El sionismo y Bashevis Singer

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Bashevis fue testigo del nacimiento del Sionismo, o sea del movimiento de retorno a Sión, a la Tierra Prometida recordada una y mil veces, durante centurias en las plegarias diarias. El judío del exilio, envuelto en un torbellino de incertidumbre, y con el agua hasta el cuello, buscó -y encontró- diferentes alternativas para sobrevivir. Una de ellas, el Nuevo Mundo, y la no menos soñada América, la tierra de Oro; la otra Rusia con el incipiente Comunismo, no menos dorado, no menos ansiado. Y a pesar de los inconvenientes políticos, o sea la ocupación de Palestina por los turcos y luego por los ingleses, los judíos ensoñaron su vuelta masiva para conformarse como nación, un espejismo a ojos de muchos, una quimera para muchos otros.

Herzl, un judío húngaro de corte asimilacionista, periodista de oficio y soñador por esencia, autor de El estado judío, mostró el camino que algunos siguieron, como se sigue a un profeta.

Entre paréntesis, Bashevis también habló de Herzl, para muchos pilar del Sionismo moderno. En Escoria, mientras Max, «el argentino», no precisamente un Rotchild, sueña despierto con conceder préstamos al Zar de Rusia y comprar «Palestina al Sultán», trae a colación a Hertsl, a su movimiento, a la Tierra de Promisión y a los nóveles pioneros o Jalutzim:


Max había leído algo sobre el Dr. Theodor Herzl, quien había muerto de un ataque al corazón por no poder conseguir Palestina para el pueblo judío. Todos los años Max contribuía con un shekel a la causa sionista. Pensaba incluso visitar Palestina en su viaje de regreso: vería Jerusalén, la tumba de Raquel, el Muro de las Lamentaciones y las colonias de jóvenes librepensadores y antiguos estudiantes que araban la tierra, plantaban viñedos y hablaban hebreo. (15-16)

Por otra parte, los pogroms de 1881 y 1982, y los subsecuentes, además de la Primera y la Segunda Guerra Mundial orillaron a más de uno a establecerse en Palestina a pesar de estar vedada la entrada; a pesar de los árabes dispuestos a acabar con los pioneros y sus ilusiones -recordemos las matanzas de Jebrón- a pesar del paludismo y los pantanos; a pesar del desierto imperante, de la Nada contra la que había que luchar.

Muchos judíos, por otra parte consideraban al movimiento Sionista un asunto imposible, de locos, un imposible. Para muestra basta el siguiente diálogo de El Certificado de la pluma de Bashevis Singer:

– En Palestina se está escribiendo un nuevo capítulo.

-¡Já! No lo creo. Ya no creo en nada. No somos un pueblo. No somos más que una banda de gitanos. (III, 2, 108)

David Bendiger, el protagonista de dicha obra, nos relata brevemente su historia, imaginamos que no exclusiva, y suponemos de ciertos tintes autobiográficos: autor y personaje nacen en 1904, y son testigos de grandes sucesos; ambos se inauguran como autores hebreos para proseguir en lengua idish, ambos son admiradores del gran Spinoza y en Amor y Exilio Bashevis, su autor, confiesa que El Palestine Bureau le había retirado el Certificado y tan sólo le restaba servir en el ejército o suicidarse. (5- 201)

«A los dieciocho años y medio, yo ya había vivido varias épocas. Nací en el período de la guerra Ruso-Japonesa. Diez años más tarde estalló la Gran Guerra y los alemanes entraron en Varsovia. En menos de diecinueve años había pasado la Revolución de Febrero, la Revolución de Octubre, la Guerra Polaco-Bolchevique. Vivía cuatro años en Byaledrevne, un pueblo perdido. Después regresé a Varsovia, cursé estudios en una escuela normal y trabajé como maestro en una escuela de provincia. Había comenzado a escribir en hebreo y pasé al idish. Fui perseguido por los jasidim y hallé consuelo en la lectura de la Ética de Spinoza…» (8)

David vivencia mil y una peripecias para obtener el susodicho certificado, pasaporte a la Tierra de la Leche y la Miel. Soltero y más pobre que una rata, urdió un estratagema al parecer infalible: un matrimonio fingido y por conveniencia con Minna, una hija de familia, con quien viajaría a Palestina.

