El Vaticano, el papa Francisco y los judíos

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COMISIÓN PARA LAS RELACIONES RELIGIOSAS CON EL JUDAÍSMO

«LOS DONES Y LA LLAMADA DE DIOS SON IRREVOCABLES» (Rm11:29)

UNA REFLEXIÓN SOBRE CUESTIONES TEOLÓGICAS EN TORNO A LAS RELACIONES ENTRE CATÓLICOS Y JUDÍOS EN EL 50° ANIVERSARIO DE «NOSTRA AETATE» (N°.4)


ÍNDICE

1. Breve historia sobre el impacto de «Nostra Aetate» (Nº.4) en los últimos 50 años
2. El estatuto teológico especial del diálogo Judío-Católico
3. La revelación en la historia como «Palabra de Dios» en el Judaísmo y en el Cristianismo
4. La relación entre Antiguo y Nuevo Testamento, Antigua y Nueva Alianza
5. La universalidad de la salvación en Jesucristo y la Alianza irrevocable de Dios con Israel
6. El mandato de la Iglesia de evangelizar en relación al Judaísmo
7. Las metas del diálogo con el Judaísmo

PREFACIO

Hace cincuenta años fue promulgada la Declaración «Nostra Aetate» del Concilio Vaticano II. Su artículo cuarto presenta la relación entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío en un nuevo marco teológico.

Las siguientes reflexiones intentan repasar con gratitud todos los logros alcanzados durante las últimas décadas en las relaciones judío-católicas y ofrecer un nuevo estímulo para el futuro. Destacando una vez más la naturaleza especial de esta relación —dentro del ámbito más amplio del diálogo interreligioso—, se examinarán cuestiones teológicas tales como:

  • La importancia de la revelación.

  • La relación entre la Antigua y Nueva Alianza.

  • La universalidad de la salvación en Jesucristo.

  • La perennidad de la Alianza de Dios con Israel.

  • El mandato de la Iglesia de evangelizar en relación con el Judaísmo.

Este documento presenta algunas reflexiones católicas sobre estas cuestiones, colocándolas en su contexto teológico, para que los miembros de ambas tradiciones religiosas puedan profundizar en su significado.

Importante: El texto no constituye un documento magisterial ni una enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica, sino sólo una reflexión, preparada por la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos. Aborda temas teológicos desarrollados a partir del Concilio Vaticano II y pretende ser un punto de partida para un ulterior pensamiento teológico, con miras a enriquecer e intensificar la dimensión teológica del diálogo judío-católico.

1. Breve historia sobre el impacto de «Nostra Aetate» (Nº. 4) en los últimos 50 años

1.1 «Nostra Aetate» (Nº. 4) puede catalogarse entre los documentos más decisivos del Concilio Vaticano II. Su impacto ha sido profundo al abrir una nueva dirección en las relaciones entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío. Anteriormente, existían grandes reservas mutuas, derivadas de una historia cristiana muchas veces percibida como discriminatoria hacia los judíos, incluso con intentos de conversión forzada (cf. Evangelii Gaudium, 248). Este trasfondo se agrava por una relación histórica asimétrica y, especialmente, por la tragedia de la Shoah, que llevó a la Iglesia a revisar profundamente sus vínculos con el Pueblo Judío.

1.2 El aprecio expresado en «Nostra Aetate» (Nº. 4) facilitó que comunidades antes distantes llegaran, con el tiempo, a considerarse compañeras confiables, e incluso amigas. El documento es reconocido como un pilar en la mejora de las relaciones católico-judías.

1.3 El Papa Pablo VI estableció, el 22 de octubre de 1974, la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos. Esta comisión, aunque dentro del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, opera con independencia para fomentar el diálogo con el Judaísmo. Su vínculo con el Consejo se justifica teológicamente por la separación entre la Sinagoga y la Iglesia, considerada como la primera gran división interna del Pueblo Escogido.

1.4 Ese mismo año, la Comisión publicó el documento Pautas y sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate (Nº. 4). Este subraya la necesidad de reconocer al Judaísmo en su propia identidad y de profundizar en el conocimiento de su tradición religiosa. También se enfatizan las raíces judías de la liturgia cristiana y se proponen acciones sociales conjuntas.

