España es reconocida desde hace siglos, por ser una idiosincrasia que alberga en su territorio, una serie de culturas y tradiciones milenarias; las cuales han podido convivir como reflejo de diferentes expresiones e identidades, más allá de las corrientes políticas, económicas, culturales y religiosas que pudieran estar en conflicto.
Así la Península Ibérica a lo largo de los años, ha cultivado el diálogo y la tolerancia, al abordar diversos problemas que aquejan a todos sus ciudadanos; donde los políticos como representantes de la sociedad, sean militantes de izquierda, derecha o centro, consensuan criterios para administrar los intereses de un pueblo en constante cambio y evolución, como parte constitutiva de una estructura histórico-social en pro del bien común.
Este país posee las herramientas necesarias para asumir, más allá de las corrientes populistas, los conflictos políticos, económicos y sociales que lo rodean, con mesura y perspectiva, misma que los ha acompañado desde la época de la transición hace 44 años. Porque las divergencias internas deben ser resueltas, mediante la negociación de una sociedad que se proyecta al mundo, como multiétnica y pluricultural, la cual se ha hecho grande al aprender de sus errores, para no repetirlos de nuevo.
Como filósofa, puedo reconocer desde un espectro fuera del contexto histórico de este Estado, aquellas discrepancias que en la actualidad, rondan en una parte de su población, como manifestación de una expresión separatista, las cuales pueden percibirse irreconciliables para algunos españoles, mientras que para otros no.
Es necesario resaltar que el pueblo ibérico, siempre se ha caracterizado por ser crítico de su entorno y más, luego de una etapa oscura donde se dio una continua violación a los Derechos Humanos, por la falta de diálogo en un proceso político-social que deterioró las relaciones entre sus ciudadanos e incluso, fracturó a su apreciada Monarquía.
Por ello, es congruente analizar su Carta Magna como sistema parlamentario, cuyos poderes emanan del pueblo y para el pueblo, mediante un consenso de voluntades; siendo fundamental comprender la marcha que debe de regir a su Administración, frente al fenómeno de la polarización extrema, la cual impediría el respeto y tolerancia entre sus habitantes, al exponerlos como diferentes, pero sin rescatar que a la vez son iguales ante la ley.
Es un hecho que los españoles, saben muy bien de dónde vienen y hacia dónde van; inmersos en una Europa que en la actualidad se percibe convulsa, envuelta por una crisis en Medio Oriente, llena de violencia, desigualdades económicas y genocidios. Donde es apremiante, repensarse desde un pasado que cobró muchas vidas y que no se reconcilia, con su presente y verdadera identidad, misma que por siglos, ha albergado a tantos foráneos haciéndolos parte de su idiosincrasia.
Hoy en día, los fundamentalismos desde cualquier espectro político, económico, social y religioso, deben de valorarse con sumo cuidado, porque corren el peligro de volverse a repetir. Cada español está en la obligación de conocer su historia, como amalgama de una Monarquía Parlamentaria en constante evolución, la cual apunta hacia una realidad histórico-social que no fue regalada, se construyó a lo largo del tiempo, arropada por los ideales de igualdad, libertad y fraternidad que permearon a gran parte de Europa.
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