No es una crisis británica. Es la crisis de Europa. Los británicos han sido el catalizador. Pero el germen estaba en el nacimiento de la UE. Se precipita ahora.
El proyecto de Mitterrand y Kohl lo fue a la desesperada. La Guerra Fría había terminado. Francia y Alemania alzaban acta de un dato: Europa caminaba hacia la irrelevancia mundial. En lo económico, la productividad europea se revelaba como una de las más bajas del planeta. En lo militar, cuarenta años de tutela estadounidense habían proporcionado a los europeos un ahorro en inversión bélica que ahora se volvía peligroso. Todo debía ser rehecho, si se quería salvar el confort europeo. La formación de la UE, era ineludible. Y la implantación de una moneda única había de ser su condición y su símbolo. Pero una economía unificada no es nada sin unificación política. La ficción de una UE que posee un parlamento pero no es una nación, y que, de hecho, rige un alto funcionariado no electo, ha sido insostenible. Los británicos alzaron anteayer acta de esa paradoja.
Tras su salida, la brecha se ensanchará. Marine Le Pen y los congéneres europeos –a izquierda como a derecha– de Podemos tienen su ocasión de oro. La que Iglesias proclamaba antes de su electoral retórica angélica: “el abandono del euro y la devaluación” eran la cura que proclamaba en 2013 (https://www.youtube.com/watch?v=H59icqt98fs ). Podrá ahora contar para ello con el consenso del FN francés y de sus socios en Holanda, Austria, Grecia… La Europa de 1933 estará de vuelta. Y entraremos en la zona del más alto riesgo.
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