1.5 En 1985 se publicó el documento Notas para una correcta presentación de los Judíos y el Judaísmo en la predicación y la catequesis. Este documento, de enfoque más teológico y exegético, profundiza en la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la figura de los judíos en el Nuevo Testamento, las festividades litúrgicas comunes y también menciona la situación del Estado de Israel, que, aunque con diversas interpretaciones políticas, debe entenderse desde una óptica basada en el derecho internacional.

1.6 En 1998, la Comisión publicó Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah, en el que se reconoce que los 2000 años de relaciones judeo-cristianas presentan un saldo lamentablemente negativo. El documento reflexiona sobre la actitud cristiana ante el antisemitismo y enfatiza el deber de la memoria para construir un futuro donde no se repita el horror de la Shoah.

1.7 En 2001, la Pontificia Comisión Bíblica publicó El Pueblo Judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia Cristiana, un profundo estudio exegético-teológico que muestra el carácter fundamental de las Escrituras judías en la fe cristiana.

1.8 Más allá de los documentos, el diálogo cara a cara ha sido fundamental. Juan Pablo II fue pionero en gestos significativos hacia el Pueblo Judío: visitó Auschwitz, la Sinagoga de Roma y el Muro Occidental. Benedicto XVI continuó este camino, al igual que el Papa Francisco, quien mantiene una relación estrecha y amistosa con el Judaísmo, desde sus días como arzobispo en Buenos Aires.

1.9 Antes de establecerse la Comisión de la Santa Sede, ya existían contactos con organizaciones judías a través del antiguo Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Dado que el Judaísmo no es una unidad organizativa, se propuso crear un interlocutor común: el Comité Judío Internacional para Consultas Interreligiosas (IJCIC).

1.10 El IJCIC y la Comisión Vaticana han mantenido conferencias conjuntas desde 1971. La más reciente, en 2011 en París, celebró 40 años de diálogo institucional. El conflicto se ha transformado en cooperación, las tensiones se han reemplazado por un intercambio productivo y amistoso.

1.11 Otro canal de diálogo importante es con el Gran Rabinado de Israel, surgido tras la visita de Juan Pablo II en el año 2000. Desde 2002, se celebran encuentros anuales entre delegaciones católicas (obispos y sacerdotes) y rabínicas, tratando temas sociales, éticos, religiosos y ambientales. Estos encuentros han contribuido significativamente a fortalecer las relaciones con el Judaísmo Ortodoxo.

1.12 La Comisión no se limita a estos dos canales institucionales. También mantiene contactos con otras ramas del Judaísmo y apoya a las conferencias episcopales en promover el diálogo a nivel local. Un ejemplo es el “Día del Judaísmo” en varios países europeos.

1.13 Las últimas décadas han reforzado la convicción de que el diálogo judeo-católico no es opcional, sino un deber teológico. Cristianos y Judíos se enriquecen mutuamente. Separar al Cristianismo de su raíz judía pone en riesgo la universalidad del mensaje cristiano. Como afirma el Papa Francisco en Evangelii Gaudium (nº 249):

“Si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo, y la Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y Mesías, existe una rica complementación que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebrea y ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la Palabra, así como compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y el desarrollo de los pueblos”.

2. El estatuto teológico especial del diálogo Judío-Católico

  1. El diálogo con el Judaísmo asume para los Cristianos un carácter muy peculiar, dado que el Cristianismo posee raíces Judías (cf. Evangelii Gaudium, 247). A pesar de la división histórica y de los conflictos dolorosos surgidos de ella, la Iglesia no pierde la conciencia de su continuidad permanente con Israel. El Judaísmo no debe ser considerado simplemente a la par de otra religión; los Judíos son más bien nuestros «hermanos mayores» (Papa Juan Pablo II), nuestros «padres en la fe» (Papa Benedicto XVI). Jesús fue un Judío, que se sentía en casa siguiendo la tradición Judía de su tiempo, marcadamente formado en ese ambiente religioso (cf. Ecclesia in Medio Oriente, 20). Los primeros discípulos, reunidos a su alrededor, tenían el mismo patrimonio y estaban moldeados en su vida cotidiana por esa misma tradición Judía.

