El sistema

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La ciudadanía siempre estará enojada con el estado, siempre. Casi nunca o muy pocas veces en la historia, y no sólo de México, la ciudadanía han estado contentos con el Estado, con sus funcionarios a cargo del trabajo por el país. Evidentemente algo no está bien. Si siempre ha sido así es por algo. Si aunque cambien de presidentes, y hasta todo el gabinete, ha sido casi siempre igual, es una lógica más que exactamente matemática que algo está mal en el sistema. Y aquí se pueden suponer muchas cosas. A saber: los gobernadores no son buenos. Aunque sean elegidos de manera democrática por la población, fueron elegidos por hartazgo al anterior sistema, si es que hubo alguno, o por falsas promesas. Según eso, si ya sabemos que siempre serán falsas promesas, ¿por qué los seguimos eligiendo? Es decir, que los tontos somos nosotros al elegir a alguien que es seguro que nos ha mentido y es más seguro que luego nos quejaremos. Entonces elegimos a otros, pero caemos en lo mismo. Entonces elegimos al menos peor, y volvemos a caer en lo mismo. Entonces elegimos al mejor y somos engañados. Entonces no elegimos a nadie y hacen lo que quieren con nosotros y hasta se quejan que no hemos votado. Entonces muchas cosas y todo sigue igual. Algo anda mal en ese sistema de elección ¿No creen?
Y no estoy hablando de políticos específicos, sino del sistema en sí mismo. En resumen, el sistema es el siguiente: ellos se postulan, nos dan sus propuestas, sabemos que son falsas, igualmente los elegimos, nos roban, nos quejamos y volvemos a elegirlos. A veces a los mismos, a veces a otros, pero siempre pasa lo mismo. Definitivamente, algo nada mal.
Entonces deseamos que los que se postulan sean buenos ¿Es así o no? Pero el Congreso no es un semillero de políticos, un lugar en el que debemos esperar desde algún lugar hasta que salga el humo blanco, no. Estar a la espera que eso pase es no esperar nada mientras se pierde el tiempo con desilusiones ya experimentadas. Sabemos que ciertos frutos se dan más en algunas regiones que en otras. Algunos nacen en los árboles y otros en la tierra, pero tampoco podemos esperar que broten simplemente porque sí. Dios creó los primeros frutos y de ahí se fueron reproduciendo a manos del hombre “con el sudor de su frente” y no esperando nada más. Por más que reguemos la tierra, la cuidemos de plagas, la movamos para que no se seque ni esté apretada, la fertilicemos y fumiguemos, no va a brotar ni siquiera un pasto si es que antes no nos hemos tomado el trabajo de sembrar una semilla. Ese esfuerzo debe ser nuestro y no de la madre naturaleza.
¿Acaso Dios creó a los políticos y nosotros debemos sembrar sus semillas? ¿O de dónde será que salen los políticos? ¿Conviene sentarse a esperar que broten de la nada o debemos hacer algo para hacerlos brotar? Y no sólo los políticos, también los escritores, actores, futbolistas, cantantes, bailarines, pintores, ingenieros, mecánicos, doctores, veterinarios, herreros, peluqueros y todo lo demás. Las personas eligen hacer algo para los demás o para ellos mismos. Nadie nace siendo algo más que un simple ser humano, hombre o mujer, sin saber nada de nada de la vida. También los políticos, así como los pilotos de avión o los de Fórmula 1. Dios maneja el mundo de manera tal que nunca falta a quien le haya gustado estudiar o especializarse en algo que, aunque el mismo protagonista lo haya elegido para beneficio propio, también beneficia a los demás.

Y los políticos, ¿a quiénes benefician?
Al igual que todos los demás oficios, todos beneficiamos o perjudicamos si hacemos bien o mal nuestro trabajo. No existe un trabajo que por sí mismo sea perjudicial. Robar no es un trabajo. Pedir limosnas no es un trabajo. Trabajo no es todo lo que cueste hacer, sino la actividad misma, física o mental a fin de progresar sin infringir los derechos ajenos.
Nos cueste mucho, poco o nada, ganemos mucho dinero, poco o nada, sigue siendo un trabajo. Incluso si se hace de manera voluntaria, totalmente gratuita, aún así es un trabajo.

Y los políticos juran, “Honorable Congreso de la Unión, juro respetar, cumplir y hacer cumplir las leyes de la Constitución…”
¿Honorable? Honorable se llama porque en la antigüedad era un honor ejercer determinados cargos, porque el trabajo era Ad-honorem, es decir, vocacional, sin recibir nada a cambio más que el placer de beneficiar a la ciudadanía.
No estoy en desacuerdo que cobren, que ganen plata por eso, ya que un trabajo pago implica más responsabilidad. Lo que no estoy de acuerdo es que sus salarios sean desmedidamente excesivos, abusivos. ¿Cuál es el trabajo que ellos tienen que hacer? ¿De dónde sale el dinero que ellos ganan? ¿Por qué ellos decidieron ser políticos y nosotros no? ¿Por qué cuando vemos un partido de fútbol somos más directores técnicos que espectadores, al igual que cuando leemos las noticias del periódico somos todos los mejores políticos y nunca nos dedicamos a eso? ¿No nos gustaría dedicarnos a la política, tal vez porque no sabemos? No creo que sea por otra cosa ya que sí se gana mucho dinero. O tal vez sea porque nos da miedo las maniobras mafiosas que ahí se manejan. O tal vez sea por ser que no nos gusta ese trabajo. Y yo pienso que si viéramos que el fútbol se juega a golpes, con arañas peludas en los botines y a 50 grados de calor, tampoco nos hubiera gustado. Pero el fútbol nos gusta porque vemos lo que sí es el fútbol. La política no nos gusta porque no vemos lo que sí es la política. Si la viéramos, seguro que muchos quisieran jugar ese partido. Entonces reconocemos que lo que vemos no es política mientras afirmamos saber lo que sí es la verdadera política. Entonces vuelve la pregunta: ¿Por qué no le entramos a la buena política, o por qué no la creamos, esa de la que tanto hablamos con el taxista?


