Recorrí algunos pueblos del Oriente de Europa y apunté varios datos, que me sirvieron para esbozar mis primeras impresiones. Regresé a Madrid de este viaje el día 3 de octubre de 1903; en la tarde del 13 de noviembre siguiente formulé al Ministro de Estado, Sr. Conde de San Bernardo, en el Senado, una excitación para proteger el idioma castellano en Oriente. El 8 de febrero de 1904 publicó La Ilustración Española y Americana en primero de los seis artículos, que fueron pronto reproducidos en varios idiomas y en diferentes pueblos. El 29 de abril salieron de España los primeros ejemplares de mi modesto libro Los israelitas españoles y el idioma castellano, destinado exclusivamente a ponerme en relación con el pueblo judío, y a poder conseguir la información necesaria, para conocer bien y presentar a mi país con algún fundamento esta importante cuestión. Por aquellos días se leyó en la Real Academia de la Lengua el mensaje que le dirigí, por virtud del cual se fue al nombramiento de correspondientes entre los israelitas españoles; y pocos días después llevé a los grandes y populares diarios El Universal, Heraldo de Madrid, España y Diario Universal, informaciones y correspondencias, que me sirvieron para divulgar este asunto por España; y para que comenzaran ilustrados publicistas a escribir acerca de él; bien en pro, que fueron los más, bien en su contra, para lo cual no faltó alguno.
Y ahora viene a cuento consagrar algunos párrafos a exponer una de las gestiones más interesantes, y para mí conmovedoras, que he realizado: la de información por medio del cuestionario.
En la tarea pública que por vida voy verificando, algunas informaciones he llevado a cabo; pero ninguna con verdad, me causó la impresión que ésta. Doce meses, día tras día, he venido manteniendo una correspondencia extranjera, cuyo texto despertaba a la continua en mi espíritu, inefables emociones nunca sentidas. Con razón sobrada me decía una mañana el ilustre hombre público D. Alfonso González, exministro de la gobernación, por encontrarme en el tranvía leyendo una correspondencia de exótico origen y de abigarrado y copioso contenido:
─ ¿Gozará usted placeres extraños con estas cartas?
─ Sí, señor ─ le respondí ─ me interesan tanto, que espero la llegada del cartero con el interés de un enamorado.
Diez, doce y más cartas a diario, con sobre cuyos sellos y timbres atestiguan lejanas y distintas procedencias, me traían largos escritos, redactados en un castellano de variado léxico, obedeciendo al deseo mío, que rogaba siempre a los autores empleasen su jerga histórica, de preferencia a cualquier otro idioma de los usados; y me daban a conocer apreciabilísimas fisonomías morales, inteligencias bizarras, almas dignas de observación, apariciones diferentes de una personalidad étnica y social, tipos psicológicos que despertaban, con más o menos viveza, reacciones variadas de mi atención y de mis afectos. Original vivero de relaciones sociales fue éste, donde, sin conocer de presencia a nadie, y solamente llamando con formularía y seca cortesía, a la gentileza y a la bondad de personas extranjeras; vi brotar por todas partes un plantel de correspondientes generosos, corteses, delicados en la expresión, serviciales ante el encargo, listos cuando convenía la diligencia, nunca reacios ante lo molesto, siempre respetuosos, y con un sentimiento tan general y delicado de gratitud por la obra de alta humanidad acometida, que producían honda emoción los términos con que a la veces la expresaban. En las páginas de este libro quedarán registradas pruebas numerosas y elocuentes de esta afirmación que hago, y a ellas envío el lector.