En su relación única con su Padre celestial, Jesús pretendió sobre todas las cosas proclamar la venida del Reino de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1:15). Dentro del Judaísmo existían muchas y muy diferentes ideas sobre cómo se realizaría el Reino de Dios; no obstante, el mensaje central de Jesús sobre el Reino de Dios concuerda con algunas concepciones Judías de su tiempo. No se puede entender las enseñanzas de Jesús o de sus discípulos sin colocarlas dentro del horizonte Judío: en el contexto de la tradición viviente de Israel. Y menos aún se podrían entender si se pensasen en contraposición a esa tradición.

No pocos Judíos de su tiempo vieron en Jesús la venida de un «nuevo Moisés», el Cristo prometido (el Mesías); y sin embargo, su venida provocó un drama cuyas consecuencias todavía hoy se sienten. Total y plenamente humano, un Judío de su tiempo, descendiente de Abrahán, hijo de David, formado por toda la tradición de Israel, heredero de los profetas, Jesús se presenta en continuidad con su Pueblo y con su historia.

Por otra parte, a la luz de la fe Cristiana, él es Dios mismo –el Hijo– y transciende el tiempo, la historia y toda realidad terrena. La comunidad de los que creen en él confiesa su divinidad (cf. Flp 2:6-11). En este sentido, él es interpretado como apareciendo en discontinuidad con la historia que preparó su venida. Desde la perspectiva de la fe cristiana, él lleva a cumplimiento la misión y la expectativa de Israel de una manera perfecta, al mismo tiempo que las supera y las transciende de una manera escatológica.

En esto consiste la diferencia fundamental entre Judaísmo y Cristianismo: en el modo de juzgar la figura de Jesús. Los Judíos pueden considerar a Jesús como perteneciente a su Pueblo, como un maestro Judío que se sintió llamado de modo particular a predicar el Reino de Dios. Que este Reino de Dios haya venido con él, como representante de Dios, sobrepasa la expectativa Judía.

El conflicto entre Jesús y las autoridades Judías de su tiempo no es en última instancia cuestión de la transgresión de esta o de aquella norma de la Ley, sino de la pretensión de Jesús de estar actuando con autoridad divina. Por ello, la figura de Jesús es y permanece para los Judíos «la piedra de tropiezo», el punto central del diálogo Judío-Católico. Desde una perspectiva teológica, los Cristianos necesitan para su propia autocomprensión referirse al Judaísmo de los tiempos de Jesús y también, hasta un cierto grado, al Judaísmo que se desarrolló a partir de aquel a través de los tiempos. De cualquier modo, dados los orígenes Judíos de Jesús, resulta indispensable para los Cristianos concertarse con el Judaísmo. Independientemente de la influencia mutua que, a lo largo del tiempo, haya tenido la historia de la relación entre el Judaísmo y el Cristianismo.

  1. Sólo por analogía, el diálogo entre Judíos y Cristianos puede calificarse como un «diálogo interreligioso», es decir, un diálogo entre dos religiones intrínsecamente separadas y diferentes. No es el caso de dos religiones, fundamentalmente diversas, que se confrontan entre sí, después de haberse desarrollado independientemente una de otra, sin influencia mutua. La tierra nutricia de ambos, Judíos y Cristianos, es el Judaísmo del tiempo de Jesús. Este no sólo originó al Cristianismo, sino también, tras la destrucción del Templo en el año 70, al Judaísmo rabínico post-bíblico, que desde entonces tuvo que sobrevivir sin el culto sacrificial, dependiendo exclusivamente para su desarrollo ulterior de la oración y la interpretación de la revelación divina tanto escrita como oral.

Así, Judíos y Cristianos tienen una misma madre y pueden ser considerados como si fueran dos hermanos que –como suele acontecer normalmente entre hermanos– se han desarrollado siguiendo direcciones diferentes. Las Escrituras del antiguo Israel constituyen una parte integral de las Escrituras del Judaísmo y del Cristianismo, entendidas por ambos como la palabra de Dios, la revelación, y la historia de la salvación. Los primeros Cristianos eran Judíos, que normalmente se reunían como parte de la comunidad en la Sinagoga, observaban las leyes sobre los alimentos, el Sábado, y el requisito de la circuncisión, mientras que al mismo tiempo confesaban a Jesús como el Cristo y Mesías enviado por Dios para la salvación de Israel y de toda la raza humana. Con Pablo, «el movimiento Judío de Jesús» descubre definitivamente otros horizontes y transciende sus orígenes puramente Judíos. Gradualmente prevalece su concepción de que un no-Judío no tiene que convertirse primero en un Judío para confesar a Cristo. Consecuentemente, en los primeros años de la Iglesia existían los así llamados Cristianos Judíos y los Cristianos Gentiles, la Ecclesia ex circumcisione y la Ecclesia ex gentibus, una Iglesia originada del Judaísmo y otra de los Gentiles, las cuales juntas constituían la una y sola Iglesia de Jesucristo.