La verdad es que ser político en un sistema corrupto, es ser corrupto o dejarse matar. Esa es la única y verdadera respuesta. Entonces no nos queda otra que esperar a que broten de la nada, aquellos que están listos para el juego sucio. O sea que, según la premisa que hemos deducido, que se debe ser corrupto o dejarse matar, aceptamos entonces que todo aquel que se postule a la política es porque sabe de antemano que deberá ser corrupto. Es decir que votamos a alguien que de entrada sabe que será corrupto. Y lo votamos, y es corrupto, tal como lo suponíamos, y luego nos quejamos.
Entonces vuelve la cuestión: algo no está bien en el sistema. ¿Se podrá hacer algo al respecto desde nuestra banca de espectadores, siendo los más importantes ya que por nosotros ellos están donde están?

Y retomando el anterior planteamiento, ¿acaso es válido deducir la afirmación que todo aquel que desee ser político, aun a sabiendas que tendrá que enfrentarse contra las castas abominables de las mafias por intereses meramente económicos, pisando cabezas y llevándose por delante a quien sea, por eso él debe ser uno de esos? ¿Acaso no es posible que haya alguien que, justamente por todo eso, quiera entrar al sistema para combatirlo desde adentro, limpiarlo o por lo menos hacer todo lo que esté a su alcance, así tenga que pagar con su vida? ¿Acaso no existe la posibilidad de salir airoso de esa batalla, ganarla, triunfar y obtener el éxito deseado que es el bien social?
Por supuesto que hay muchas personas buenas con esa gran capacidad, que no se corrompen ni siquiera viendo, sintiendo, olfateando y palpando las mieles de la impunidad teniendo todas las oportunidades de aprovecharse al máximo de cada situación. Claro que sí hay personas honestas. De hecho, así fue concebida nuestra nación y todas las naciones del mundo. Entonces la pregunta ahora es más fuerte que antes: ¿Qué pasó? ¿Ya no se ven o ya no se postulan esas personas? Mi teoría al respecto es que sí se ven, sí se postulan, pero estamos tan mal acostumbrados a que el fútbol se juega con arañas peludas agarradas a nuestra piel que no entendemos el juego si es de otra manera.

Daré un breve ejemplo: ¿Qué sensación te causa cuando te enteras que un político roba?
Lógicamente de rechazo y repulsión ¿Verdad?

Ahora dime qué opinión te merece cuando alguien, político o quién sea, haga de su vida algo incorrecto sin perjudicarte a ti ni a nadie más que a él mismo. Por ejemplo, se va a una taberna a tomar mucho alcohol, a drogarse y a estar en un mundo promiscuo. Pues por mí, que haga lo que quiera de su vida, está en su derecho. Cada quien hace lo que quiere con su vida y su dinero. El problema comienza cuando hace lo que a él se le antoje con dinero nuestro. Incluso, si ayuda a las personas repartiendo dinero y despensas a los más necesitados, que lo haga con su dinero, pero no puede obligarme a mi a darle de mi dinero, fruto de mi trabajo, a ser caritativo ya que eso es algo muy personal. Los impuestos son justamente para que otras personas no pudientes tengas posibilidades, pero están obligándonos a pagarlos sin siquiera saber a dónde se destinan y muchas veces vemos que los destinos son incorrectos y no hacemos o no podemos hacer nada al respecto. La palabra impuesto proviene de imposición. Es decir que nadie la paga por voluntad propia.
Este ejemplo real lo dije para definir lo anterior: cuando escuchemos a un político o postulante decir que ya no se cobrarán más impuestos, hasta nos da miedo y nos preguntamos de dónde sacará para cubrir tantos gastos que el país requiere. Nos olvidamos que existe algo llamado propiedad privada y empresas privadas. Estamos tan inmersos en un mundo socialista que no tomamos en cuenta las cosas buenas y reales. Estamos tan lavados los cerebros en contra del capitalismo que ya ni siquiera sabemos el verdadero concepto del mismo. Claro que el capitalismo tiene errores, pero es excelente. Claro que se usa la terminología para engañar a las masas, pero es casi perfecto. Claro que han habido quienes se aprovecharon del capitalismo. Eso no quiere decir que el sistema no sirva. Es como decir que un cuchillo es malo porque puede matar. Las cosas son o no son y punto. El uso que les demos es responsabilidad individual. Con las cualidades pasa lo mismo. El orgullo, el ego, el enojo, no son cualidades malas, son cualidades. La humildad no es buena, es humildad. El cigarro no es malo, es un cigarro. Lo malo o bueno depende cómo utilicemos cada cosa.

En fin, el sistema de lo que conocemos como democracia no es bueno ni malo, sino que no está bien utilizado. No puede haber democracia si se nos exige dar parte de nuestra propiedad privada sin saber a dónde se destina. No puede llamarse democracia si esa exigencia es una ley que, de incumplirla, nos merecemos una multa. No puede ser democracia si no tenemos a quien acudir cuando vemos esas injusticias. Pues a todo eso le estamos llamando democracia.

El sistema no es malo ni está mal, simplemente estamos creídos que es una cosas que no es. Tanto así que si nos muestran la realidad creemos que es otra cosa, y hasta la definimos como mala.

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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