El Sermón, H. H. R. Moisés Cohen d”Azevedo y el Orden de la Oración, 5ta. parte

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Obsequio de Yerahmiel Barylka.

Comentario acerca del Sermón del rabino Moisés Cohen D’Azevedo


El Sermón es una joya del pensamiento rabínico y una obra maestra, en la que D’Azevedo combinó sus citas del Talmud y de las Escrituras, para entregar a su comunidad un documento en el que los valores judíos se traslucen en todas las páginas de su pensamiento.

Entre sus líneas podemos aprender que el rabino estaba versado en las Escrituras, que conocía muy bien los textos del Talmud, tanto el de Jerusalén como el de Babilonia, y que en sus alegatos, siguió con naturalidad las líneas marcadas por la ética que formó a los rabinos y eruditos sefardíes de la época. Sin embargo es inútil buscar una línea conducente que unan su pensamiento con el de otros rabinos.

El rabino Moisés Cohen D’Azevedo usa un razonamiento que deriva de los fundamentos ideológicos más excelsos de las Escrituras y de la tradición oral del judaísmo cuando reprueba el uso de la violencia entre los hermanos envueltos en luchas fratricidas, y de alguna manera, critica a quienes usan los templos y las plegarias para expresar palabras que no están unidas al pensamiento.

El rabino D’Azevedo deja traslucir que es una persona llena de fe. Que las Escrituras guían su pensamiento e iluminan su camino y que puede enfrentarse con los pedidos del gobernante de turno sin renunciar a su fe y a sus principios. Sus palabras, leídas en nuestro tiempo, mantienen su frescura, y siguen siendo actuales. Sus dilemas y preguntas pueden ser repetidos en conflictos que nos envuelven en tantos lugares del mundo, también hoy.

El rabino Moisés Cohen D’Azevedo convierte un típico servicio religioso de Rogativa Real en un documento histórico de primer orden que por un lado, defiende la posición judía respecto a las guerras en general, y por otra (y no menos importante) nos sirve para comprender la propia “guerra de supervivencia” dentro de una comunidad judía en medio de gentiles. Ello debido al enfrentamiento milenario entre dos posiciones antagónicas: separación y aislamiento o integración asimilacionista.

Así, nos invita a una predisposición crítica y reflexiva que nos permite ir entendiendo la lógica interna de sus elecciones discursivas, tanto de continente como de contenido. Después de tantos años de haber sido escrito el Sermón, la profundidad de sus argumentos nos sigue

obligando a buscar respuestas paradigmáticas a cada eje interior que lo recorre.

Por un lado, el propio origen del Sermón, que el rabino D’Azevedo explicita en las primeras línea de presentación:

Este fue el día del ayuno que se celebró

por orden de su majestad el rey Jorge, para…

delante del omnipotente Dios, …

implorando perdón por nuestros pecados,

la divina asistencia a los ejércitos de su majestad por mar y tierra,

y la restauración de la paz y la prosperidad en estos reinos.

Otras líneas, ya en la introducción de la propia obra, nos informan complementariamente sobre el porqué de esta prédica.

En virtud de la orden expresa de su majestad, nuestro invicto monarca, debemos reunirnos para humillarnos con abstinencia y quebranto

delante del omnipotente Creador,

para implorar su asistencia a los ejércitos de nuestro rey,

a fin de que logre feliz éxito y victoria

sobre las Colonias Americanas que le niegan la obediencia debida, y se han alzado en rebelión

contra su autoridad y la constitución de este reino

Es importante detallar que hay una frase de más, “implorando perdón por nuestros pecados”. El rabino podía haber soslayado esta usual frase en las prédicas de rogativas, pero lo cierto es que nos parece que la constituye en un eje transversal que él señala acertadamente. Hay una serie de pecados en la propia comunidad que no la hacen del todo inocente ante la situación colectiva. Razonamiento típico de los judíos desde la época del Talmud, cuando interpretan que lo que sucede en el entorno puede deberse a los errores en la conducta personal de la comunidad judía. Así como los judíos son garantes los unos de los otros a través de sus buenas acciones, así las mismas influyen en el resto de las personas. Un ejemplo de ello, parece ser la extraña referencia lateral del Sermón, al caso de la mujer concubina de un joven levita. No deja de ser curioso que en la descripción de este tema (que sigue casi al pie de la letra del libro de Jueces, 19 y 20), el rabino obvie delicadamente el versículo dos del primer capítulo señalado, “y su concubina cometió adulterio contra él”. No sabremos nunca si lo omitió por recato propio o por creerlo innecesario, al ser de dominio público entre los estudiosos, o aún por considerarlo como simple

consecuencia de la situación de concubinato, o quizás también para acentuar el otro aspecto, el cómo una terrible guerra civil bíblica se inicia por apenas una situación de adulterio en un matrimonio en el que la mujer es extranjera. Lo cierto es que los valores que desarrolla a lo largo de todo el Sermón, están totalmente basados en la búsqueda de la justicia, siguiendo el erudito conocimiento de las fuentes judías.

