilancia epidemiológica que están a cargo del control de la pandemia. Sin embargo, la situación general promete ser complicada ya que en lugares como Malasia, Bangladesh y Pakistán se han registrado, aun en días previos al inicio del Ramadán, reuniones religiosas masivas que, a pesar de estar oficialmente prohibidas, son solapadas por diversos clérigos bajo la creencia de que nada va a pasar ya que la divinidad protegerá, pues se está cumpliendo con una obligación religiosa.
Otra gran preocupación es la que existe respecto a los millones de trabajadores temporales que permanecen en los ricos países petroleros del Golfo, quienes ahí constituyen la población más desprotegida ante la amenaza del virus. Riad, por ejemplo, reporta que entre el 70 y 80% de los casos positivos se han registrado entre esta fuerza de trabajo foránea. Esos trabajadores, ahora despedidos de sus empleos por la parálisis económica y el desplome de los precios del petróleo, se hallan en una situación verdaderamente precaria.
Los Emiratos Árabes presentan una realidad similar, con la consecuencia de que los trabajadores cesados han sido trasladados a refugios temporales que no son precisamente adecuados para evitar los contagios, pues cuentan con altos niveles de hacinamiento y sin las condiciones sanitarias requeridas.
En el caso de los Emiratos, hasta el momento 23 mil personas han sido repatriadas en 127 vuelos especiales a pesar de que, oficialmente, sus aeropuertos están cerrados. Esa misma solución se ha pretendido aplicar para los trabajadores provenientes de India, que en los Emiratos comprenden cerca de 3.2 millones de personas. Pero India se ha rehusado a cooperar, argumentando que repatriar y poner en cuarentena a millones de ciudadanos suyos de vuelta significaría una pesadilla logística que desembocaría en una tragedia de dimensiones incalculables.
Otros países de origen de esos trabajadores temporales, como Bangladesh por ejemplo, han aceptado el retorno de miles de sus ciudadanos debido al temor de que cuando la epidemia concluya, los contratantes de esa fuerza de trabajo se nieguen a recibirlos de nueva cuenta como represalia. Pakistán, con millones de sus ciudadanos laborando en las naciones del Golfo, se halla en una disyuntiva parecida. Así, pues, en las extensas y pobladas regiones de población musulmana mayoritaria, la catástrofe está muy lejos de concluir. Al igual que para el resto de las naciones del mundo, su futuro es incierto y se definirá por la interacción de una multiplicidad de factores que de ninguna manera podemos prever en estos momentos.