Entrevista a Mariana Frenk-Westheim Z”L

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Mariana Frenk-Westheim (1898-2004). Testigo de tres siglos, a los 106 años se despidió la primera traductora de la obra de Juan Rulfo al alemán. Nacionalizada mexicana desde 1936, su olfato literario la atrajo hacia las obras del jalisciense. “En Rulfo no hay ornamentos, ni palabras inútiles; su obra era muy favorable para ser traducida al alemán porque evita todo lo retórico.” Primero fue Pedro Páramo (1958), siguió El llano en llamas (1964), y por petición del propio autor tradujo El gallo de oro (1984). También hizo la traducción del texto de Eduard Seler para la edición del Códice Borgia, el de toda la obra del crítico de arte Paul Westheim al español, y su obra creativa –compuesta por aforismos y relatos– está condensada en dos libros: Y mil aventuras y Mariposa, eternidad de lo efímero.

Tiene la fragilidad de un ruiseñor en invierno; posee la fortaleza de un testigo privilegiado de la historia: es Mariana Frenk. Sus manos tiemblan cuando señalan su pasado. El brillo de sus ojos se ha esfumado. La vida le dio mucho, pero la misma existencia casi le quita todo. Ha esquivado a la muerte. Irónica, displicente, audaz y todavía lúcida, Mariana Frenk-Westheim platica cómo en cuatro ocasiones ese personaje misterioso que termina con todo y con todos la ha respetado. ¿Por qué? Tal vez porque ha rebasado el siglo de vida y ésta aún “le gusta mucho”, la disfruta, la reta, la enfrenta y convive con ella.

Usted nace en Alemania en el año de 1898. Por favor, no mil setecientos –comenta con cierto humor negro–. Nací el 4 de junio de 1898.


Usted es una alemana que vivió la guerra.

La Primera Guerra Mundial, de 1914.

Doña Mariana. ¿Por qué vino usted a México?

Vine con mi primer marido y mis dos hijos. Íbamos a salir de una atmósfera totalmente envenenada de las ideas nazis. Ya nos insultaban… Todo era antisemita. Mi primer marido era médico. Buscamos un país donde él pudiera ejercer; luego, porque ya teníamos dos hijos chicos. Este país era México, y además los dos, pero sobre todo yo prefería un país de lengua española, porque yo ya sabía español.

Entonces es usted judía.

Pero aclaro que no practico la religión, no tengo ninguna oficial; tengo mi propia religión, pero de esto no se habla en una entrevista. Pero si soy judía, eso está más allá de la religión.

¿Y qué piensa usted de los judíos?

¡Cómo voy hablar de mí misma!, no puedo hacer un autorretrato; son muy diferentes, pienso que hay inteligentes y bobos; buenos y malos, como en todas partes, son seres humanos, es lo que pienso.

¿Cómo la trató México?

Muy bien, han pasado más de setenta años desde entonces, porque llegamos en 1930. Ahora sí hay una fobia a los extranjeros, cada vez más fuerte. Nos recibieron muy bien, empezando por el gobierno, pero la gente en general, muy bien.

¿Qué opina usted acerca de la vejez?

Eso depende, de la cuestión de qué tal está la salud. Lejos de estar bien, tengo angina de pecho, anginas pectoris, que no me molesta mucho pero estoy muy cansada… Si la salud es como la mía yo todavía puedo aprovechar las cosas lindas que hay en la vida y muy bien las aprovecho y me ayudan a pasar horas y horas en que sí me siento muy mal. Así es que en casos óptimos y privilegiados me puedo considerar así. Incluso hay una compensación a la debilitación constante de las fuerzas físicas con un enriquecimiento en las fuerzas morales. Ampliación de horizontes, mayor sensibilidad para todo.

¿Qué piensa usted de la muerte?

El gran misterio. No creo que ningún cerebro humano llegue hasta allá a adivinar qué va a haber después; cuanto más se sabe en las ciencias naturales tanto más retrocede ese mundo. No le es posible a la mente humana imaginarse eso. Hay que esperar la muerte en primer lugar.

¿Se refiere usted al proceso de morir o a la muerte, es decir tiempo después?

A las dos. Bueno la segunda. Mire, antes de nacer –yo por lo menos no sufría– estábamos en alguna parte, entonces se da tal vez así, el momento de morir es muy diferente en nosotros los mortales, si tenemos suerte, es suave ¿no?

¿Tiene usted miedo a la muerte?

Hay horas en que le tengo miedo a la muerte. Al morir más bien.

Usted es una persona de mucha vida acumulada. 104 años es un privilegio…

Todavía no, 104 años los voy a cumplir el 4 de junio. Todavía faltan algunos días.

