El Sermón, H. H. R. Moisés Cohen d”Azevedo y el Orden de la Oración, 6ta. parte

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Obsequio de Yerahmiel Barylka.

El tema central del Sermón


El enfrentamiento de las tribus de Israel con la de Benjamín, no parece ser una elección casual para ser el tema principal del Sermón. Todo el suceso aparece en las Escrituras casi como una continuación del clima que se vivía cuando indicaron sugestivamente que “no había autoridad en Israel”.

El capítulo del encuadre se encuentra en el relato acerca de un hombre de la región montañosa de Efraín, “cuyo nombre era Mijá. Con el tiempo él dijo a su madre: “Las mil cien piezas de plata que te fueron quitadas y acerca de las cuales pronunciaste una maldición y también lo dijiste a mis oídos… ¡mira!, la plata está conmigo. Yo fui quien la tomó”. Ante esto, su madre dijo: “Bendito sea mi hijo del Eterno”. Él devolvió las mil cien piezas de plata a su madre; y su madre pasó a decir: “Tengo que santificar la plata al Eterno de mi mano por mi hijo, para hacer una imagen tallada y una estatua fundida; y ahora te la devolveré”. De modo que él devolvió la plata a su madre, y su madre tomó doscientas piezas de plata y se las dio al platero. Y él se puso a hacer una imagen tallada y una estatua fundida; y llegó a estar en la casa de Mijá. En cuanto al hombre Mijá, tenía una casa de dioses, y procedió a hacer un chaleco de lino sin mangas, bordado en oro, azul, púrpura y escarlata e ídolos domésticos, y a llenar de poder la mano de uno de sus hijos, para que le sirviera de sacerdote. En aquellos días no había rey en Israel. En cuanto a todos, lo que era recto a sus propios ojos cada uno acostumbraba hacer”.

No había orden ni autoridad y gobernaban modelos de paganismo locales. Por ello, el final es más que previsto.

Tal como lo dice el rabino en el texto de su Sermón, la actitud de Mijá no presenta oposición, y pese a su gravedad, nadie se levanta contra su acción. “En cuanto a ellos, tomaron lo que Mijá había hecho, y al sacerdote que había llegado a ser de él, y siguieron marchando hacia Laish, contra un pueblo tranquilo y sin recelo. Y procedieron a herirlos a filo de espada, y quemaron con fuego la ciudad”.

Regresemos por un instante al relato acerca de la concubina. Esta historia tiene evidentes paralelismos con el relato de lo sucedido en la ciudad de Sodoma, para cualquier lector del texto bíblico, cuando los varones, todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo, llamaron a Lot, y le dijeron: ¿Dónde están los varones que vinieron a ti esta noche?[1] Sácalos. El levita del libro de los Jueces cumple el papel de los ángeles del Génesis, pero, sin ser un ángel ni mucho menos, se lo cree. Es un hipócrita y un mentiroso. El hombre viejo le saluda con la bendición tradicional, ‘la Paz sea contigo’; y conocedor de su entorno, lo invita a ingresar a su casa, da de comer a sus asnos; y lo alimenta. E igual que en Sodoma, los hombres de aquella ciudad, cercan la casa, y golpean las puertas, diciendo al hombre viejo que saque fuera al hombre que ha entrado en su casa…”Y levantándose de mañana el levita” –como Abraham lo hiciera para cumplir, con premura, con el mandato divino-, abrió las puertas de la casa, y salió para ir a su camino, olvidándose de su concubina, a la que encuentra tendida delante de la puerta de la casa, para pedirle que se levante para poder partir. Al llegar a su casa, tomó un cuchillo, – que nos hace recordar el que tomara Abraham para ofrendar a su hijo- y despedazó a su concubina. El levita, se siente un justo como si fuera un ángel. Cuando llora frente al pueblo lo hace como un hipócrita. El paralelismo de la historia del levita con la historia de Sodoma y la Atadura de Isaac, marca el contraste. El levita vende a su mujer para salvar su vida.

Lo que sigue del relato es extraño y sorprendente.

