El vidente

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Los casos criminales y las desapariciones de personas atraen frecuentemente a videntes deseosos de ayudar a la policía a resolverlos. Pero ninguno de ellos ha alcanzado la notoriedad y la eficacia del holandés Gerardo Croizet (1909-1980) quien durante treinta años llevó una extraña existencia como conejillo de laboratorio, curandero y consultor voluntario en los casos de desapariciones de personas, accidentales o criminales.

Sus poderes paranormales se manifiestan desde la edad de seis años y ocurre durante toda su infancia, desdichada y marcada por una salud deficiente. Después de la Segunda Guerra mundial, durante la cual es encerrado en dos oportunidades en un campo de concentración, se convence de que su talento de clarividente puede, por fin, dar algún sentido a su hasta entonces triste vida.

Un día asiste a una conferencia dada por un famoso parasicólogo, el profesor Tenhaeff, de la Universidad de Utrecht, y le propone servirle de sujeto de experimentación. Así comienza una asociación ininterrumpida entre ambos hombres. En marzo de 1949, la justicia holandesa pide al profesor Tenhaeff que envíe a alguno de sus médiums al tribunal de Hertogenbosch para ayudar en un tenebroso asunto de asesinatos de menores. Antes de llegar al tribunal, Croizet hace a Tenhaeff un resumen indicando las grandes líneas del caso. Los detalles que entrega, todos verdaderos, aunque no conducen a la condena del principal sospechoso, asombran a los jueces y a los policías, quienes no dejarán de pedir su ayuda hasta su muerte.


Entre los centenares de casos en los cuales intervino Gerardo Croizet, hay dos que resumen muy bien sus dones de vidente excepcional. El primero sucedió en febrero de 1961 cuando una niña de cuatro años, Edith Kiecorious, desaparece en Nueva York. La policía que sospecha que ha sido raptada por una mujer que viajó enseguida a Chicago, solicita la venida del holandés. Pero él rehúsa y pide, en cambio, una foto de la niña y un plano de Nueva York. Por teléfono les revela que la niñita está muerta y describe con toda precisión el lugar en donde fue vista con vida por última vez, así como al asesino. Sobre esta base, confirmada por otras fuentes, la policía abandona la pista de Chicago y vuelve a buscar en Nueva York en el barrio descrito por Croizet. Finalmente encuentra el cuerpo torturado de la niña y también al asesino, que corresponde exactamente al retrato entregado por el vidente.

En abril de 1963 un joven desaparece en La Haya. Nuevamente consultado Croizet por teléfono, dice que ha muerto ahogado y que se encuentra cerca de un puente. El 19 de abril describe con mayor precisión el lugar en donde se ahogó, pero revela que el cuerpo ha derivado en las aguas y que será encontrado el martes siguiente dos puentes río abajo. Los diarios de La Haya publican esta información y el día señalado (23 de abril) se encuentra por fin el cuerpo en el sitio indicado.

Aunque su fama mundial le produce enorme satisfacción, Croizet no obtiene ninguna recompensa pecunaria de su talento. Reparte su tiempo entre su casa, transformada en una especia de consultorio médico, donde ejerce su don de curandero, y el laboratorio del profesor Tenhaeff, donde sus facultades de precognición son examinadas continuamente a lo largo de los años. Croizet cuenta que sus visiones le llegan bajo la forma de imágenes y que lo ayuda muchísimo la presencia de un objeto que haya pertenecido a la persona desaparecida. Por extraño que parezca, estas imágenes, que son en blanco y negro cuando la persona está viva, se vuelven de color si ésta ha muerta. Sucede a veces que tienen una realidad tan sobrecogedora que queda choqueado.

Prefiere ocuparse de desapariciones accidentales más que de los asesinatos, porque tiene temor de acusar a alguien inocente por error. Los archivos demuestran que su éxito para encontrar a las víctimas alcanza un 80% de los casos, pero el propio Croizet dice que en un 90% de los casos de asesinato que ha investigado no ha podido descubrir al culpable a pesar de que ha entregado indicios importantes a la policía.

Un aspecto desconocido de la interacción entre los fenómenos sicológicos y las actividades de la policía lo constituye lo que se podría llamar “la denuncia onírica” que se trata de un fenómeno raro, pero que muestra hasta que punto el mundo de los sueños sigue siendo un terreno desconocido. El 12 de enero de 1928, cerca de Mount Morris, en Michigan, se encontró el cuerpo violado y atrozmente desmembrado de una niñita de cinco años, no muy lejos del lugar en donde se había atascado en el lodo un automóvil. Un hombre había ayudado al conductor a salir de allí y entrega detalles bastante precisos de éste y del auto, pero la policía no logra encontrar a ninguno de los dos. El pánico cunde en el estado y el día del entierro de la pequeña, el joven Harold Lotridge se despierta bruscamente a unos cincuenta kilómetros de allí con el nombre del asesino grabado en la mente. Se trata de Adolfo Hotelling y es un hombre muy devoto a quien él conoce. Pero efectivamente es el asesino y reconoce haber cometido otros dos crímenes similares.

Otro caso resuelto por medio de un sueño fue el asesinato de W.C. Smith cometido el 10 de enero de 1942 en Wadley, Georgia. El cadáver fue encontrado detrás de unos matorrales con un disparo de fusil. Dos semanas después la investigación se estanca pero la hija de la víctima, de ocho años de edad, cuenta que su padre ha venido en sueños a revelarle las circunstancias de su asesinato, el nombre de sus tres asesinos y el lugar donde han arrojado el fusil y su billetera vacía. La policía la encuentra y termina por capturar a un negro y dos blancos de quienes no había sospechado hasta entonces.

En la primavera de 1955, también en Georgia, cerca de Sylvester, desapareció una mujer llamada María Cooper y a pesar de las búsquedas es imposible encontrarla. El tiempo pasa hasta que una mañana una joven llamada Ella Weston entra a la oficina del sheriff y le cuenta que ha soñado dos veces, durante la misma noche, una casa en ruinas y descubre, bajo el heno, el cadáver mutilado de una mujer. El sheriff y sus ayudantes encuentran finalmente el cuerpo en el estado descrito por Ella, bajo el heno, en una vieja casa y en efecto, el marido no tarda en confesar su crimen.

Estemos alertas, a lo mejor por medio de un sueño -al que tal vez no demos importancia- ayudemos a desfacer un entuerto.

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