El Shul de la calle Córdoba

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– Disculpe, ¿ésta es una iglesia?

La pregunta viene de dos mujeres que, me parece, están de paso por la Colonia Roma, muy cerca del Centro Médico Siglo XXI.

– ¿Verdad que es una iglesia? Está muy bonita.


El policía de guardia, a la entrada del edificio habla por su teléfono con sus superiores respecto a si me dejan o no entrar a tomar fotos. Tal vez está demasiado ocupado y no tiene tiempo para atender a las señoras y por eso me lanza una mirada suplicante:

Las dos mujeres miran insistentemente hacia el interior.

-Sí -les contesto. -Es una iglesia judía.

– ¿De parte de quién dijo que venía?

– Del señor Elías Cherem, gobernador de este Templo.

Las mujeres sonríen y se alejan pausadamente murmurando por lo bajo. El policía, por fin, me permite pasar a tomar mis fotos mientras el conserje se deshace en excusas por la tardanza.

– No se preocupe. Me hubiera inquietado si me hubiesen dejado pasar así como así. De veras, no se preocupe.

La cámara se desliza sobre la tersa superficie de las piedras, labradas por maestros canteros “de aquellos”, de los que ya no abundan en esta ciudad. La luz de los vitrales emplomados se filtra por los recovecos inundándolo todo de rojos, azules y ocres. Acaricio la madera y siento el calor del metal que protege la intimidad del espacio.

A mi derecha, el velatorio está siendo remodelado por una decena de obreros que deambulan entre los materiales esparcidos por el piso y las innumerables nubes de polvo que ensucian el aire y blanquean las hojas de los árboles.

En el lente aparecen detalles capaces de hacer palidecer a los ingenieros y arquitectos más afamados de nuestra época. Las maderas, los candiles, las techumbres abovedadas y los cuatro pilares blancos que rodean la Bimá. A pesar del abandono en que se encuentra el edificio, la atmósfera es de un hermoso recinto de paz.

– Cuando se hizo este Templo, todas las sillas estaban en dirección de la Bimá, del Jazán -dice don Elías. -Hoy, la vista es hacia el Ejal. Algo se perdió con el cambio.

El gobernador explora en su memoria las fechas y los nombres de los constructores.

– El Templo lo construyó mi papá, con su hermano y el Rabino Mordejai Attié, de Siria. Empezaron en 1926 y terminaron allá por el año 1935, de acuerdo al modelo de la Gran Sinagoga de Aleppo. Después, en los años sesenta, la gente dejó de venir a Córdoba 238 porque se fue a vivir a Polanco. ¿Las cuatro columnas? Son los pilares del Trono más Alto…

Su mirada se hace distante. Se pierde en el pasado.

– Antes -agrega- la Bimá tenía su piso y sus barandales de granito. Entonces sí era bella. Hoy ya casi no viene la gente, tal vez por la hora, porque el horario no ayuda. Ellos están trabajando cuando nosotros ya acabamos de decir Minjá. Y está lo del velatorio. Ya nos conoce. Los judíos somos supersticiosos. Antes había un jardín y la gente venía. Pero, donde manda capitán……no gobierna el gobernador.

Empieza a anochecer. Bajamos a la habitación del fondo que hace las veces de pequeño Templo. La sonrisa franca de don Elías, el experto en Zohar, capaz de traducir directamente del arameo se pierde en el claroscuro de la tarde. El minián empieza a completarse en este apacible lugar donde se reza y se estudia bajo la recia mirada del maestro.

Dice Pirké Avót que “tu casa debe ser un lugar para que los sabios se reúnan”. Este lo es.

– Quédese un ratito. Algo puede aprender. Recuerde que todo en la vida es “capará”. A nadie le ha de faltar un pan para la boca. Aquí no venimos a pedir. Venimos a agradecer.

Los miro encender una pequeña mecha inmersa en aceite, abrir sus libros y sumergirse en las quietas aguas de una lectura que transforma palabras en emociones y sabiduría. Aguas que manan inteligencia y pasión.

Pronto, los cristales de los estantes, llenos de libros, reflejan las siluetas que se mecen rítmicamente, envueltas en el fervor de lo judío, de lo verdaderamente nuestro.

Cuánta sabiduría, cuánto amor y cuánto abandono hay en este sitio, en estos corazones que con sólo su fe, su presencia y un puñado de libros, sostienen el Templo.

– Quédese. No se va a arrepentir.

Salgo con el alma enriquecida y el corazón henchido de gozo. Si alguien en ese momento me hubiese preguntado si esta es una iglesia, esta vez le hubiera contestado que no, que el Shul de Córdoba, es el Templo judío más hermoso y solitario de México.

Acerca de Luis Geller

Arquitecto de profesión; diplomado en Estética e Historia del Arte, además en Artes Visuales y Factor Humano, ha dedicado gran parte de su vida a la escritura. Es autor del libros como "México Lindo", "Los Niños de México", "¿Hablan los Ángeles" y "Alberto Misrachi, El Galerista". Ha destacado en el medio teatral no sólo como actor, sino con varias obras propias y originales adaptaciones. Ha escrito más de 650 guiones para el medio audiovisual, cuentos cortos, reportajes y artículos periodísticos.Independiente a sus múltiples actividades mencionadas escribe para la revista "Foro" una columna bajo el título "Historias de Ciudad".

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