“Españoles Sin Patria y la Raza Sefardí”, introducción, 1ra. parte

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Muchas veces he recordado, durante los últimos meses, aquel sencillo episodio por el cual arraigó y floreció en mi ánimo, el sostenido afán de reconquistar al pueblo judeo─español, tanto para causar beneficios a España y a Israel, cuanto para servir a la evangélica educación de razas y pueblos, cuyas sociales relaciones y humanos sentimientos todavía hoy se hayan extraviados por repugnancias y antagonismos feroces, consecuencia de atávicas enfermedades que padece el alma de los pueblos y de los individuos. Ya en mi libro Los israelitas españoles apunté aquel suceso, el cual gustoso traigo al frente de este segundo y más ilustrado estudio acerca de la propia materia, como razón sintética de mi obra toda.

El 24 de agosto del año 1903 salíamos de Belgrado, al romper el alba, mi familia y yo, embarcados en uno de los vapores que navegaban en el Danubio, con dirección a Órsova, adonde habíamos de llegar por la tarde. Una leve destemplanza orgánica, que padecí durante este viaje todo, sentíala con más intensidad entonces, por el corto sueño a que nos obligó la necesidad de abandonar el hotel antes de que amaneciese, y por la larga espera que hubimos de hacer a la intemperie, junto al embarcadero, aguardando que se presentase el revisor de los pasaportes; documento que se exige a cada paso, por el Oriente de Europa, desde que se traspasa la Hungría. Era la mañana fresca, aunque radiante y sereno cielo. Las irisaciones de la alborada resplandecían con atrayente hermosura; y por esto, embarcábamos los pasajeros, todos escogíamos sitio desde donde contemplar mejor, ya los cambiantes de luz que se sucedían en cielo espléndido y dilatado, o ya el reflejo de sus tintas en las serenas corrientes del Danubio y el Sava; los cuales ríos allí confluyen con pronunciados serpenteos, que reproducen en el espejo de sus aguas las bellezas arquitectónicas de la capital serbia[1], y la pintoresca villa de Zimony[2], la ciudad de Hungría donde hay más judíos españoles.

Dos marineros entregados a la faena de limpiar suelo y asientos con abundosas mojaduras, nos echaban de uno a otro sitio. Yo procuraba reaccionar mi cuerpo, enfriado con el relente de la madrugada, la neblina fluvial y la humedad del baldeo; y apenas atendía a los contados pasajeros que se hallaban sobre la cubierta, entregados a la contemplación. Fue alguien de mi familia quien me advirtió la presencia, al lado nuestro de una pareja, que debía ser un matrimonio, de edad madura, sencillamente vestido, modesto porte, talla corta y escasas carnes; el cual conversaba con blandos ademanes y aspecto triste, hablando un castellano incorrecto.


─Son judíos españoles – dijimos al punto.

Realmente no conversaban: agarrada ella con una mano a la borda, fija su mirada estuporosa en las aguas del río, taciturna y quieta, escuchaba a su compañero, el cual le decía frases que parecían de consuelo.

La curiosidad me condujo a hablarles.

─ ¿Está enferma la señora?─ Pregunté

─No─ Respondió el─ está afligida. Acabamos de perder una hija y viajamos por distraerla y consolarla de su dolor.

Pocos minutos después habíamos hecho nuestras respectivas presentaciones y comenzaba a conocer a D. Enrique Bejarano, director de una Escuela israelita española en Bucarest, publicista distinguido, políglota y buen sabidor de literatura judeo─española, quien se espontaneó al punto con grata conversación.

Me pareció interesante y venerable este distinguido profesor. Escuchábale con singular agrado las leyendas, cantigas, sentencias y decires de antigua procedencia española, con los cuales amenizaba su relato. Me atrajo la variedad de sus conocimientos gramaticales en distintas lenguas; y más que todo esto me impresionó el estallido de amor a la tierra, que hubo de expresar con emoción lacrimosa y frases de extremada delicadeza y ternura; como atestiguando un culto religioso y secularmente conservado. Sentí la más extraña y fuerte emoción cierta vez cuando, como si fuese arrastrado por sobrenatural esperanza, le vi dirigirse de pronto a su desventurada mujercita, la cual permanecía absorta, muda, siempre con la vista clavada en la corriente; y decirla con blandísimo acento, de infantil regocijo:

─ ¿Ves cómo la Providencia nos atiende y consuela? Hoy nos proporciona la ventura de ir en este barco y conocer a estos señores, que son de España, de nuestra querida madre patria, y hacernos sus amigos. ¿Ves qué bueno es Dios?

Aquélla hipérbole extraordinaria; su injustificada veneración por la tierra hispana; el dolor profundo de la desolada madre, quien buscaba en fondo del río, con estática clavazón de ojos, la aparición de su bella hija, arrebatada a la vida en edad juvenil, pocos días antes; los recuerdos de la patria ausente; el panorama ya algo lejano de la capital serbia, Belgrado, cuyos edificios comenzábamos a perder de vista, teñidos con diferentes matices, a medida que el sol iba ganando altura y desvanecía la neblina matinal; el Konack, que se alzaba sobre todos, encendido con reflejos de escarlata, como si denunciase el terrible drama de los reyes ahí asesinados, pocas semanas antes; quizás la misma susceptibilidad morbosa de mi destemplanza todo me produjo una excitación cerebral tan viva, que dejé ya de poder seguir los relatos del venerable judío ante la necesidad imperiosa de atender al hervidero de ideas y recuerdos que se sucedían en mi cabeza.

