El Estado de Israel llegó tarde. Pocos entes políticos del mundo pueden decir de sí mismos que eran lisa y llanamente indispensables, y que el precio de su tardanza en nacer fue millones de muertes. Así fue la meta del sionismo: construir un Estado hebreo para proteger la vida, lo que era posible ganando la independencia.
Un segundo valor primordial del Estado de Israel, fue expresado con sencillez por Jean-Jacques Rousseau. En el cuarto tomo de su libro Emilio (un clásico en materia educativa), un vicario saboyano se refiere a un aspecto notable de los judíos: “Los desdichados están a nuestra merced, atemorizados por la tiranía ejercemos contra ellos, con crueldad e injusticia. ¿Cómo osarían quejarse?… Los judíos no expresarán sus opiniones, hasta que no tengan un Estado libre”.
Israel le ha permitido al judío decirle al mundo lo que es, sin temor; sin excusarse por asumir plenamente su identidad.
El Estado de Israel cumplió con las expectativas racionales de cuantos lo soñaron. Ha redimido refugiados, disecado pantanos, recuperado la patria expoliada, construido universidades para el pueblo del libro, revitalizado nuestra tradición y difundido como nunca antes la cultura judía, ha sabido defender al vulnerable judío por primera vez en dos milenios, ha convertido un yermo en un mar de árboles, ha recuperado y reconstruido la Ciudad de David, ha llevado la agricultura a horizontes insospechados, lanzado satélites, llevado la mejor medicina a todos los estratos, construido teatros y centros de cómputos, el kibutz y las academias talmúdicas, carreteras y centros de ajedrez, hospitales de vanguardia e institutos deportivos. Todo lo ha logrado, y mucho más, bajo el terror, la agresión y la calumnia. Todo, con los ingentes esfuerzos del pueblo judío en todo el mundo, y los cristianos de buena voluntad que acompañaron a Israel en su renacimiento.
Las convulsiones en el mundo árabe han puesto una vez más de relieve la fortaleza de la democracia de Israel, un oasis de derechos humanos y de dignidad de la mujer en un mar de autocracias represoras.
El peligroso vecindario en el que habita Israel permite comprender que la agresión contra “el judío de los países” no tiene nada que ver con su accionar, sino con la índole agresiva de los regímenes dictatoriales que lo rodean. El problema palestino no es la causa de la guerra contra Israel, sino su consecuencia. El enfrentamiento no es resultado de un problema territorial ni de refugiados: resulta de la obcecada resistencia de las dictaduras del mundo árabe-musulmán, a admitir por derecho la existencia de un Estado judío, pequeño, democrático y próspero en su libertad.
Artículos Relacionados: