El tesoro de Qumrán es un regalo para el pueblo judío

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Un parque nacional junto al Mar Muerto realmente muy interesante es el de Qumrán. Bajo el implacable sol recorrimos lentamente las ruinas de aquel lugar, intentando penetrar en las motivaciones que impulsaron a aquella comunidad de esenios a alejarse del mundanal ruido. Mientras recorríamos aquellos restos arqueológicos procurábamos asimilar la forma de vida de aquellos habitantes caracterizada por la sobriedad. Habían dejado la distante ciudad de Jerusalén donde estaba el templo, el centro del culto judío, para dedicarse sosegadamente al estudio, viviendo parcamente, la única forma de vida que puede vivirse en un desierto, con el telón de fondo de un mar inerte por un lado, de unos montes secos desprovistos de la más mínima vegetación por el otro.

Ascetismo comunitario de los esenios

Los esenios redujeron su vida en aquel lugar a un mínimo que contrasta vivamente con la de cualquiera de nosotros en nuestros días en la que abunda lo superfluo.


De conformidad con su ascetismo comunitario construyeron unos asentamientos de manera a hacerlos lo más sostenibles posible. Disponían de sus salas de reunión para celebrar sus asambleas, de comedor, cocina y lavadero. Tenían también una torre de vigilancia, unos establos para sus animales, y un taller de cerámica para fabricar sus vasijas.

Daban mucha importancia a la limpieza y a la pureza, para lo cual idearon medios para conseguir almacenar agua limpia para sus baños rituales, lo que asombra en un medio ambiente desértico como el de Qumrán.

De especial interés es el escritorio con sus mesas y escribanías, donde escribieron y copiaron sus manuscritos. Así vivieron algunas generaciones a lo largo de un par de siglos, en quietud y recogimiento, hasta que los romanos conquistaron el lugar y dispersaron a los que quedaban. De esa manera toda aquella labor de estudio y meditación quedó sepultada en el olvido.

¿Se perdió todo aquel trabajo? El hallazgo de los Manuscritos del Mar Muerto en 1947 -considerado por muchos el descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX- volvió a dar vida a todo lo que aparentemente el desierto había enterrado. Aquellos rollos encontrados en Qumrán constituyeron un maravilloso regalo guardado a lo largo de casi 2.000 años para el naciente Estado moderno de Israel.

La historia de los hallazgos y de la recuperación de los manuscritos constituye ciertamente una aventura emocionante. Precisamente, las duras condiciones climatológicas del lugar sumadas a lo escarpado del terreno, lo que dificultaba el acceso a las cuevas donde los manuscritos habían sido escondidos, preservaron aquel tesoro a lo largo de casi 20 siglos hasta el momento preciso para que viera la luz. Los rollos escondidos en vasijas incluyen libros del Tanaj, copias de los Apócrifos, y escritos propios de aquella secta. Algunos de ellos se hallan expuestos en el Santuario del Libro en el Museo de Israel.

Un edificio que llama la atención

En el mencionado Santuario del Libro, por cierto un edificio que llama la atención por su singular arquitectura, se encuentran las copias más antiguas que se conservan de los libros del Tanaj.

De entre ellos se destaca el rollo del profeta Isaías. Es el más largo y el mejor conservado de los rollos bíblicos encontrados en Qumrán, y el único hallado íntegramente, con sus 54 columnas que contienen los 66 capítulos del libro. Es asimismo uno de los manuscritos más antiguos descubiertos en aquellas cuevas. Además del mencionado rollo, de este profeta se hallaron otras varias copias fragmentadas del libro, varios comentarios y citas del mismo en otros rollos.

Todo ello me ha hecho pensar en que seguramente su texto fue objeto de consideración y estudio por parte de aquellos esenios. ¿Tendrá algo que decirnos después de tantos siglos?

Al leerlo, casi resuenan en mis oídos las palabras que aquellos hombres leyeron seguramente una y otra vez, y que tan apropiadas son para todos los seres humanos hoy, seamos religiosos o no: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda… Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada…”.

No solamente hay palabras de seria amonestación en este profeta, las hay también de gran esperanza para Israel: “Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones”, palabras realmente alentadoras para una tierra que a lo largo de la historia ha sufrido tanta desolación y sufrimiento.

Pero es más; el profeta pronuncia un oráculo cuyo alcance es para la humanidad entera. Leemos que vendrá un tiempo en que los pueblos “volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces”, expresión que encontramos reproducida en una pared de la Oficina Central de las Naciones Unidas, y que vemos representada también mediante una escultura que adorna dicho edificio: la de un herrero golpeando una espada.

Este anhelo de paz que debiera ser para todos los seres humanos, es contemplado como una realidad por el profeta Isaías. Miqueas, contemporáneo suyo, añadía a la visión anterior: “y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los atemorice”. Igual pronunciamiento hace el profeta Zacarías tras el exilio babilónico.

Desde Sefarad, y al inicio del año 2011 de la era común, es mi deseo que se convierta en realidad para Israel lo que representa esta imagen, que es con la que se describía el reinado de Salomón: “Y Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de su parra y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beer Sheva…”.

¡Shalom Israel!

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