Elecciones anticipadas en Israel: marzo 2015

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Los israelíes fueron a las urnas en enero de 2013 para elegir gobierno, y poco más de dos años después de esa fecha lo volverán a hacer. El próximo martes el Parlamento israelí aprobará oficialmente la disolución del actual cuerpo gobernante para iniciar así el periodo de campaña electoral, que se prolongará hasta marzo, cuando se celebren finalmente las nuevas elecciones. ¿Qué detonó este proceso de fin prematuro de un gobierno al cual le quedaba aún más de un bienio de gestión? La evidencia señala que fue el propio premier Netanyahu quien optó por tal camino, tanto porque le resultaba gravoso seguir operando con dos partidos socios de su coalición que no concordaban con todas sus líneas políticas y económicas, como por el cálculo de poder armar mediante los resultados de nuevos comicios, una coalición más cómoda para la visión que él y sus seguidores sustentan con relación al futuro de Israel.

En los dieciocho meses que lleva la gestión actual de Netanyahu se han registrado múltiples acontecimientos, iniciativas y proyectos que muestran que el régimen se ha inclinado cada vez más hacia un extremismo de derechas para el cual dos de sus socios —el partido Yesh Atid, comandado por el ministro de finanzas Yair Lapid, y el partido Hatnuá, encabezado por la ministro de justicia Tzipi Livni— le significaban obstáculos. De ahí que Netanyahu decidiera despedirlos en función de la negativa de ambos a plegarse a las posturas del resto del gobierno en los temas de la aprobación de la controvertida ley del Estado nacional judío y del manejo fiscal en la cuestión de las compras de propiedades inmobiliarias por parte de parejas jóvenes que por primera vez pretenden adquirir uno de esos bienes. Tal disidencia de Lapid y Livni fue la justificación para su despido con lo cual automáticamente el gobierno se desmoronó al no contar ya con la mayoría necesaria para seguir funcionando.

Con esa decisión Netanyahu se ha lanzado a jugar la apuesta de conseguir mediante los nuevos comicios una coalición distinta y más afín a su línea para consolidarla y gobernar así con mayor comodidad. Sin embargo, es claro que una vez que las piezas políticas han entrado en la dinámica incierta de nuevos acomodos, los posibles escenarios a futuro se multiplican. Las especulaciones empiezan a fluir, y con ellas los cálculos diversos de cómo podrían quedar las cosas en el nuevo ordenamiento político que emergerá de los resultados de las urnas.


Predomina por ahora la percepción de que Netanyahu, acompañado de su partido, el Likud, bien podría permanecer en el puesto, pero comandando una coalición distinta en su naturaleza de la que acaba de disolverse, probablemente con la incorporación de los partidos religiosos ultraortodoxos que hasta ahora estaban en la oposición. De ser así, y de conservarse la participación de la mayoría de las fuerzas de derecha que han acompañado a Netanyahu en la gestión que concluye, Israel quedaría bajo el mando de un gobierno tan o más cargado a la derecha que el que ha funcionado en los últimos 18 meses. Las consecuencias de ello de cara a un proceso de paz con los palestinos, al funcionamiento democrático del país y a las relaciones con la comunidad internacional serían nefastas. Pero también se abre la oportunidad de que las fuerzas liberales y de centroizquierda consigan superar su fragmentación y logren convencer y atraer a la gran mayoría de electores indecisos para así conjurar el riesgo de un deterioro mayor de la vida nacional israelí. El éxito o fracaso al encarar este reto, aunado a lo que en el curso de los próximos tres meses pueda ocurrir en esa zona específica y en el mundo en general, serán esenciales para definir el carácter del gobierno que regirá a Israel en los próximos años.

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