El súcubo del soneto 165 de Sor Juana

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Se ponía el sol por lo occidental y los judíos, que todavía ignoraban los desengaños de Galileo, temían las operaciones de los espíritus que no habían hallado cuerpo donde paliar su multípara concupiscencia y que por tal, malignos, importunaban a los muertos que iniciaban su peregrinación a mejor vida. Los sabios de Israel, tras impetuosas y precisas meditaciones, arbitraron que era imprescindible bailar frente a las abiertas tumbas para ahuyentar a los “nig´gé bené Adam” o “espíritus malignos procedentes del hombre”, como se acostumbraba llamar a los sólitos y funestos soplos, y vertieron sus avisos en el Talmud y en la que malamente se llama filosofía judía.

Refiere Gershom Scholem en su erudita y hermosa obra La cábala y su simbolismo que no ha muchos lustros todavía en Jerusalén era posible vislumbrar, que no entender, tales meneos, que bajo la férula del Salmo 91 se daban, canto que según la tradición judía es poderosa adarga contra súcubos, espíritus demoníacos que con femenino cariz en coito pecador gozan del líquido seminal que el liberal falo del soñador regala. He aquí significativa parte del tal (91: 5-6):

No temerás el terror de la noche,
ni la saeta que vuela de día,
ni la peste que avanza en tinieblas,
ni el azote que devasta a mediodía.


Pasaron los siglos, que son horas para cualquier filosofía, y Europa conoció la doctrina de Aristóteles por boca y letras de Averroes, semítico que según Menéndez y Pelayo mucho mal hizo al cristianismo, fortísima religión pesimista, ascética, que mezclada con la judía, que es optimista, y la islámica, muy fatalista, fraguó literaturas de altos vuelos, como la del Dante, donde Asín Palacios ha atisbado las fuentes de la mística española, que dio alas de paloma al Siglo de Oro, penetrativa época que llegó hasta América en caballos de mar acuciados por el Espíritu Santo y que encontró cuna en la cabeza sabia, habladora, respondona y admirable de Sor Juana Inés de la Cruz, “mujer reclusa” y curtida en las asperezas de las “experiencias solitarias”, a decir de Octavio Paz, que a algo dedicó los siguientes versos:

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Atrabiliarias expresiones son éstas para mujer tan excelsa, que conocía la poesía europea como se conocen las geometrías quevedescas o los templos gongorinos, es decir, en sueños. El cuarteto delata confusión entre lo existente, lo necesario y lo posible. ¡Imposible detener lo fantástico! ¡Increíble favor teresiano conocerlo! ¡Merced divina el amarlo!

Con poética, adánica inocencia, Sor Juana vio un “fantasma”, palabra que designó supersticiones espirituales en la Antigüedad (“superstición” viene de “superstitio” y significaba “en la superficie”, dice Alfonso Reyes), penosas almas en la Edad Media y hoy, época enredada en su propia psicología, un “pathos” reducible a tiquismiquis de pregustador de esquizofrenias. Para Guilles Deleuze, autor de un libro llamado Lógica del sentido, obra que más nos hunde en oscuras regiones que nos levanta cual Clavileño al soñar humano, refiere que los fantasmas no obran ni se apasionan, sino que son efectos de tales cosas, y que representan nuestras singularidades concentrándolas en disyunciones gramaticales. ¿Sor Juana arrostró fantasmas como lo hace el loco? Oigámosla:

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras, lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

La energía que hay entre imanes y aceros nos trae a la memoria la filosofía de Demócrito, hecha de átomos enamorados. El fantasma, parece, era varón, pero tras bien mirar el poema nos aventuramos a decir que era mujer, un súcubo, no un íncubo. ¿No es costumbre de doncellas y no de caballeros constantes y sosegados, según enseña Garcilaso en su Soneto XVIII, con cabello, ojos y manos inflamar de lejos y huir, labrar recuerdos y luego aderezarlos con promesas, desenvolturas y silencios?

En conclusión, creemos que el Soneto 165 no es, como quiere Paz, “cifra” de amor, sino una loa a la vida, a la razón, y los tercetos que concluyen el escandir celebran el imperio de la ciencia y de las luces sobre la oscuridad de la pasión y del Viernes sobre el Sábado, pues dicen:

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía,
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía”.

 

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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