El trágico final de George Gershwin

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George Gershwin era un músico popular, un compositor de canciones y musicales exitosos, pero también tenía una sólida formación académica que había cultivado con los músicos más notables de sus tiempos. Conoció a Serguéi Prokófiev, a Arthur Honegger, a Francis Poulenc y especialmente a Maurice Ravel, quien admiraba su capacidad de improvisación y solía escucharlo varias horas mientras ejecutaba el piano.

En febrero de 1937 Gershwin era mundialmente famoso, su ópera Porgy and Bess lo había consagrado como compositor y director de orquesta, a punto tal de ser invitado a dirigir la Sinfónica de los Angeles. En plena ejecución, su mente se puso en blanco y olvidó la partitura pero gracias a su oficio pudo continuar dirigiendo. Camino al hotel se quejó del olor a goma quemada, mientras expresaba cierto malestar y náuseas que se convirtieron en un terrible dolor de cabeza.

Gershwin atribuyó este dolor a la exacerbación de un malestar que lo había perseguido por años, su “estómago de compositor”, una especie de terror escénico que lo atormentaba periódicamente.


Después de esta crisis, sus ejecuciones al piano se hicieron “excéntricas” y la conducción de su automóvil peligrosa. Un día trató de empujar a un amigo con el coche en movimiento.

En junio de 1937, durante una cena a la que había sido invitado, no pudo sostener su tenedor ni servir su copa. Algo le estaba pasando.

Sus amigos insistieron en que consultara a un profesional y a fin de examinarlo fue admitido al Cedars of Lebanon Hospital y sometido a varios exámenes para descartar el origen orgánico de sus conductas. Sin embargo, después de tres días de estudios, Gershwin se resistió a que le hicieran una punción de líquido lumbar que, probablemente hubiese revelado el origen de su cuadro clínico.

MAL PRONOSTICO

Al negarse a dicho estudio, fue dado de alta bajo el diagnóstico tentativo de “histeria”. ¿Hubiese revelado la punción lumbar la presencia de un tumor? Probablemente sí, pero seguramente no hubiese cambiado el pronóstico. (Querido lector, usted no sabe lo afortunados que somos de contar con tomógrafos y resonadores, antes los diagnósticos en neurología eran imprecisos y tardíos).

A los pocos días, Gershwin entró en coma y en este estado fue internado en el mismo hospital. Debía ser intervenido a la brevedad. Para la cirugía fue convocado el doctor Harvey Cushing, célebre como neurocirujano, con varios cuadros clínicos que llevan su nombre (incluida la hipersecreción de corticoides), pero éste se había retirado y recomendó en su lugar a Walter Dandy.

El doctor Dandy se encontraba navegando por la bahía de Chesapeake, en donde fue localizado y transportado inmediatamente a un aeropuerto para abordar un avión privado. Sin embargo, el estado desesperante del músico, obligó al doctor Naffziger de San Francisco a realizar la cirugía que duró cinco horas. La anatomía patológica demostró que se trataba de un glioma, un tumor de alta malignidad.

Durante la intervención se pudo extirpar todo el tumor, pero las secuelas y las limitaciones que le quedaron hubiesen convertido la convalecencia en una “lenta muerte progresiva”. El músico falleció a las pocas horas de concluida la intervención.

Gershwin había estado en tratamiento psiquiátrico desde 1934. Cinco veces a la semana concurría a la consulta del doctor Gregory Zilboorg. Parte de su cuadro clínico, su “afección estomacal”, su nerviosismo, ¿fueron signos del compromiso cerebral por el tumor? Probablemente no. La cacosmia (oler feos olores) recién había comenzado en 1937, así que resulta difícil de atribuir estos desórdenes subjetivos al inicio de su enfermedad. Lo cierto es que Gershwin es una estrella más de esa constelación de ídolos, como Mozart, Bellini y Schubert, que dejaron de brillar cuando aún tenían mucho que entregar.

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