“En la guerra, todos pierden”, decía mi abuela

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Mi bobe (abuela) materna (Z’L’)* se llamaba Dina, en castellano, ruso e yiddish, aunque sus coetáneos le decían “Dinque”, tal vez siendo inclusivos antes de tiempo. Creció con el siglo XX, ya que había nacido en 1904.

Fue quien me enseñó a leer en un idioma que ella misma no dominaba, y entonces me decía, mirando las letras y dibujos del libro Upa: “eme-a: ‘ma’; eme-a: ‘ma’; todo junto: ‘mamushka’” (o sea “mamá” en ruso). Y fue quien me hizo sentir que la mejor golosina a la que uno podía aspirar en la merienda (o en el desayuno) era el pan con manteca y anchoas (se me sigue haciendo agua la boca de solo nombrarlo).

Mi bobe desconocía absolutamente la existencia de algo llamado feminismo, pero les transmitió a sus dos hijas mujeres (y a su hijo varón también, pero eso no era novedoso) que cada uno tiene que producir lo que necesita, y la importancia de ser profesional (estamos hablando de la década del 40). Y, de hecho, ambas hijas fueron odontólogas.


Como no dominaba (y eso, siendo generosos) la lengua castellana, podía decir “postigo” por “testigo”; “hacer una volta” por “dar una vuelta”, “jeniero, jitecto”, por “ingeniero, arquitecto”, y creía que “matón” era quien tomaba mucho mate, o que la calle donde vivía mi tía era “Iomilio Mitre” (por “Emilio Mitre”). Pero atiborraba a sus nietos (incluido quien esto escribe) de la necesidad de leer, leer y leer, porque “lo que vos sepas, nadie te lo puede quitar” (y lo decía antes de Internet, las fake news y todo eso), mientras cubría la mesa de latques de papa, knishes de papa, varéniques de papa, ñoquis de papa, y hasta deliciosas facturas, que no eran de papa, pero también las amasaba ella misma, y las llevaba a hornear en la panadería de la esquina.

No entendía mucho de religión, y eso que su padre era rabino (bueh…, un rabino que le decía: “No hay que rezar mucho. ¿Quién te creés que sos para que Dios te preste atención todo el tiempo a vos?”).

Tampoco sabía lo que era el peronismo, pero tenía una “ideología” muy peculiar: “Todo el mundo tiene que comer… mucho”. No paraba de repartir comida, y si cuando te servía la quinta porción le decías: “No me preguntaste si quiero más o no”, respondía: “Al enfermo se le pregunta, al sano se le da”.

Gracias a mi bobe, desde muy chico comprendí que Europa Oriental fue, es y tal vez será un conflicto imposible de resolver. Uno se acostaba a dormir en un país y se despertaba en otro sin moverse de su cama. Cuando yo le preguntaba: “¿Vos de que país viniste?”, me respondía: “Cuando vienen los rusos, es Rusia; cuando vienen los alemanes, es Alemania; cuando vienen los polacos, es Polonia; y si vienen los cosacos, ¡rajemos, que es un pogrom [saqueo, persecución, violencia]!”.

En ese sentido, el querido y recordado Jorge Schussheim (Z’L’) decía en uno de sus cuentos: “Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, tenían que recomponer el límite entre Rusia (URSS) y Polonia, y era muy complicado. Pero ocurrió que ambos cancilleres eran judíos, y tomaron en cuenta que los judíos rusos amaban la sal y la pimienta, mientras que los polacos preferían ‘lo dulce’. Entonces, iban casa por casa, en la zona en conflicto, y preguntaban: ‘Vos, al guefilte fish [pescado relleno], ¿le ponés azúcar o sal y pimienta?’ y, según la respuesta de cada uno, su casa pasaba a ser parte de Rusia o de Polonia”.

Por eso no me extrañaba que, en las charlas de mi infancia, la bobe dijera que ella era “rusa blanca” (Bielorrusia), que hablaba el ídish y comía como los lituanos, que su pueblo pertenecía a una provincia de Polonia, y que el que gobernaba era “el zar Nicolai” (Rusia). Y lo decía con total naturalidad.

Sospecho que mi bobe entendería sin necesidad de leer profundos ensayos (y sin el tiempo para leerlos: entre limpiar, cocinar, criticar y preocuparse por sus hijos y nietos se le iban 40 horas por día) lo que está pasando ahora. Después de una serie de pequeñas tosecitas –su manera de mostrar angustia–, diría: “En la guerra, todos pierden”, empuñando otro mate amargo con la mano izquierda, sin parar de amasar unos ñoquis de papa con la mano derecha.

* Z’L’ es la abreviatura de una bellísima expresión hebrea, “Zijarón Leibrajá”, que, traducida al castellano, significa “Bendita sea su memoria” o bien “Bendito sea su recuerdo” y cumple una función equivalente al “QEPD” (castellano) o el “RIP” (latín).

Sugiero acompañar esta nota con el video “Pelotuditis” de RS Positivo (Rudy-Sanz):

 

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