Cada día son más las personas que se arrojan literalmente al mar con tal de llegar a las costas españolas para conseguir trabajo o poderse alimentar, y cuanto más gente llega menos se sabe qué hacer con ella. Es un problema que concierne a Europa toda y no solamente a España, y del cual el principal responsable es Marruecos. Su inoperancia, su retraso, su pobreza. A muchos nos cuesta creer que las riquezas de que dispone el insolidario mundo árabe, capaz de dar dinero pero no de ceder poder y compartir gobierno, no hayan servido en éstos, para ellos, buenos años de ganancias petrolíferas, para mejorar la vida de sus conciudadanos y alcanzar un nivel de existencia por lo menos aceptable. La cara oculta de esa miseria innumerable es Puerto Banús. La cien fincas de los jeques ricos, con sus griferías de oro y sus mármoles, hermanos de fe de los pobres pero poco más. Un día en la vida de esos ricachos, sus gastos y derroches, en dinero, equivalen al presupuesto diario de aldeas enteras en el Magreb, es decir a la comida de cientos y tal vez miles de personas.
¿Por qué, entonces, los señores del petróleo no hacen nada por los suyos? ¿Por qué Gadaffi regaló millones a los que colocan bombas o esgrimen armas pero no dio nada para la educación y sanidad en Argelia, por ejemplo? La prensa y la televisión nos muestras los rostros subsaharianos de los afortunados que han conseguido llegar a las costas españolas. Son caras que expresan estupor pero que, sin embargo, no muestran trazos de estar famélicas o desesperadas. Tal vez las peores, las más dramáticas están al caer, ya que quien primero se larga del naufragio es el que más fuerzas tiene para hacerlo. Sorprenden las mujeres embarazadas, que cuentan con despertar piedad y compasión. Y es sólo el comienzo, puesto que el inmovilismo social, la corrupción y la violencia endémica impiden que los países del norte de Africa se hagan cargo, como correspondería hacerlo, de sus pobladores, proporcionándoles un trabajo justo y vivienda. Ante la dimensión de este problema humano las ONG no sirven de gran cosa, ni nuestra buena voluntad. Es allí que debe hacerse algo, comenzando por la educación. Mientras tanto, en las plazas de Barcelona acampan los búlgaros y sobreviven de lo que encuentran en la calle. La Europa que con mucho sacrificio ha alcanzado sobrios cuando no espléndidos niveles de vida para todos se ve asaltada por sus hermanos del este, hijos de la desesperación, herederos de la falsa verdad comunista. Nada es sin esfuerzo, nada es sin cooperación.
Los que ahora yacen en el fondo del mar, y los que morirán mañana cruzando el estrecho, habrán soñado con un Paraíso que hubiesen podido construir en sus propios países.
Pero la historia del ser humano es la de su necedad, estupidez y egoísmo. Como dejó dicho Shakespeare, much to do about nothing. Mucho ruido y pocas nueces. Y nos hacen más falta nueces que ruido.