El pensamiento expresado por la tradición rabínica necesita a la ética pública, y su moral debe interactuar con el poder, pero su margen de maniobra es limitado. Las palabras del Sermón, siguen un modelo teórico prescriptivo, aunque en algunos momentos lo haga dentro de un marco descriptivo que a veces puede no existir plenamente en la realidad. Sin embargo, su utilidad consiste en servir de referencia y paradigma racional, o, si se prefiere, de espacio quimérico para la construcción del mensaje, que es político como no podría ser de otro modo.

El modelo usado por el Sermón es construido como un edificio armónico que integra posiciones parciales en una síntesis global, típica de la oratoria exegética, a partir de la razón situada en la propia historia.

Concretamente, se basa en las Escrituras y los comentarios exegéticos, centra al hombre en el mundo y lo convierte en el centro del mundo, liberándole y liberándonos de cualquier condicionamiento preestablecido fuera de dichas normativas. Profundiza en las dimensiones de la condición humana y al generalizarla, la extiende a toda la sociedad.

El rabino Moisés Cohen D’Azevedo desea enseñar el necesario sometimiento del poder a la Justicia y promover el establecimiento de una ética pública. Toma en consideración la libertad, la igualdad, la solidaridad y la seguridad integrándolas en una síntesis armoniosa y equilibrada.

Queda por ver la relación entre el rabino y la realidad en la que se encontraba, antes de plantearnos aquellos interrogantes que nos permitan establecer el contexto.

Las comunidades judías de los países de la dispersión, ¿debían ser fieles a las autoridades políticas, aún cuando estuvieran convencidas que sus decisiones y acciones no eran justas y en muchos casos hasta contrarias a la ética? ¿Cómo debían manejar la norma según la cual las leyes y decretos del lugar de residencia son equiparables a las normas del judaísmo y de cumplimiento obligatorio?[1]

¿Decisiones arbitrarias gentiles por encima de las normas milenarias judías? ¿Cómo se conduce la actitud de fidelidad a la nación en la que se reside cuando las autoridades parecen obrar enloquecidamente (y nunca mejor dicho que en el caso del rey Jorge III)? ¿Tiene el rabino suficiente autoridad para rebelarse a las decisiones de la directiva comunitaria cuando no está de acuerdo con ella? ¿Es el rabino el responsable por la seguridad física de su comunidad ante las amenazas y acometidas de los gobiernos?

Moisés D’Azevedo llevaba en su memoria, como otros rabinos sefardíes de su época, el sufrimiento de las comunidades expulsadas de sus países de residencia, perseguidas al grado de ser víctimas de agresiones y asesinatos, despojadas de sus bienes, cuyos integrantes fueron sometidos a juicio y ejecutados brutalmente en el intento de lograr que abandonaran su fe. Ocupaba el cargo de líder espiritual en una ciudad y nación que ya habían expulsado a los judíos[2], y donde los propios deseos de integración de los judíos en la sociedad inglesa convertían los matrimonios mixtos en una fuente de incalculable potencia destructiva para el judaísmo tradicional, tan del gusto de los sefardíes entre los cuales sin duda se encontraba el propio rabino D’Azevedo.

Continuará: “El tema central del Sermón”

*Lea la serie completa, oprima aquí .


[1] El Talmud estableció la norma dina demaljuta dina que implicaba un reconocimiento de facto a las autoridades soberanas de las naciones y de jure a sus decisiones legales que debían ser observadas obligatoriamente.

[2] Y nada menos que en el año 1290, por Eduardo I, la primera Gran Expulsión de la Edad Media. Por cierto que la última expulsión de Europa fue promulgada en el año 1569, por el papa Pío V (declarado santo en 1712) de los Estados Vaticanos (excepto dos grupúsculos hebreos en Ancona y la propia Roma).

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