Debo acentuar el término primeras pues en las actuales circunstancias apenas cabe imaginar un escenario que puede asegurar la continuidad del equilibrio político y económico del país. De momento, buena parte de los actores de la cuarta contienda electoral que ayer tuvo lugar en este país apenas se inclina a esconder el desencanto y la confusión.
Veamos primero el caso de Netanyahu. Estaba absolutamente convencido de que la suma de los empeños en el combate al covid-19, el desalojo de Benny Ganz de cualquier decisión importante en materia gubernamental, la alianza con sectores neokahanistas, y las promesas al electorado árabe que representa a un quinto de la población le otorgarían el triunfo definitivo. Pero el resultado le confunde y decepciona.
No pocos piensan que en estas circunstancias no podrá concertar un entendimiento que le permita seguir gobernando sin tropiezos políticos o jurídicos. Por ejemplo, si los imperativos de la razón y de la honestidad aún son válidos, un neokahanista jamás aceptará compartir asiento ministerial con un árabe o con un ministro que tiene preferencias sexuales desiguales. Pero sin ellos – Bibi no puede levantar gobierno.
Cabe apuntar, en segundo término, el infeliz caso de Guidón Saar. Después de numerosos años en el Likud como ayudante personal de Netanyahu, resolvió abandonar el partido seguro de obtener un lugar decisivo en una coalición gubernamental. Pero los resultados le son ingratos. Se estima que apenas tendrá peso en la Knesset si no cristaliza entendimientos con factores que de momento le son hostiles.
Finalmente, el relieve obtenido por Ganz y por el partido Meretz más allá de los pronósticos en su contra prueban que el público elector es capaz de revelar un justo equilibrio. Si estas agrupaciones aciertan a bordar un entendimiento con líderes como Yair Lapid e – incluso- con Guidón Saar fortalecerán, desde la oposición, el fluido ejercicio del sistema democrático en el país.
Un cuadro que ganará claridad en los próximos días.
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