En octubre de 2016 el presidente venezolano Maduro realizó una visita de Estado a Turquía, invitado por el presidente Erdogan. Las fotografías los muestran amigables y sonrientes en los lujosos salones de Estambul, donde se reunieron para ofrecer declaraciones a los medios. Esa relación cordial se mantiene aún ahora cuando la crisis por la que pasa el pueblo venezolano es tan grave como para que se hable de hambre generalizada en segmentos de población cada vez más amplios, y cuando las protestas masivas y cotidianas son respondidas con métodos de represión violentos de consecuencias fatales.
A pesar de la gravedad del cuadro, múltiples voceros del erdoganismo siguen alabando a Maduro, a quien presentan como un líder patriota por excelencia y semejante en muchos aspectos al presidente Erdogan, en la medida en que les es común “la heroica lucha contra las conspiraciones operadas por la CIA y agentes diversos del imperialismo”. Así, el periódico turco Star afirma, por ejemplo, que la crítica local e internacional contra Maduro en cuestiones de respeto a derechos humanos y de imperio de la ley es tan sólo propaganda maquinada por cárteles de la droga asociados con la CIA. Señala asimismo que Erdogan ha sido víctima de ataques similares, con la salvedad de que éste ha sido más hábil para neutralizar los golpes.
Otros medios oficialistas, como los periódicos Milat y Sabah, hacen constantes paralelismos entre los dos mandatarios, afirmando que ambos están siendo acosados por el mismo tipo de enemigos. Incluso reclaman a la izquierda turca la incongruencia de apoyar a Maduro como líder legítimo y respetable de Venezuela, mientras en el ámbito doméstico se pronuncia contra el autoritarismo de Erdogan, siendo que, en esencia, los dos mandatarios desarrollan luchas heroicas contra el poder del imperialismo.
La verdad es que no hay que extrañarse de esta solidaridad que resulta natural, dadas las características comunes de sus regímenes. En ambos se han maquinado jugarretas legales para concentrar todo el poder en manos del ejecutivo hoy dominante y se ha aplastado sin misericordia a la oposición, matando, apresando y persiguiendo a los “enemigos del pueblo” que osan disentir de la posición oficial. También comparten un mismo discurso ideológico basado en el lenguaje propio del populismo más ramplón, para el que existe “el pueblo verdadero” cuya representación política está en manos de ese liderazgo dictatorial, mientras que todo lo que se le opone resulta, en consecuencia, la encarnación de los “enemigos del pueblo”, a saber, todo aquello que critique, cuestione, se oponga o intente competir con ese poder omnímodo del que se ha apropiado el “gran líder salvador de la patria”.
De tal forma que el cuadro que ofrecen actualmente Venezuela y Turquía es bastante parecido. De ahí la camaradería de sus máximos líderes. Van conduciendo a sus naciones hacia desastres económicos, políticos y sociales —en el caso de Venezuela con más claridad y evidencias— al tiempo que deslegitiman cualquier oposición política al tacharla como agente del imperialismo y enemigo del pueblo verdadero. En tales condiciones, la democracia queda irremediablemente pulverizada como producto de la visión de la realidad en blanco y negro, típica de los totalitarismos más aberrantes y tristemente célebres de la historia.
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