Elogio de la caja de madera

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Soy hijo de un militar republicano. Condenado a muerte en 1939 y que ya antes lo había sido a cadena perpetua cuando, en 1930, fracasó el golpe de los jóvenes oficiales de Jaca, en el cual él, teniente entonces, participaba. Recuerdo con admiración su castrense desprecio, tanto hacia la retórica heroica cuanto hacia la sentimental o victimista. Un desprecio que cifraba en esta definición del oficio, cuyo corte estoico es innegociable: un militar, cuando muere en combate, no está haciendo más que justificar su sueldo. Lo demás sobra y es obsceno. Para aquel que elige la carrera militar, morir es nada. Una nada a la cual apostó su vida. No es la hora de quejarse cuando la partida acaba y el envite es cobrado.

Escucho, ahora, la voz infinitamente necia de un demagogo metido a “revolucionario populista”, ese oxímoron. El líder supremo de Podemos estaba reprochando a Albert Rivera que se hubiera atrevido a “pedir tropas, tropas, tropas”, para derrotar al yihadismo sobre el territorio en el cual –merced al incalificable abandono militar de Irak por Barak Obama– el yihadismo se ha hecho fuerte y ha creado un Estado hostil a cuanto no sea coránico; un Estado, también, poderosamente financiado por el petróleo. Para el señor Iglesias, enviar el ejército a combatir a un enemigo que, sin ninguna ambigüedad, ha declarado la guerra a quienes no se plieguen a la voluntad de Alá, es “jugar con la vida de soldados españoles” y apostar, “a la ligera”, por que estos “vuelvan en cajas de madera”.

Ahora que el señor Iglesias cuenta en su equipo directivo con un soldado profesional del nivel máximo, no debiera resultarle muy difícil enterarse de que –desde que un Aznar que no le es, creo, muy simpático suprimió el servicio militar en 2001– el ejército español está exclusivamente formado por profesionales. De diverso grado y jerarquía, pero idénticos en cuanto a oficio. El general que dirigió los bombardeos españoles sobre Libia sabrá explicarle que a un soldado profesional no lo exalta la posibilidad de “volver en una caja de madera” a casa. Ni le desasosiega. Un soldado profesional hace su trabajo. Retorne vivo o muerto. Ése es su honor. Y esa es la gloria, difícil de asumir, de lo castrense. Pero nadie, absolutamente nadie, está obligado hoy en España a abrazar tal carrera.


La guerra es una determinación horrible de la condición humana. Pero es una determinación. A no ser que uno prefiera apostar por el desvalimiento del que hacía exhibición el último manifiesto yihadista contra Francia: haced como Zapatero y rendíos. Y sed siervos del islam. Y quedad a la merced de lo que vuestro vencedor imponga. Aquel que no está dispuesto a responder a la guerra con la guerra, es ya menos que un cadáver.

“Si hay soldados españoles que puedan jugarse la vida, a lo mejor hay que hacer un referéndum”, dice don Pablo Iglesias. Un referéndum. Como aquel en que sus colegas convirtieron las elecciones del año 2004: rendición por plebiscito.

¿Qué piensa un antiguo Jefe del Estado Mayor de la Defensa al escuchar esas obscenidades en boca de su actual jefe? Él lo sabrá. Yo sé muy bien lo que hubiera pensado un viejo militar republicano, estoico ante la cadena perpetua, estoico ante la pena de muerte. Ni la vida ni la muerte de un militar profesional le pertenecen. Ha renunciado a ellas desde el instante mismo en que apostó por la difícil vocación de la milicia. Y todas las retóricas –las pacifistas como las belicistas– son obscenas frente al peso de esa apuesta.
Photo by jasonwoodhead23

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