-Esther, ¡levántate! ya es tarde, ándale mamita linda, mira si quieres, puede acompañarnos tu muñeca al kínder, me decía con mucha ternura mi abuelita materna.
-Tallándome los ojos, que estaban irritados después de llorar en silencio gran parte de la noche, le contesté que lo único que quería era estar de regreso en mi casa con mis padres. A esa edad yo no entendía de divorcios y separaciones. Lo único que sabía es que mi hermano David y yo pasaríamos a vivir a Tampico con mis abuelos maternos.
Pasaban los minutos, las horas, días, meses y años, muchos años. Mis padres siempre venían a visitarnos y en las vacaciones, nos llevan a la capital, y la verdad que convivir con mi gran familia era algo divino. Mis abuelitos nos daban muchísimo amor y atención, eran un par de seres simples y trabajadores, que habían dejado muchos recuerdos en Polonia, o sea que pensándolo bien, ahora a mis 67 años, entiendo que ellos habían dejado toda una vida y David y yo, el principio de una.
Mi muñeca al final no solamente me acompañó al kínder sino que fue mi fiel amiga, la adoraba y aún extraño su olor… ¿olor? me pregunto varias veces, pero que ingenua soy, extraño lo que yo quiero y como puedo. Jamás volví a tener un hogar normal, el día de las madres era un suplicio.
Pasábamos muchos meses con mis abuelos maternos, otras veces con los paternos y otras tantas con los tíos y primos, unas vacaciones acá otras allá. A cierta edad de la adolescencia me fui a vivir a la capital, otro cambio más, extrañaba la sencillez de la gente de Tampico, a mis abuelitos ya no los vería cada mañana al despertar… y tampoco a mi querido hermano.
Era una muñeca que no hablaba,
solamente me escuchaba
yo no la entendía
ella me veía llorar
y nada, nada pasaba…
¿Dónde estaban los sentimientos?
Y las palabras que no saciaban
mi ansiedad por tener una familia normal.
Soñaba con una casa, una mesa
y cuatro sillas
un espejo con el reflejo
de una familia feliz,
un padre que regresa
cansado del trabajo,
una madre recalentando
la comida, y dos,
dos niños meciéndose
al son de sus sonrisas…
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