El Shul de Álamos

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Aunque todos entremos por la misma puerta, no todos entramos al mismo lugar. Permítanme explicar esta aparente contradicción a las más elementales leyes de la física. En alguno de los manuales para la vida judía -de esos que pueden adquirirse en cualquier librería como “The Jewish Home Advisor” o “The Complete Idiot’s guide to Understanding Judaism”- leí que hay una gran diferencia entre ir al Shul, a la Sinagoga o al Templo; todo depende de “quién” va a “qué”.

Según el manual, ir al Shul o Shil -la pronunciación se debe al lugar de Europa del cual vinieron nuestros abuelos- tiene una connotación de estudiar o aprender. De hecho, la palabra en Idish que designa “escuela” es “shule”. Con e al final.

Ir a la Sinagoga implica algo más social, como “ir a ver a los cuates” y de paso, también recibir el Shabát, cumplir con el ritual correspondiente pero ansiando que empiece “la hora social”. En mi Sinagoga, el viernes por la noche no se sirven platillos muy elaborados sino fruta, refresco, galletas, un trozo de jale y el lékaj más sabroso del mundo. Tal vez no sea una cena completa pero no falta quien hasta se lleva un paquetito…


Ahora, ir al Templo, posee un sentido más religioso. Es ir el viernes por la noche para conectarnos con lo que nos enseñó nuestro zeide y cumplir la mitzvá de recibir a la Reina Shabát durante el Lejá Dodí. Es llenar el vacío de la semana con un poco de idishkait escrita en letras hebreas mientras el jazán entona las dulces melodías y la luz dibuja una esplendorosa sonrisa, primero en los vitrales, después en los candiles y al final en nuestros rostros.

De hecho, todos vamos a lugares distintos y todos al mismo lugar. Y como nunca nos ponemos de acuerdo, mientras algunos se dan golpes de pecho, otros nos abstraemos estudiando y otros más se solazan en franca y perpetua plática con el vecino, práctica que casi siempre es seguida por los vecinos cercanos hasta que alguien en la Bimá da unos golpes en la madera para callar a los “profanos”.

¿Saben por qué los platicadores platican y platican y platican…? Por falta de respeto, dirían algunos. Por falta de educación, dirían otros. El manual dice que “platican porque se sienten como en casa”. Y, ¿no es esa una de las razones para ir al Shul, al Templo o a la Sinagoga? ¿…para sentirnos como en casa? Sí, es cierto, hay momentos para cada cosa, pero eso no lo dice el manual. Se trae en el corazón.

En mi Shul, un pequeño shtetl ubicado en la parte vieja de la ciudad de México, sobre la Avenida 5 de Febrero en la colonia Álamos, al que algunos llegamos hace pocos años y donde recibimos asilo político y un cariño entrañable, ya todos nos sentimos “como en casa”. Desde nuestro Cohen Catán (es chaparrito y tamaulipeco) hasta los chavos que en la Bimá llevan el dávenen puesto que no tenemos ni jazán ni rabino. ¿Por qué no los tenemos? Pregúntenle a la Kehilá.

Generalmente se junta minián excepto en la época de vacaciones cuando nuestros asiduos hacen aliyá a Acapulco o a Cancún, y como somos una “familia extendida”, pues aprovechamos el momento para platicar con los amigos, saludarlos y volverlos a saludar, y nos contamos mutuamente, en voz baja -que todos los demás escuchan- lo acontecido durante la semana. Después, nos despedimos y nos volvemos a despedir cuantas veces podamos, incluso de mano y en voz alta, sin importar si interrumpimos alguna charla. En el manual dice que en Shabát hay que olvidarse de los negocios, pero después del segundo “¿cómo estás?” el tema más socorrido es precisamente ése. Desde el “necesito trabajo para mi sobrino” hasta el “hay que pintar la entrada y cambiar los focos”.

Hay algunos que siempre llegan tarde, como buscando el dudoso honor de ser el décimo para completar el minián y así calmar la taquicardia y los espasmos de los nueve aterrados mitpalelim que nos la pasamos mirando hacia la puerta esperando un milagro para, entre otras cuestiones, poder decir kádish. Algunos, de plano, viven peleados con el reloj y se rigen por la claridad del día lo que en horario de verano no ayuda mucho a la puntualidad, y otros que gozan llegando en el último momento, esbozando una sonrisa de “y si me dices algo, mejor ni vengo”.

A veces también a “los puntuales” se nos hace un poco tarde. Sin embargo -cosa muy curiosa- hay personas que llegan incluso después del dávenen, con la firme intención de participar en el Shiur interactivo de Hashkafá que tiene lugar los viernes después del Servicio (ésta última palabra es prestada de mi Shul anterior). Una vez que la sobremesa de la seudá termina, en vez de leer Pirké Avot -como dice el manual que deberíamos hacer, desde Pésaj hasta Shavuót- hablamos de la Parshá de la semana. A la fecha, ya le hemos dado cuatro vueltas al Séfer y vamos por la quinta. El primer año, muchos ni siquiera sabían qué era una Parshá. Hoy, la mayoría leemos a Rashi y hasta estudiamos la Haftaráh.

No es muy difícil detectar quién viene al Shul, al Templo o a la Sinagoga. Algunos se van inmediatamente después del Hamotzi y otros incluso antes, argumentando “la cena de Shábes en casa”. Otros alargan la sobremesa lo más que pueden, molestos por no tener el don de la ubicuidad. Son los que quisieran estar “allá”, pero no están ni aquí ni allá. Y hay otros más que gozan el momento “social” y lo alargan infinitamente evitando que sus interlocutores deserten de la mesa.

Después del Shiur, a veces nos quedamos platicando en la banqueta antes de subirnos al auto sin que nos importe mucho caer en el pecado mortal de manejar en Shabát en vez de caminar a las diez de la noche por esas calles tan tranquilas y seguras.

Otros, los menos, los que viven cerca, suspiran fuertemente y emprenden el camino a pie. “Él nos va a cuidar”. Sí, no cabe duda que en el Shul de Álamos, somos una “familia extendida”, típica y normal.

Acerca de Luis Geller

Arquitecto de profesión; diplomado en Estética e Historia del Arte, además en Artes Visuales y Factor Humano, ha dedicado gran parte de su vida a la escritura. Es autor del libros como "México Lindo", "Los Niños de México", "¿Hablan los Ángeles" y "Alberto Misrachi, El Galerista". Ha destacado en el medio teatral no sólo como actor, sino con varias obras propias y originales adaptaciones. Ha escrito más de 650 guiones para el medio audiovisual, cuentos cortos, reportajes y artículos periodísticos.Independiente a sus múltiples actividades mencionadas escribe para la revista "Foro" una columna bajo el título "Historias de Ciudad".

3 comentarios en «El Shul de Álamos»
  1. Me pueden decir porfavor quien fundo el templo de la colonia Alamos, por que tengo entendido que fue la familia Pier que son abuelos de mi esposo, me urge y como puedo imprimir las fotos del templo por que parece que tienen derechos de autor.

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