  1. La separación de la Iglesia de la Sinagoga no aconteció bruscamente, incluso según algunas opiniones recientes, solo llegó a terminar cumplidamente hacia el siglo tercero o cuarto. Esto significa que muchos Cristianos del primer periodo no veían ninguna contradicción entre vivir de acuerdo con algunos aspectos de la tradición Judía y confesar a Jesús como Cristo. Sólo cuando el número de Cristianos Gentiles representó la mayoría, y las polémicas sobre la figura de Jesús se agudizaron en la comunidad Judía, la separación definitiva pareció inevitable. Con el tiempo, los dos hermanos, Cristianismo y Judaísmo, crecieron cada vez más separados, llegando a ser hostiles e incluso a difamarse mutuamente.

Para los Cristianos, los Judíos venían descritos a menudo como condenados por Dios y como ciegos, debido a su incapacidad de reconocer en Jesús al Mesías portador de salvación. Para los Judíos, los Cristianos eran considerados a menudo como herejes que no querían seguir más el camino trazado originariamente por Dios, prefiriendo seguir su propio camino. No es sin motivo que ya en los Hechos de los Apóstoles, el Cristianismo se denomina «el camino» (cf. Hch 9:2; 19:9,23; 24:14,22) en contraste con la Halacha Judía que determinaba la interpretación de la Ley para la conducta práctica. Con el tiempo, el Judaísmo y el Cristianismo se distanciaron cada vez más, llegando incluso a enredarse en conflictos crueles, acusándose mutuamente de haber abandonado el camino prescrito por Dios.

  1. Por parte de muchos Padres de la Iglesia, la así llamada teoría del reemplazo o sustitucionismo ganó un favor tan consistente, que en la Edad Media llegó incluso a representar la fundamentación teológica normal para la relación con el Judaísmo: las promesas y compromisos de Dios no se aplicarían más a Israel, porque no había reconocido a Jesús como el Mesías e Hijo de Dios, sino que se habrían transferido a la Iglesia de Jesucristo, que era ahora el verdadero «nuevo Israel», el nuevo Pueblo elegido por Dios.

No obstante ser originarios de una misma tierra, el Judaísmo y el Cristianismo, una vez separados, quedaron envueltos durante varios siglos en un antagonismo teológico que sólo llegó a disolverse en el Concilio Vaticano II.

Con su Declaración «Nostra Aetate» (Núm. 4)
La Iglesia profesa inequívocamente, dentro de un nuevo marco teológico, las raíces judías del Cristianismo. Mientras afirma la salvación por medio de una fe explícita —o incluso implícita— en Cristo, no cuestiona el amor continuo de Dios por el pueblo escogido de Israel.

Una teología del reemplazo o sustitucionismo —que opone entre sí la Iglesia de los Gentiles y una Sinagoga “rechazada” sustituida— carece de fundamento. Desde una relación originalmente íntima entre judaísmo y cristianismo se desarrolló un estado de tensión permanente, que tras el Concilio Vaticano II ha ido transformándose en un diálogo constructivo.

18. La Epístola a los Hebreos y la teoría del reemplazo

  • Contexto: La Epístola no va dirigida a los judíos, sino a cristianos de origen judío que se sentían agobiados.

  • Finalidad: Fortalecer su fe proponiendo a Cristo como sumo sacerdote y mediador de la Nueva Alianza.

  • Contrast e de alianzas:

    • Primera Alianza = “anticuada, caduca y condenada a perecer” (Hb 8:13).

    • Segunda Alianza = “eterna” (Hb 13:20).