Eran mil motivos más o menos incoherentes, relacionados con el pueblo, y con aquel su idioma castellano, mantenido a través de cuatro siglos de destierro.

Las rientes orillas danubianas y las poblaciones en ellas tendidas se sucedían sin que mi atención apreciara sus bellezas; Pancsova[3], situada en la desembocadura del Temes; los hermosos prados y viñedos que decoran la posición topográfica de Grodska; las robustas y ennegrecidas torres cuadradas que circundan a Semendría, en el comienzo del espacioso valle de la Morava… todo pasaba ante mis ojos, sin dejarme impresiones, mientras Bejarano hablaba con mi familia, y yo, aparentando escucharle, saltaba nervioso de uno a otro por los siguientes pensamientos y contrastes:

El divino drama del Calvario y el sublime paralelo del discurso de Castelar, pronunciado el 12 de abril de 1869, cuando el verbo español formuló la más grandilocuente y conmovedora invocación sobre tolerancia religiosa, que escucharon los Parlamentos todos del mundo. ─ La soberanía de los idiomas tan buscada hoy por los pueblos cultos bien regidos, y su valor en las relaciones mercantiles, literarias y sociales de los imperios.─ La extraña paradoja de no podernos entender mi esposa y yo, con nuestros compatriotas, en 1900, cuando hicimos una excursión a las salinas de Cardona, obligando a mi compañera a meterse en la cocina de una posada y aderezar con propia mano un almuerzo, que no había otro modo de conseguir; y los paseos de la tarde anterior por las calles de la eslava Belgrado, donde el idioma español nos había servido para adquirir objetos en distintas tiendas, y conversar con individuos que nunca visitaron España, ni trataron a sus naturales.─ Las nociones adquiridas desde la infancia sobre los judíos, con sus legendarios defectos de raza, y las falsas ideas acerca de las sociedades europeas en que viven muchos de esos llamados intelectuales de nuestro país, que nunca cruzaron las fronteras.─ La decadencia terrible y súbita de nuestra patria, y el desamparo en que quedaron sus rudimentarias industrias.─ Las defectuosas contiendas de nuestros políticos, inaptos para remontarse con espíritu práctico y culto hasta los grandes problemas de la vida nacional e internacional; y el desconsolador atraso de nuestros censos, de nuestra raza y de nuestras fuentes de riqueza pública.─ Los polos morales sobre los cuales gira hoy la vida de las naciones; y los múltiples fanatismos blancos, negros, rojos y de mil colores, con que los hombres acrecen sus ya ineluctables desdichas.─ El total abandono y olvido en que tenemos esta empresa de reintegración nacional judía; y los propósitos y esperanzas que en ocasiones distintas se produjeran sobre el particular.─ La afrentosa y mísera homogeneidad de las ciudades españolas, como cerradas a la vida cosmopolita y al trato pacífico y culto del hombre en sus infinitas derivaciones de razas y creencias; y la odiable fama de pueblo ignorante y fanático con que nos juzgan y maltratan los países adelantados… y a este tenor más y más ideas por el estilo, brotaban en mi pensamiento, le herían fugaces con un vivo latigazo, y desaparecían pronto para que les sucediesen otras. Y así fui pensativo, hasta que al pasar Moldova, invadió nuestro barco una serie espantable de sociedades excursionistas húgaras; con lo cual se acabó ya toda conversación y todo discurso; porque desde aquel punto no hubo banco en qué sentarse, ni lugar para ver, ni mesa donde almorzar, ni humor y modo de hacer nada; provocando tan sofocante y molestísima concurrencia un malestar y disgustos intensos, los cuales no duraron hasta que por la tarde desembarcamos en Orsova, casi sin poder despedirnos de Bejarano y su esposa. Nos separamos entonces; y ellos siguieron su ruta por el Danubio, mientras nosotros nos encaminábamos a la capital de Rumanía, habiendo ya cristalizado en mi espíritu el firme propósito de estudiar algo este problema durante el resto del viaje, y tratar seriamente de él cuando regresáramos a España.

Y así lo hice.
Continuará…


[1] En el original: servia. Nota del editor.

[2] En castellano: Zemun. Actualmente dentro de territorio serbio.

[3] Pancsova es el nombre de la ciudad en húngaro, ya que en 1903 esta ciudad pertenecía a Hungría. A partir de 2006 la ciudad forma parte de Serbia y se denomina Pančevo.

Acerca de Fredy Cauich Valerio

Nasido i engrandesido en Meksiko, ize mis estudios de kontadurya en el "Instituto Politécnico Nacional" i de leyes en la "Universidad Nacional Autónoma de México", ande ize i tambien estudios de ebreo. Tambien so profesor de matematika. So un namorado del djudeo-espanyol i de la kultura sefaradi, desde septembre de 2010 so myembro de Ladinokomunita, un grupo de korrespondensya mezo internet, ande presonas de los kuatro puntos de la tyerra eskriven solo en djudeo-espanyol, ansi es ke i yo me ambezi el djudeo-espanyol. Dediko este lavoro a todos mis amigos de Ladinokomunita, kon muncho karinyo, djente maravyosa de la ke me ambezo muncho kada ves ke meldo lo ke eskriven. Kero arrebivir viejos livros de interes para el mundo sefaradi, eskritos en kastelyano o en djudeo-espanyol. Ansi ke eskrivir un poko ensima de la kultura sefaradi. Aspero ke mi lavoro ayude a la konservasyon de la lengua djudeo-espanyola i a su difusyon i ke vos plazgan mis artikolos.

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