El sistema vida y la conciencia-reproducción

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Meseta de Fish Lake, Utah. Viejo sabio: 80,000 años. En América antecede al hombre. No lo conozco, lo imagino al haber leído de él y visto imágenes. Lo quisiera conocer y sentir su inmensidad. 43 hectáreas y 47,000 álamos que son uno: se llaman Pando. 

Para ojos mortales son muchos individuos, para el genetista es uno solo. 

Los estolones, que son la forma en la que Pando se reproduce son simplemente una manera asexual de perpetuar la vida. Los anillos de cada árbol llevarían a un especialista en dendrocronología a datarlos entre una edad de 100 y 130 años, entendiendo los ciclos de lluvia y sequía que se dibujan en el crecimiento de su tronco. Los estolones son como hojas de una árbol que caen y salen en cada otoño, un otoño cada siglo. 


La maravilla de este árbol milenario, el árbol-bosque, es que es un mismo organismo que se clona. Algo indescriptible e impensable. La naturaleza oculta una asombrosa magia. La forma de reproducción de ese viejo sabio es una especialización que se protege de su competencia, las coníferas, y de los incendios. Se ha adaptado a cambios climáticos. Sigue en pie. Pero, nosotros lo amenazamos.

(Imagen tomada de Harmonia.la)

Tlahuapan, bosque de Santa Rita, Puebla. Lluvia de luz nocturna fluorescente. Destellos sensuales se esconden en el bosque. Ellas se aparean. Cópula mágica, mensajes luminosos. Nos hipnotizan en el silencio del bosque. La lechuza y el águila callan ante las pulsaciones luminosas de esas miles, nosotros caminamos sigilosos en la oscuridad cubierta por pulsantes puntos verdes. Las luciérnagas están de fiesta. La hembra acepta al macho que mejores señales manda. Como los enamorados de antes que enviaban señales al apagar velas y encenderlas, ellas tuitean con su luz y seducen a la hembra. Varios machos compiten por una sola, envían mensajes y ella, editora de luz, elige con un destello al más hipnótico y seductor. Los otros buscarán a otra.

Mirar ese teatro de luces es un acto de magia. La naturaleza está comunicada de una manera inesperada. Es un sistema interconectado. Lo del búho y el águila nos lo explica uno de los guías. “¿Se fijaron cómo todo estaba en silencio?”. La luminiscencia de la luciérnaga tiene dos funciones: se protege de depredadores (su pócima es amarga y venenosa) y además es el medio para comunicarse y atraer para reproducirse. En la zona se investigan dos especies. Una parece ser endémica. En el 2015 le decían “X” ante la espera de ser clasificada. De esa especie, la hembra no vuela. Se queda en tierra. Son una especie que no migra.  Ese es su bosque y ellas deberían de ser las dueñas de la oscuridad. 

Imagen tomada de la página de Facebook del Santuario de la Luciérnaga 

En el medio de la nada, caminando entre luciérnagas, nos dice nuestra guía: “ese árbol fue arrastrado y talado.” Se veían borlas y virutas. “Por la noche hay tala del bosque, entran camiones.” El crecimiento urbano y la poca conciencia amenazan la existencia de las luciérnagas, no sólo en Puebla y Tlaxcala, lugar de ese santuario, sino en el mundo. Nuestra luz artificial las afecta y engaña.   

Ciudad de México, Colonia del Valle. Mis hijos están absortos mirando la televisión. Su narrativa los envuelve y la reproducen. Jerónimo y Elías me hablan de los hermanos Kratt. Explican las ranas, al halcón peregrino. Me hablan de especies en extinción.  Pienso: nuestra relación con la naturaleza es compleja. Somos una especie que depreda todo. Los nativo-americanos, sabemos por sus narrativas y mitos, no divisaban al hombre fuera de la naturaleza. Pedían permiso al bosque para entrar en él, al árbol para cortarlo, agradecían a la madre tierra por sus frutos y pedían permiso para cazar. Su diálogo era continuo, a los otros seres vivos los trataban como madre, sus hermanos: eran su familia. Los hombres estaban dentro de ese sistema. La narrativa occidental nos apartó de ver ese sistema mundo desde dentro y nos llevó a tomar distancia. Con el desarrollo tecnológico y la mirada científica, parecería, nos dirijíamos a una separación mayor. Sin embargo, hoy, en la sociedad resurgen reflexiones que unen la ciencia y el espíritu. La mirada de la ciencia es cada vez más sistémica. Interconecta los fenómenos que antes separaba y estudiaba como unidades discretas. Nuestras narrativas están cambiando. Recuerdo que al salir hace unos días del santuario de la Luciérnaga, nuestra guía nos pidió tomarnos de las manos. Agradecimos a la madre tierra el habernos concedido ese momento de comunión con la naturaleza. 

Espero que el cambio de narrativa y el resurgimiento de la conciencia no lleguen demasiado tarde. Que no comencemos a amar a Pando, al bosque y a las luciérnagas cuando tengamos que resusitarlas. Jerónimo se me acerca y me pregunta por el oso polar. “¿Cómo es de grande padre?, ¿me llevas a verlo?” Queda muy lejos hijo, ya veremos.

@d_rettig 

 

Foto tomada por el autor, Isla de Zhokhov, Rusia,  2003

 

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