Ver la vida con esa intensidad como la vivió usted. En su libro editado por Siglo XXI dice que usted vivió muy intensamente la vida, ¿cómo explicarlo?

Se explica y ya.

Además, lo que yo observo en usted es una gran lucidez.

Eso sí, gracias a lo de arriba.

¿Cómo lo logró?

Viviendo intensamente.

Alejada del cigarro; usted nunca fumó.

Fumé en toda mi vida tres cigarros; a la edad de veinte años, mis amigas fumaban y pensaba, bueno, yo también. En el tercero, uno tras otro, pensaba, Dios mío, ¿por qué estoy fumando?, en primer lugar no me gusta, segundo nunca sabía si inhalar o exhalar. Y porque lo hacen todos o todas, más bien eso es un motivo para no hacerlo. Así que me quedé con tres cigarros a la edad de veinte años.

Y la copa. ¿Tomó usted vino?

Una copita en una reunión. ¿Doy la impresión de ser una borrachita? Soy borrachita de agua de jamaica. Eso sí.

Lo que pasa es que uno quiere descubrir los secretos de la vida, ¿cómo logró usted una larga vida, si el promedio de vida en México es de 75 años, cuando usted nació el promedio de vida era quizá de 35 años?

En Europa no, nunca tan bajo.

Lo que quiero descubrir en usted son los secretos de la vida. Ya me los dijo, no fumó, no bebió y sí trabajó mucho. ¿Considera usted que trabajó mucho?

Saliendo de la escuela en realidad sí, pero eso terminó de golpe cuando me empezó la serie de fracturas y caídas con fracturas, eso hace que dependa yo de los demás, soy semi-inválida; puedo caminar, pero si no hay algo en qué apoyarme pierdo el equilibrio, pero puedo caminar muy bien. Tiene más de diez años que dependo de otras personas. Y hace cuatro años me sucedió una cosa mucho más dolorosa para mí que es que ya no puedo leer, tengo una enfermedad en los ojos que ya no tiene curación. Incluso aquí tan cerca de usted más o menos lo veo, un poco más atrás veo sólo una sombra. Esto sí es una de las cosas graves.

Dígame ¿ve usted aquí una campana de bronce?

La campana está allá, ¿quiere que se la traiga?

Sí.

Y tocó la campana para llamar a la muchacha que la ayuda para pedirle un pañuelo.

Doña Mariana, volviendo a su salida de Europa, ¿cómo vio usted el nazismo?

Fue la causa principal de nuestra salida de Alemania. La atmósfera ya estaba totalmente envenenada. Eso es lo que la gente no comprende. Le voy a contar un episodio. Hicimos una pequeña excursión –Hamburgo está muy cerca del Mar Báltico– con mi primer marido, mi suegra y yo. A un lugar que no le puedo decir exactamente. Llegamos a un hotel donde mi marido, por teléfono, había reservado una mesa. El lugar era muy bonito, tenía escalones muy grandes y enfrente el mar… entonces mi marido dijo al mesero “soy médico y tengo varios pacientes graves. Si me necesitan me van a hablar; si hablan soy el doctor Ernesto Frenk, ésta es mi mesa.”

Muy bien. Entonces mi marido y yo nos metimos en el hotel para lavarnos las manos y mi suegra se quedó sentada. Cuando regresamos vimos de lejos que algo había pasado, lo que había pasado era lo siguiente, el gerente o el dueño de este hotel le dijo a mi suegra “dónde están las personas que vinieron con usted.” –Se fueron al baño –contesté.

“Cuando lleguen tendrán que abandonar enseguida este lugar donde no se sirve a judíos.” Eso fue en el año de 27, no, más tarde, del 28. La subida al poder de Hitler fue en el 33, entonces ya estábamos aquí.

¿Usted llegó a hablar el yiddish?

No. Los judíos alemanes no hablamos yiddish. Además, mis padres no fueron alemanes sino de Bohemia. Nací como súbdita del emperador Francisco José, hermano mayor de Maximiliano. Es increíble. De allá eran mis padres. El imperio Austrohúngaro, tanto Hungría como Bohemia como muchos otros lugares pequeños pertenecían a la corona de los Habsburgo.

¿Conoció usted a Hitler en persona?

No, ¡qué horror!

¿A Tomas Mann?

De Tomas Mann tengo una carta personal, pero no lo conocí.

Usted conoció a gente muy importante que vivió en el siglo XIX.

A ninguna persona importante.

Usted hizo la traducción de Pedro Páramo al alemán.

Diez años más tarde hice la traducción de toda la obra de Rulfo, no sólo Pedro Páramo.

¿Usted conoció a Juan Rulfo?