Todos los miembros de las tribus de Israel, desde Dan hasta Beer Sheva, se congregaron con sus jefes en Mitzpá e interrogaron al levita, que respondió: “Vine con mi concubina a pasar la noche en Guivá de Benjamín… Pero los hombres de Guivá se levantaron contra mí, y rodearon la casa por la noche por causa mía. Tenían intención de matarme. Pero en vez de esto, violaron a mi concubina de tal manera que murió”. “Tomé entonces a mi concubina, la corté en pedazos y la envié por todo el territorio de la heredad de Israel, porque han cometido lascivia y terrible ofensa (infamia) en Israel.”

Las tribus de Israel enviaron hombres por toda la tribu de Benjamín para que entreguen a los hombres de Guivá, pero los de la tribu de Benjamín no quisieron escuchar la voz de sus hermanos, y se aprestaron a salir a combatir contra el resto de los israelitas. Así los miembros de las tribus subieron a Betel y consultaron a Dios, y preguntaron: “¿Quién de nosotros subirá primero a pelear contra la tribu de Benjamín?” Entonces el Señor respondió: “Judá subirá primero.” Pero los benjamitas salieron de Guivá y derrotaron a los miembros de las tribus, que sin embargo, se reanimaron, y “se pusieron otra vez en orden de batalla en el lugar donde se habían puesto el primer día”. Así, consultaron al Eterno, diciendo: “¿Nos acercaremos otra vez para combatir contra los hijos de mi hermano Benjamín?” Y el Señor dijo: “Suban contra él.” Entonces los israelitas fueron contra los benjamitas el segundo día. Y salió Benjamín de Guivá contra ellos el segundo día y los volvió a derrotar. Entonces, los israelitas y todo el pueblo subieron y vinieron a Bet El y lloraron; y permanecieron allí delante del Señor y ayunaron ese día hasta la noche. Y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante del Eterno. Los israelitas consultaron a Dios, porque el arca del pacto de Dios estaba allí en aquellos días, y Pinjás, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, estaba delante de ella para ministrar, y preguntó: “¿Volveré a salir otra vez a combatir contra los hijos de mi hermano Benjamín, o desistiré?” Y el Señor respondió: “Suban, porque mañana lo entregaré en tu mano.” Puso, pues, Israel emboscadas alrededor de Guivá, y al tercer día, se pusieron en orden de batalla contra Guivá como las otras veces. Pero, esta vez, los de Benjamín cayeron derrotados.

Vemos que el pueblo de Israel se reunió y decidió ir a la guerra para eliminar a la tribu de Benjamín, pero, antes, nada habían llevado a cabo para extirpar el paganismo de Mijá. Para hacer su justicia, seguros de ella, no le preguntan a Dios si debían tomar la ley en sus manos sino que, “¿quién saldrá a luchar a la cabeza del pueblo contra los hijos de Benjamín?”, y la respuesta fue que Judá debía iniciar la lucha. Pero las tribus fracasan en ese intento. El perverso sale triunfante una y otra vez, hasta que hacen un tercer intento, una táctica diferente de Israel. Acechan la ciudad y recién entonces triunfan contra la tribu de Benjamín. ¿Por qué triunfó Benjamín en dos oportunidades? ¿Cómo es posible que quienes deseaban purificar el pueblo fueran derrotados? Sólo lograron salir airosos en el tercer intento. ¿Fue acaso un triunfo debido a una táctica nueva? Si Dios les concede el triunfo ¿para qué necesitan de esa estratagema? ¿No tuvieron fe en la lucha desde un principio?

Los sabios del Talmud están divididos acerca de esta cuestión. Incluso respecto a las palabras del sumo sacerdote Pinjás. Rabí Iehoshúa dice que la derrota se debió porque no prestaron atención suficiente a la respuesta divina. La primera vez no preguntan si deben o no luchar, si van a triunfar o no, sólo dice quién debe iniciar las hostilidades. La segunda dice sólo que suban pero no da el posible resultado. Sólo en la tercera dice que suban porque “mañana los entregaré a tus manos”[2].