Seres extraños a nosotros, todos ellos, y sin lazo alguno de interés positivo que nos uniera; personas de posición desahogada; bien avenidas con su presente, con su actual suelo patrio y las consideraciones civiles de que disfrutan, y ajenas por entero hoy a este desdichado país nuestro, sobre el cual azota la desgracia; digo que aquellas misivas breves, desnudas de toda gala y lisonja, que en número considerable partieron de este modesto domicilio donde habito, y fueron a las cuatro partes del mundo, confiadas a la caballerosidad y a la cultura, allí encontraron lo que buscaban. Y en el manantial de la más exquisita cultura y caballerosidad bebieron su respuesta las numerosas y prolijas informaciones que, a correo vuelto, me trajeron un testimonio muy convincente de que la humanidad es buena, desinteresada y fraternal, siempre que se acude a sus sentimientos llevando el ramo de olivas en la mano y las expresiones de amor en el discurso.
De esta afirmación se convencerá el lector, por sí mismo, leyendo a los propios correspondientes; quienes le serán presentados en cuerpo y alma, en este pequeño escenario de mi libro; para lo cual, siempre que el asunto y la expresión lo demandaren y consintieren, serán ellos los que razonen y expongan. Entonces desapareceremos nosotros de la escena, librando al lector de nuestro discurso, nuestros sentimientos y nuestro estilo, para que goce la novedad y realice el estudio de conocer a israelitas: de la gigantesca Londres o de la consagrada Jerusalem; de la bella Constantinopla o de la elegante Bucarest; del abigarrado Tánger o de la noble Lisboa; de la altiva Nueva York o del modesto Barranquilla… y a éste tenor, a sefarditas de todo el mundo; cuyo trato y artes de expresión tengo por seguro que, a ser algo comunicativo, conquistarán sus afectos y su amistad, como conquistados dejan los del modesto autor de este libro.
Por vida quedarán grabadas en mis recuerdos la paternal bondad de Lorenzo Ascher, y las melosas lisonjas y delicadezas de Enrique Bejarano, ambos de Bucarest; la obsequiosa solicitud de Moisés Abravanel, de Salónica; la despierta y peritísima colaboración de E. Carmona, de Tetuán; la profunda sabiduría literaria de José Benoliel, de Lisboa; el gallardo españolismo y portentosa cultura de Jacques Danon, de Adrianópolis[1]; la sencilla bondad y pericia pedagógica de Moisés Fresco, de Constantinopla[2]; la distinguida cortesía de Salomón Levy, de Orán; la juvenil gentileza y selecta cultura de Benko S. Davitscho, de Belgrado; la espontánea solicitud y práctica pericia del elegante escritor Abraham Z. López Penha, de Barranquilla; y de Alberto Cazes, de Estambul; la selecta, noble y prestigiosa ilustración del renombrado historiador Enrique Leon, de Biarritz; la sugestiva forma literaria de Abraham A. Cappon, de Sarajevo[3]; la inagotable bondad y entusiasta ayuda de José Farrache, de Madrid; las eruditas exposiciones de José Romano y Rafel Cohen, de Esmirna; la precisa y correcta respuesta de S. I. Pariente, de Beirut; la práctica y rebuscada información de José Elmaleh, de Gibraltar; las muchas atenciones, en fin, de Spagnolo, de Alejandría; Mitrany, de Adrianópolis; Los Salcedos y Pereyres, de Bayona; Canetti, de Calarasi; Rousso, de Constantinopla; Franco, de Demotica; Antebí, de Jerusalem; Danau, de Lorenzo Marqués[4]; Levy, de Londres; Garson, de Manchester; Salem, Nehama, Levy y Arditti, de Salónica; Franco y Romano; de Esmirna; Pisa, Laredo, Pinto, Pimienta y Benoliel, de Tánger; la Sociedad Esperanza, de Viena, y muchos más, que nos perdonarán no les citemos aquí, por no hacer interminable una lista que publicaremos en otro lugar entera.
