Los mexicanos hemos experimentado en estos últimos meses una situación inédita dentro de la vida política del país. La integración del PAN, el PRI y el PRD en una alianza electoral para frenar la concentración de poder en manos de Morena rompió con los esquemas tradicionales a los que estábamos acostumbrados. A pesar de divergencias programáticas y de antiguos y nuevos rencores, estas formaciones partidarias, como rivales que han sido a lo largo de la vida democrática de México, decidieron cerrar filas en muchas candidaturas, a fin de conjurar el peligro que significa el posible afianzamiento de la clara pulsión autocrática que revelan AMLO y los partidos afines a él.
Curiosamente, algo parecido ha sucedido en Israel en estos últimos días. No antes de las elecciones, como ha sido en México, sino después. En virtud de la naturaleza del sistema político con el que se maneja Israel, siempre hay la necesidad, tras los comicios, de que el partido que obtiene más curules tenga que negociar alianzas para armar una coalición gobernante que sume al menos 61 bancas, ya que el parlamento israelí está compuesto de 120 escaños.
Las elecciones celebradas el 23 de marzo, en las que el partido Likud, encabezado por el primer ministro Netanyahu, obtuvo 30 bancas, le permitieron a éste ser designado para armar una coalición. Sin embargo, al no lograrlo en el curso del plazo concedido, le tocó el turno al líder del partido Hay Futuro, Yair Lapid, encabezar el segundo intento. La misión parecía imposible, ya que quienes no habían accedido a aliarse con Netanyahu, y eran por tanto los posibles aliados de Lapid, son partidos extremadamente disímbolos en cuanto a ideologías, programas e incluso identidad étnico-religiosa. Que Lapid lograra poner de acuerdo en un proyecto político común a tan variopinto elenco era una tarea hercúlea.
La gran sorpresa ha sido que media hora antes de que venciera el plazo dado a Lapid para entregar resultados al presidente Rivlin, pudo anunciarle que lo había logrado. Ocho partidos, que en México describiríamos como de dulce, chile y manteca, se habían puesto de acuerdo, a pesar de sus extremas diferencias. ¿Qué fue lo que los aglutinó? Una sola cosa: su férrea convicción de que Netanyahu tenía que dejar el mando del país, no por una, sino por múltiples razones. Doce años consecutivos de su liderazgo, su abuso del poder, la polarización nacional que siempre promovió, los cargos de corrupción por los que actualmente está sometido a juicio, sus traiciones personales a muchos de sus colegas de partido que decidieron fugarse y ahora están dentro del bloque opositor, y la erosión a la que sometió a las instituciones más apreciadas dentro del país, fueron parte de lo que cimentó al bloque opuesto a él.
Este nuevo gobierno, que ya se presentó ante el presidente Rivlin, ofrece peculiaridades notables: el puesto de primer ministro será rotatorio y no será Lapid quien lo ocupe durante el primer bienio, sino Naftalí Bennett, a quien Lapid le cedió los dos primeros años de la gestión, con tal de que éste y su partido ingresaran a la coalición. Y otra cosa más. Entre los ocho partidos que lograron sumar 61 bancas, apenas al filo de la navaja, hay formaciones de derecha nacionalista, de centro, de izquierda, e incluso una, el partido islamista árabe de nombre Raam, cuya incorporación destaca por ser ésta la primera vez en la historia de Israel que un partido árabe se integra a una coalición de gobierno.
Al respecto hay que hacer notar que Raam fue cortejado por Netanyahu para sumarse a él cuando el premier intentó armar su coalición, pero el asunto no cuajó porque los compañeros extremistas de Netanyahu se negaron a aceptar el ingreso de un partido árabe a su alianza.
Por lo pronto, hay en el panorama una incertidumbre de corto plazo, de si en el lapso que resta para que el gobierno quede juramentado y plenamente reconocido en el parlamento o Knéset —que puede teóricamente ser de hasta 12 días— no habrá algún chapulineo hacia el bando de Netanyahu que desbarate a este gobierno en ciernes. Y por supuesto otra incertidumbre es cómo funcionará esta coalición en la que han quedado como socios y colaboradores políticos quienes jamás imaginaron verse trabajando juntos. No cabe duda, tanto AMLO como Netanyahu han sido capaces de provocar lo inimaginable: que se logren mezclar el agua y el aceite como mecanismos de protección y defensa contra esos dos personajes políticos y lo que representan.
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