  • Referencia: Jeremías 31:31‑34 (Hb 8:8‑12).

  • Enseñanza: No demuestra la falsedad del Antiguo, sino su validez y cumplimiento en Cristo.

19. «Nostra Aetate» y el trato con todas las religiones

  • Aun cuando Juan XXIII quiso un “Tractatus de Iudaeis”, se incluyeron todas las religiones mundiales.

  • Artículo 4: centro del documento y “corazón” teológico, pues establece la relación privilegiada con el judaísmo y al mismo tiempo consiente un tratamiento uniforme de las demás religiones.

  • El judaísmo actúa como catalizador para definir el diálogo con las otras confesiones.

20. Diálogo «sui generis» con el judaísmo

  • El judaísmo no es para los cristianos “otra religión” cualquiera, sino el fundamento de su propia fe (cf. Hch 4:11; 1 P 2:4‑8).

  • Se trata de un diálogo intra‑religioso: dos hermanos —judaísmo y cristianismo— nacidos de la misma “madre” (la tradición israelita), que solo con reservas cabría llamar “interreligioso”.

  • Cita (Sinagoga romana, 13 abril 1986, Juan Pablo II):

    “La religión judía no nos es ‘extrínseca’, sino ‘intrínseca’ a nuestra religión… Se podría decir que sois nuestros hermanos mayores.”

3. La revelación como «Palabra de Dios»

21. En el Antiguo Testamento se traza el plan salvífico de Dios para Israel:

  • Llamada a Abraham (Gn 12ss).

  • Liberación de Egipto y Alianza en el Sinaí (Ex 13ss; 19ss).

  • Ley como instrucción de vida (Ex 20; Dt 5).

22. Israel, frágil en su fidelidad, es sostenido por la misericordia divina y un “resto” fiel (Dt 4:27; Is 1:9).

23. La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios (Nost. Aet. 4), pero no sustituye a Israel.

“Aunque la Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como réprobos y malditos…” (Nost. Aet. 4).

4. Antigua y Nueva Alianza

27. La Alianza con Israel es irrevocable (Nm 23:19; 2 Tm 2:13). La Nueva Alianza no anula las primeras sino que las cumple y reinterpreta.

28. La unidad de judaísmo y cristianismo se sustenta en el Antiguo Testamento, entendido por ambos como “Palabra de Dios”. Tras Marción (siglo II), la Iglesia rechazó toda disociación y proclamó la “concordia testamentorum”.

29‑32. Padres de la Iglesia (Agustín, Gregorio Magno) enseñaron la interdependencia de ambos Testamentos. La exégesis cristológica y la rabínica surgieron tras el 70 d. C., y el diálogo moderno reconoce su “rica complementación” (Evangelii Gaudium 249).

5. Universalidad de la salvación en Cristo

35. No hay “dos vías” de salvación: Cristo es mediador universal (Hch 4:12).

36‑37. Pablo en Romanos 9‑11 niega que Dios haya repudiado a Israel:

“Que los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rm 11:29).

El misterio de cómo los judíos participan de la salvación sin confesar explícitamente a Cristo queda en el «abismo insondable» de la sabiduría divina (Rm 11:33).

6. Mandato de evangelizar

40‑43. La “misión a los judíos” —muy sensible— exige testimonio humilde, reconociendo su Palabra de Dios y la tragedia de la Shoah.

  • Evangelizar sin prosélitismo.

  • Testimonio de vida y caridad (Ad gentes 7).

  • Jesús envió primero a sus discípulos “a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 10:6) y luego “a todas las naciones” (Mt 28:19).

7. Metas del diálogo judío‑católico

44. Profundizar el conocimiento recíproco, especialmente en exégesis bíblica.

45. Incorporar «Nostra Aetate» y sus textos de aplicación en la formación de sacerdotes y en la educación católica.

46‑48. Compromiso conjunto por la justicia, la paz, el cuidado de la creación y la lucha contra el antisemitismo, recordando la Shoah.

49. Colaboración en obras de caridad: el ejemplo de 2004 en Argentina (IJCIC y la Comisión Vaticana repartiendo víveres).

“Judíos y Cristianos… como hijos de Abraham, a ser bendición para el mundo…” (Maguncia, 17 nov. 1980).

10 diciembre 2015

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