De intento dejo para manifestarles todavía más especial y hondo reconocimiento, a doña Micca Gross Alcalay, de Trieste, bella, inteligente y culta dama, de espíritu abierto a todas las reparaciones y grandezas de progreso, en cuyas cartas se saborean por igual las ternuras de un corazón femenino y los arrestos de un cerebro varonil; a la joven señorita Fina Haim, de Berlín, cuyas cartas de seductora sencillez y esmerada caligrafía sugiere la impresión de una niña delicada y adorable; a nuestras compatriotas las ilustradas y elegantes escritoras doña Concepción Gimeno y doña Carmen de Burgos Seguí, cuyos exquisitos sentimientos perfuman a diario las planas de muchos diarios españoles; y al culto y por extremo bondadoso Pinhas Asayag, de Tánger, uno de los caracteres más atrayentes que hemos conocido en la vida, querido de cuantos le tratan, interesante por sus dolencias físicas, espíritu evangélico que convierte los sufrimientos de un sistema nerviosos delicado, en manadero de solicitudes cariñosas y de sublimes sentimientos altruistas. A su laboriosidad debo gran parte de la copiosa y profunda información sobre Marruecos que contiene este libro; a sus recomendaciones, el trato de muchos distinguidos israelitas, y a su sólida cultura, una continuada cooperación, que gustoso solicité, y generosamente me concedió.
Fuera omisión imperdonable no consagrar también frases de gratitud a algunos de los muchos compatriotas que me han prestado su ayuda y me han alentado con sus aplausos en esta obra de regeneración patria. Reciban las gracias que de todo corazón les envío, los Sres. Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, de la Academia de la Lengua; D. Francisco Cobos, de Buenos Aires; D. Juan Sitges y el profundo filólogo D. Pedro de Múgica, quien honra en Berlín el nombre español; D. Justo Rossel, a cuya servicial actividad debo valiosos datos adquiridos en París, donde reside; los Sres. D. Luis Bonafoux, D. Jenaro Cavestany y D. Alberto Bandelac, este particular amigo queridísimo, y residentes todos en la misma capital francesa; D. Luis Rubio y D. A. Rotondo Nicolau, dignos cónsules de España en Amberes y Casablanca, y compañeros inolvidables de mi ya lejana infancia; D. Benito Fernández Alonso, de Orense, y D. Pablo Vallescá, celoso presidente de la Asociación Mercantil de Melilla, quien siguiendo patrióticos impulsos me envió copiosa información sobre Marruecos; y los diarios El Liberal, Heraldo, España y Diario Universal, cuyas columnas utilicé.
Mi modesta obra es el resultado de la colaboración de todos. En ella hay un tesoro de buenos deseos, de afectuoso estudio y con frecuencia de amor a España, a Israel y a los evangélicos progresos de la desventurada sociedad, que no puede por menos de obtener como merecido premio el éxito. Todos hemos puesto, sin duda, nuestros pensamientos en la Humanidad y en la Patria. ¡Que estos supremos intereses a quienes servimos premien a mis colaboradores, porque yo desisto de cumplir un deber que supera a mis recursos!
La información que he practicado no ha sido, ni podía ser, todo lo amplia y completa que convendría a una materia de esta importancia. Con respecto a sus alcances, me he contraído a comprender los puntos más esenciales de mi estudio, en un cuestionario que tenía tan solamente las doce preguntas que luego siguen.
No siendo mis intenciones escribir una obra de carácter histórico, como las de D. Adolfo de Castro, D. José Amador de los ríos y otras varias; ni un libro de erudición literaria, como los cancioneros, antologías, centones… que brotaron ya de la gallarda pluma de D. Marcelino Menéndez Pelayo y D. Abraham Danón, o preparan literatos del fuste de D. Antonio Sánchez Moguel y D. Ramón Menéndez Pidal; ni una relación episódica de curiosidades, impresiones y amenidades de cronista, sino un libro de integración nacional, de proselitismo sobre uno y otro pueblo, de atracciones y simpatías, bastaba a mi propósito los sencillos datos que en este cuestionario se solicitan.
Continuará…
SEA POR LA MEMORIA DE MIS ACNTROS. SHALOM
¡NUESTRA AMADA LENGUA POR SIEMPRE!!TANBYEN SO UN NAMORADO DEL DJUDEO -ESPANYOL Y DE LA KULTURA SEFARDÍ KON MUNCHO KARINYO!!