Rhoda Henelde Abecassis en la Nota Final a El Certificado nos sitúa históricamente, y paralelamente nos aclara el enigma de aquel trámite burocrático necesario para emigrar a la Palestina de entonces:

«Al hacerse Inglaterra con el poder en Palestina en 1917, ni cumplió su compromiso de la Declaración Balfour en 1917 de otorgar la soberanía a los judíos, ni veló por la seguridad de todos sus súbditos, permitiendo frecuentes masacres de poblaciones judías a manos de sus vecinos árabes. A fin de congraciarse aún más con los países de la región por las eternas consideraciones políticas, se comprometió a reducir a un simple goteo la inmigración de judíos a Palestina, concediendo un ocasional certificado por familia. Intentando sacar al máximo provecho a este documento, las organizaciones sionistas se valían de la treta del matrimonio fingido, como el de nuestro héroe (…) en 1939, los británicos, con su Libro Blanco, eliminaron incluso esos escasos certificados y prepararon la posterior encerrona europea».

Si bien Bashevis, como su alter-ego David Bendinger, no emigró a Palestina sino a los Estados Unidos de Norteamérica gracias a la oportuna intervención de Yoshúa, su hermano y mentor en vísperas del nazismo, otro de sus personajes protagónicos de ficción, Yosef Shapiro, sobreviviente del aciago Holocausto, viaja a la Tierra Prometida donde se convierte, de acuerdo al título del libro, en Penitente. De contemplar físicamente el Muro de las Lamentaciones en 1967, tres años después de la Guerra de los Seis Días, Yosef, un judío proveniente de la Tierra del Tío Sam, laico además de agnóstico retorna a sus raíces, como muchos otros judíos, tras «despertarse el judío» que había en él. (85)

La transformación es total y sin concesión alguna: sin importar «rigores y restricciones» (117) actúa de acuerdo a la Torá de sus ancestros, orillado por una sola idea, casi una obsesión, evitar el aniquilamiento de su pueblo. Él sobreviviente del nazismo se niega a continuar el juego de los nazis. Su postura es extrema, así como su penitencia y su conversión. También el fluir de su atormentado cerebro:

«Es indudable que cierto número de nazis procedían de judíos conversos durante la época de Mendelssohn y más adelante. Sólo hay un paso de la asimilación a la conversión y, en ocasiones, no más de una generación o dos para convertirse al nazismo».

Yosef, en lugar de asentarse en el Nuevo Mundo, incluso como Bashevis, quien inicia su vida norteamericana, tras conseguir con dificultades el pasaporte y el visado, según sus propias palabras en Amor y Exilio; en lugar de pasarse a las filas del Marxismo, para bien o para mal, pone fin a su vida anterior y, retando al Maligno que lo incita a perseguir los placeres terrenales, se aferra a su nueva tierra, a su nueva identidad lejos del derrotero incierto del judío moderno.

Bashevis, hijo de rabino, y descendiente de rabinos, tal vez en Yosef Shapiro logra continuar por la senda marcada, desde siglos atrás, por sus ancestros. Si bien se asentó físicamente en El Nuevo Mundo, tal vez, a través de su escritura, logró asentarse en mente y espíritu en la Tierra Prometida y sin desviarse, como requiere la Ley, ni a derechas ni a izquierdas. En El Penitente vence el alter-ego ancestral y retorna en cuerpo y alma donde ningún extranjero decide la expedición o no de un certificado de entrada a la propia tierra.

Bibliografía

Bashevis Singer, Isaac, El Certificado, Barcelona, Ediciones B, 2 004.
Bashevis, Singer, Isaac, El Penitente, Barcelona, Plaza y Janés, 1984.
Bashevis, Singer, Isaac, Amor y Exilio, Barcelona, Ediciones B 2 002.
Bashevis, Singer, Isaac, Escoria, Barcelona, Planeta, 1992.

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