Las personas tienen expectativas de su vida en general y de ciertas acciones en particular. Estas cambian durante el proceso de la vida. Muchas veces las expectativas no tienen que ver con la realidad y lo único que surge es frustraciones por no lograr aquello que se esperaba. Cuanto uno establece una meta, es importante validarla con la realidad. En la medida que nuestras expectativas son altas e irreales, más propensos estamos a la frustración y al enojo.
Estamos llenos de anhelos y deseos promovidos por el medio en que nos desarrollamos. Ser famosos, ser importantes y solicitados, tener mucho dinero y bienes para ser vistos hacia arriba. Aquellos que lo logran, no tienen una satisfacción total, sino que el hambre emocional que sienten crece al mismo tiempo que van teniendo logros. Pocas veces he escuchado decir. ¡Es suficiente, con esto tengo, me doy por bien servido!
Cuando Julio tenía 20 años era un excelente corredor de maratones. Llegó un momento en que dijo ya he logrado correr y ganar. Siguió haciendo deporte pero en forma menos profesional para dedicarse a estudiar y tener prestigio dentro de su profesión. Muchos años después, el gusanito de la carencia empezó a rascar su mente y su corazón, los recuerdos agradables aparecieron, decidió volver a participar en algún maratón.
“Anhelo aquellos gritos y aplausos que escuche en mi juventud”, comentó con sus amigos y familiares. Sin pensarlo dos veces se inscribió para competir, sin querer ver que los compañeros que tenía, eran jóvenes deportistas que dedicaban su vida a eso con una fuerza y energía diferente a la suya. No quiso ver que aunque estaba en buena forma física, ya no era el joven aquel. El tiempo pasó y dejo huellas. No era lo mismo tener veinte años que cuarenta y llegaron las consecuencias de su ceguera. Al terminar la carrera, sufrió un desmayo. Física y emocionalmente hubo mucho desgaste físico que produjo dolor y sufrimiento. Tardó mucho tiempo en desaparecer y desde luego dejó huellas en Julio.
Con el paso del tiempo, tenemos que valorar nuestras limitaciones y posibilidades, reconocer nuestra realidad. Hay que estar alegres por nuestros logros y respeto por lo que si tenemos. La mayoría de las veces enfocamos en lo que nos falta, perdiendo de vista los éxitos obtenidos. Casi cualquier persona ha tenido logros en su vida, lo penoso es que no voltea a verlos. Se lastima volteando la cara hacia territorios que no le competen.
Cuando hacemos planes estos pueden no estar cimentados. Esperamos de los otros, lo que necesitamos, sin valorar las posibilidades de obtenerlo. Estamos pendientes de nosotros en forma humana y egoísta sin ver al otro que tenemos en frente y del cual esperamos llene nuestro hueco. La capacidad de dar depende de muchas circunstancias, de la disponibilidad de ese otro de poder o querer hacerlo. ¿Qué presiones y compromisos lo imposibilitan para captar nuestra carencia? Por muy ansioso y necesitado de ayuda y afecto tengo la obligación de pensar en la situación de mi proveedor. El no hacerlo me va a frustrar y enojar.
En ocasiones, ni siquiera nos atrevemos a pedir, nos comportamos como ese pequeñito que fuimos, que traemos dentro y no tiene la capacidad de ver más allá de sus narices. ¡Yo quiero! Mamá o papá tiene que adivinar nuestras necesidades. Esto es infantil y muchos adultos no salen de allí. No han aprendido a intercambiar ideas y aceptar que estas no son las mejores para todos. ..Cuando la gente desea algo ardientemente, ansiosamente, esa misma ansia les hace creer en cualquier cosa que pueda proporcionárselo… Quiero…Quiero…Quiero… Quiero…es todo lo que se puede pensar, ni siquiera existe la claridad de que se desea.
Hacemos planes sin darnos cuenta que no siempre son tan bonitos y factibles como hemos pensado. La satisfacción y la felicidad conviven con las limitaciones y carencias. Nada es total y absoluto. En los momentos de mayor alegría se cuelan la tristeza y la nostalgia.
Luli y sus amigas han planeado durante meses un viaje. Al escuchar lo que hablan uno se da cuenta que no es tan real como lo piensan. Convivir con las mejores amigas una vez por semana no es lo mismo que dormir en el mismo cuarto, estar juntas durante varias semanas, donde cada quien cree que tiene las mejores ideas.
Luli un día de aquellos, estuvo vagando sola, porque no podía quedarse quieta ante ciertas actitudes que no iban con su manera de pensar. Poco a poco su espíritu se fue calmando y se dio cuenta que era distinto hacer planes en un papel que la realidad que estaba viviendo. En la interacción del paseo surgieron incomodidades y desacuerdos que hubo que soltar para evitar que se conviertan en una mochila más que cargar; un aprendizaje que contenía gran desasosiego, le produjo un gran sentimiento de soledad.
Aprendió que cuando los contratiempos surgen, no hay que casarse con ellos, dejarlos pasar como pasa todo en la vida. Los buenos y no tan buenos momentos pasan de largo. Hay que dejarlos ir para que no nos acompañen durante todo el trayecto. Soltar los inconvenientes y acumular lo disfrutable. También fue consciente de que hubo mucho que disfrutar y era mejor quedarse con esta parte del viaje. Grandes amistades y relaciones terminan por tonterías y ganas de siempre ganar… ganar. Ceder es más maduro y difícil que ganar. Mi plan es el mejor, pero eso no les parece a los otros. ¿Por qué será?
La flexibilidad es una característica que contribuye al buen funcionamiento grupal y familiar. No estoy de acuerdo con tu manera de pensar, pero prefiero salvar la relación que mi capricho. ¿Cuántos de nosotros pensamos así? Me parece que muy pocos. He escuchado personas que son sensatas no tener esa capacidad de ceder y les surge una necesidad de armar alboroto para tranquilizarse. Su incapacidad de escuchar al otro se convierte en una gran necesidad de hacer ruido. Tienen expectativas que no coinciden con su realidad. Cuando no se toma conciencia de esto, la frustración es dolorosa.
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