Lo conocí aquí en casa de mi hija que estaba casada con un jalisciense. Antonio Alatorre, el hombre que escribió Los 1001 años de la lengua española. Era mi yerno. Después en el curso de la traducción me hice amiga de Juan Rulfo, cuando le pedí el permiso, porque lo había encontrado en una reunión en casa de mi hija. Durante largos años fui amiga de Juan Rulfo.

¿Cómo recuerda a Juan Rulfo?

La mayor admiración. Es un gran escritor.

Haciendo un balance de su vida, viendo este mundo como lo estamos viendo si tuviera que dejar un testamento hablado a los jóvenes, ¿qué les pudiera usted decir?

Hace un mes estaba en una situación parecida a ellos –dice con humor.

¿Con quién casó en segundas nupcias?

Con un hombre bastante famoso en México, Paul Westheim, quien escribió sobre el México antiguo como nueve libros. Empezando por Arte antiguo de México. Falleció en 1963.

De su primer matrimonio tuvo dos hijos. Y ¿cuántos nietos?

En total diez nietos, tres de Margit. Muchos han destacado como el Secretario de Salud, quien es hijo de mi hijo… No todos pero algunos van camino hacia allá: El éxito. Su hijo en qué se destacó, el papá del Secretario de Salud. Es un médico muy conocido aquí, un pediatra pero ya no ejerce. Nació en 1923, en Hamburgo. Pero ahora tuvo un infarto y ya no puede trabajar mucho, pero sigue como investigador en el Instituto Nacional de Pediatría, donde estuvo un tiempo como director.

Cuando usted vino ¿quién era presidente?

Calles, a quien conocimos en Hamburgo, todavía, en una fiesta que se daba; tal vez fue como embajador, no sé, pero de todas maneras le di esta mano a Calles.

Esta mano suya ¿a quién más se la ha dado, a Gandhi, a Nehru, a quién le ha dado la mano?

A mi padre.

¿Su padre era un hombre importante?

Sólo para mi madre. Importante para la sociedad no.

¿A qué se dedicaba su papá?

Mi padre pertenecía al gremio de los comerciantes pero no era comerciante, organizaba envíos de transportes marítimos desde Hamburgo, sobre todo a los Estados Unidos.

¿Perteneció a la Línea Hanseática, su papá?

Los hanseáticos es una cosa histórica larga de explicar, eso lo dejamos, es algo que data de la Edad Media. Y no se podía pertenecer. La ciudad de Hamburgo, Bremen, y Lisbeth son las tres ciudades hanseáticas.

¿Su mamá nunca trabajó?

No. Ni vendía ni compraba, un comerciante al menos tiene que hacer algunas de estas cosas.

Usted tuvo muchos hermanos.

Tuve tres hermanos, un hermano y dos hermanas.

¿Usted fue la más chica?

Sí.

Pero tal parece que usted pertenece a una familia longeva. Vivieron muchos años sus padres.

Mi madre murió bastante joven. Nació en 1861 y murió en 1927. Y mi padre sí llegó a los 84 años. Murió de una pulmonía. Era antes de la era de los antibióticos. Hoy día casi nunca sucede la muerte, gracias a la penicilina.

Desde la madurez de su vida ¿cómo ve la juventud?

Puedo decir que mucha pesadilla y muy poco de esperanza. En mi época se leía mucho, incluso los obreros tenían su pequeña biblioteca de clásicos generales. Se leía mucho. Para ver qué es en todo el mundo, tuve una conversación con el anterior embajador japonés en México, y hablamos de esto, de que la juventud lee muy poco, en todas partes. Me dijo el japonés que era uno de los grandes conflictos que tengo con mis hijos. Ellos dicen, “nosotros con una hora de internet sabemos más que tú, tenemos más información que tú al leer cien libros”. Sí, pero información no es cultura. Pero leer no es una cosa pasiva sino altamente activa, eso así sucede. Ha venido una baja en la cultura, para mí alarmante.

¡Impresionante! La gente lee menos porque tiene televisión, internet y computadoras, pero usted nació antes de la radio y antes de la televisión Tampoco automóviles. Pero en el curso de mi vida burguesa ya había automóviles. Pero entonces la gente leía porque no tenía otra diversión en Europa.

Leer era mucho más que diversión. Los domingos, los días libres la gente que trabajaba leía en sus horas libres poco, pero el domingo sí se leía. Estoy hablando de la gente que ha hecho cursos superiores. Pero ya le digo, los obreros tenían casi todos una pequeña biblioteca de temas fundamentales. Y esto se ha perdido.

¿Cómo ve México, en este momento, política, económica y socialmente?

Veo una situación muy difícil y peligrosa.

¿Por qué?

Por ejemplo por el aumento de terrorismo.