El tratado Sanedrín del Talmud de Babilonia, nos dice que “Por esa razón, (por la tolerancia de los vecinos), fueron castigados los que intervinieron en el suceso de la concubina de Guivá. El Santo, bendito sea, les había dicho: Por mi honor no reclamaron, pero reclamaron por el honor de un ser de carne y hueso”.

La referencia del Talmud está relacionada con la indiferencia hacia el ídolo de Mijá, porque su pan estaba a disposición de los viajeros, y eso le salvó la vida pese a sus pecados.

La cercanía de ambos temas en el libro de los Jueces sirvió para marcar las diferencias en las reacciones. En un caso, indiferencia por una acción sumamente reprobable, y en el otro, la decisión de castigar gravemente a los benjamitas. Las tribus intentan intervenir en un tema que debía haber sido tratado en forma interna por los benjamitas. Pero, estos no lo hicieron.

Es interesante determinar que la pregunta elevada a Dios es sólo referida a quien será el primero en subir a luchar, como que dejaron de lado pedir por el triunfo que creyeron les correspondía automáticamente. Como que ellos no tuvieron responsabilidad en lo que les aconteció a sus hermanos de la tribu de Benjamín. Ellos confiaban en que eran dueños de una superioridad moral. ¿Podría ser que si algo terrible sucedió en el pueblo de Israel, otras tribus no fueran también responsables del deterioro? ¿El judaísmo estableció que todos los miembros del pueblo de Israel son corresponsables? ¿El levita podría haber hecho lo que hizo en un ambiente de santidad? La perversidad y la maldad, pueden deberse a la certeza y confianza de tener en sus manos el bien sin importar lo que hace el prójimo. Ese es un pecado fundamental: el de la indiferencia.

Cuando se dirigen a Dios por segunda vez, podemos encontrar que ya comienzan a dudar en su justicia pero no es suficiente. Sólo la tercera vez Israel se plantea la posibilidad de que no puede luchar y triunfar por sus propios méritos. Necesita de una táctica. De una estratagema. Acecharles indica su grado de inseguridad.

Pueden triunfar sólo cuando comprenden que tuvieron responsabilidad por el otro. Y, no menos importante, cuando comprenden que la tribu de Benjamín no es enemiga, sino hermana.

La ceguera del pueblo se percibe cuando oyen el relato del levita, pero, nadie le pregunta nada, si fue así o si la imagen de los sucesos ha sido distorsionada.

Es fácil describir a los benjamitas con tinta negra. Ello provoca la ilusión óptica de que el resto de las tribus está formado por santos y por víctimas de la maldad ajena. Su pecado es esa fe en que, como creen que están actuando correctamente, Dios les debe apoyar automáticamente. Ni piden por el triunfo.

Su fe era, sin embargo débil. Cuando a la tercera ya reciben el compromiso de triunfo no creen y necesitan recurrir a estratagemas. A esconderse detrás del sitio a la ciudad. Sólo pueden triunfar cuando ven al enemigo como hermano.

El levita forma parte de una regla general, que permite el paralelismo entre él y los ángeles de Sodoma y Abraham. Él se siente justo y bueno, santo y puro, sin percibir su accionar. No tiene capacidad de autocrítica. Por ello es imperdonable.

El rabino Moisés Cohen D’Azevedo, en una muestra no sólo de sabiduría y erudición sino de profunda visión política y sentimiento moral, descubre en su Sermón, a través de los relatos bíblicos, otra capa paralela de complementariedad relacionándolos entre sí, en un fantástico diálogo entre la historia judía y la historia universal, que sólo se repiten para sacar más conclusiones sobre una misma razón y causa.

Sin dar explicaciones muestra un complejo y elaborado sistema de paralelismos que intenta convencer de la inutilidad de la guerra entre hermanos, y así si bien satisface lo exigido por el rey Jorge, guarda sin mancha el mensaje de la ética en la que creía con toda la profundidad de su propia alma.

Continuará: “Dedicatoria”

*Lea la serie completa, oprima aquí .


[1] Génesis 19:5 El Sermón 41

[2] Jueces 20:23

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