Mucho se ha comentado sobre el terremoto que sacude al mundo árabe y que en
pocas semanas ha logrado derribar mediante el arma de la imparable protesta
popular, a los regímenes de Túnez y Egipto. Más se hablará seguramente sobre el
tema porque las ondas sísmicas se han extendido a una diversidad de países que
si bien comparten la característica de ser gobernados por autocracias de larga
data, presentan desarrollos peculiares en virtud de sus condiciones específicas.
Estos últimos días Libia, Bahrein, Yemen y el no árabe Irán acapararon las notas
de prensa internacionales al ser objeto de sendas manifestaciones en las que las
masas exigen la dimisión de sus respectivos gobernantes.
Lo que resalta a primera vista en todos esos casos es que, a diferencia de Túnez
y Egipto, la respuesta de los cuerpos de seguridad está siendo mucho más
violenta, sin la contención relativa que caracterizó a las fuerzas armadas de
Ben Alí y Mubarak. La cifra de muertos y heridos va aumentando día con día en
Yemen, Libia y Bahrein, al tiempo que los canales de comunicación con el
exterior sufren de un bloqueo cada vez mayor. En el empobrecido Yemen el
gobierno del presidente Saleh ha ofrecido abandonar el poder sólo hasta la
celebración de las elecciones de 2013 pero ello no ha sido suficiente para
detener el clamor popular por el cambio inmediato. Libia, por su parte, ha
mostrado en las últimas horas la naturaleza brutal de Gadhafi y su régimen. El
excéntrico dictador que gobierna a ese país con mano de hierro desde hace 42
años no ha tenido ningún empacho en disparar contra los manifestantes para
sofocar las protestas derivadas del hartazgo ante la corrupción de una élite que
ha medrado desvergonzadamente con la riqueza petrolera de su nación en
detrimento de las mayorías, ajenas siempre a los beneficios de tal recurso.
Bahrein presenta sin duda otros rasgos. Si bien se trata de un pequeñísimo país
con abundante riqueza petrolera, poca población y aceptables indicadores
económicos, contiene un elemento específico bien explosivo.
Se trata del maltrato y desventajas sufridos por la mayoría chiita de la
población (70%), la cual resiente el abusivo dominio de la minoría sunnita
representada por el liderazgo de la dinastía Al Khalifa.
La represión ejercida por las fuerzas del orden tiende a agudizarse a medida que
las protestas arrecian debido a que los cuerpos de seguridad están constituidos
en su mayoría por mercenarios llegados de otras partes (paquistaníes por
ejemplo), sin ninguna empatía con quienes exigen los cambios.
Y está por último el caso de Irán, país musulmán pero no árabe donde el rigor
del régimen islamista de los ayatolas prevaleciente desde 1979 en que tomó el
poder, ha hecho insufrible la situación del pueblo, más aún a partir de la
presidencia de Ahmadinejad. Las protestas de mediados de 2009 a raíz de las
elecciones fraudulentas que permitieron a este personaje permanecer en la silla
presidencial se han recalentado ahora, pero tal parece que el régimen está
dispuesto a sofocarlas a sangre y fuego.
El aislamiento internacional del régimen le impulsa a ser totalmente insensible
ante la condena externa y por tanto no es de extrañar el brutal trato dispensado
en estos días a quienes protestan, incluida por supuesto la petición de los
parlamentarios pertenecientes al bando de Ahmadinejad de condenar a pena de
muerte a los otrora candidatos opositores a quienes se percibe como los líderes
morales de la revuelta.
Sin embargo nada está escrito, y aun en un caso como el iraní hay posibilidad de
que eventualmente el régimen caiga.
Si así fuera, ello sería un enorme triunfo del pueblo descontento, triunfo que
tendría la capacidad de eliminar al mayor factor desestabilizador de la región.
No hay que olvidar que Irán constituye a ojos tanto de Occidente como de la
mayoría de los países árabes la entidad más amenazante por sus designios de
exportar la revolución islámica mediante el terror. Su empeño en hacerse de un
arsenal atómico ha significado además de una amenaza a su entorno inmediato, un
impulso hacia la nuclearización de otros actores regionales, lo cual, en caso de
concretarse, sería capaz de generar un escenario verdaderamente pesadillesco.
Fuente: Excélsior
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