Y ya casi para terminar, ¿qué es la salud para usted?

Lo contrario de la enfermedad ¿no? Hay varias saludes, la mental, la sentimental y la física. ¿Usted se refiere a la física? Eso sí no depende de nosotros, o en una medida muy pequeña. El aceptar una enfermedad, eso depende hasta cierto punto de uno mismo. Si uno no se deja morir, eso depende de uno…

Doña Mariana, ¿qué es la vida para usted?

La vida es espléndida.

Usted podría decir: Si ésta es la vida que vuelva otra vez.

Sí, o que no termine nunca.

Eso quisiera usted, que no terminara nunca la vida. Pero que no avancen los años. Eso es muy difícil.

Pero se imagina usted, ser eterno sería un infierno. Que fuéramos eternos, que nunca muriéramos. Sobre esto habló en una clase, a la que yo asistí, el doctor Luis Recasens Richens, en la antigua Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones. En una clase dijo: “imaginar la vida sin la muerte. En una vida en que no exista la muerte…, hay muchas respuestas”. El doctor era un alumno de Ortega y Gassett.

El doctor Leopoldo Zea acaba de cumplir 90 años.

¡Un escuincle para mí!

Pienso que vivir mucho –quisiera pasar de los cien años–, en realidad es un privilegio. Mi hermana, que es geriatra, dice que muy poca gente vive tantos años; la mayoría se va antes. Vivir muchos años considero yo que es un privilegio, ¿usted piensa lo mismo?

Creo que sí, pero he estado en inminente peligro de muerte por lo menos cuatro veces en mi vida.

¿Qué piensa usted de la medicina?

Como tengo la familia plagada de médicos no puedo hablar mal de ella. Pero todavía no puede solucionar todos los problemas y sería muy bueno que se complementen la medicina oriental y la occidental, porque creo sería ideal y en lugar de esto muchos médicos occidentales no aceptan la cultura y la medicina oriental. Es evidente que se han hecho enormes progresos sobre todo en cirugía, progresos increíbles, pero para el conocimiento de más allá no sirven éstos, sirven en la práctica. Y lo que dije al principio, cuanto más se acerca uno tanto más retrocede el misterio y hay que aceptarlo incluso agradecido.

¿Cuánto más se acerca uno adónde?

A la solución, a las ciencias exactas; vamos a decir. En El Fausto de Göethe, el primer monólogo empieza así: “he estudiado astrología, una serie de ciencias y sé que no podemos saber nada, me quema el corazón.”

Yo, al contrario, siento como una protección el que existan cosas que uno no puede saber.

¿Por qué?

Es difícil explicar por qué. Son procesos muy sutiles que tienen probablemente mucho…

Dijo usted cosas muy profundas de la vida, ha llegado a profundidades que dan miedo.

No me ve temible.

No, lo que da miedo es la profundidad del pensamiento. Max Weber decía que mientras más desarrollamos la ciencia corremos el peligro de encontrarnos con la cara de la muerte.

Al final lo que encuentras en el microscopio o en el telescopio es la cara de la muerte.

En mi libro hay un aforismo que dice más o menos, dirigido a las mujeres, al parir no nos damos cuenta que damos vida a unos condenados a la muerte. Una actriz amiga mía dijo que se echó a llorar cuando leía eso.

Su libro que tiene muchos aforismos, es un libro muy denso, muy profundo, ¿es el único libro que tiene usted?

Publiqué una serie de aforismos, una edición escrita a mano como de doce aforismos con unos dibujos de Carmen Parra, muy buenos, de mariposas, ella está muy interesada en la mariposa monarca. Esto apareció hace mucho tiempo, en Porrúa.

¿Se consigue?

No.

¿Por qué escribió tan poco?

Porque trabajaba, tenía necesidad de trabajar, además de que me gustaba, pero sobre todo por sentimientos de inferioridad; bueno, ha habido un señor Cervantes, un señor Octavio Paz, un señor Shakespeare, y un señor Göethe, que con mis cosas pequeñas, a quién le van a interesar.

Alguien la empujó a publicar.

Bueno, lo publicaría la editorial de Joaquín Diez Canedo, sólo que en la editorial Joaquín Mortiz lo había comprado Planeta. La segunda edición salió en la UAM.

Y al final lo publicó Jaime Labastida.

A sus 104 años, ¿quiere usted morir o quiere seguir viviendo?

Quisiera seguir viviendo.

¿Por qué?

Porque me gusta la vida –y una lágrima cruzó su rostro–.

Me gustó mucho su entrevista.

¿Por qué?

Porque se compone de preguntas inteligentes.

*Lo invitamos a leer el artículo: Mariana Frenk, Inició una dinastía de triunfadores .

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