La modernidad nos ha mostrado que vivimos en un universo de redes que incluye
las relaciones familiares y sociales. Toda interacción humana es compleja y
abarca emociones diversas y contradictorias.
Por otro lado, nos enfrentamos a una producción mercantil inusitada y una oferta
de consumo difícil de satisfacer que provocan desencanto y frustración. Todavía
no acabamos de pagar un aparato, o una ropa o un coche, y ya aparecen en las
vitrinas nuevas posibilidades que nos parecen estar mejor que lo que teníamos.
Esto ya lo sentimos viejo y ahora queremos lo nuevo, es una cadena que no
termina sino la cancelamos en forma individual.
Paralelamente, asistimos al desarrollo de una crisis en la que los valores
tradicionales tales como la sabiduría, el amor, la bondad, la belleza interior,
la grandeza del alma, la solidaridad, se sustituyen por valores materiales como,
por ejemplo, el dinero, el éxito o el poder. La mayoría de las veces no son
suficientes y provocan mayor deseo y anhelo en vez de satisfacción.
Las relaciones familiares se han transformado y la frustración del no tener ha
hecho mella en muchas personas y en muchas familias. Nos hemos transformado en
seres anhelantes e insatisfechos, enojados y tristes de tanto desear.
Las expectativas que a veces tenemos de la vida y de las personas con las cuales
nos relacionamos son tan grandes que difícilmente se pueden realizar y se
traducen en frustración, enojo y resentimiento ante quienes no satisfacen esas
“necesidades”. Esto sucede en forma inconsciente.
Estos sentimientos son muy complejos y abarcan distintas áreas. Una puede ser el
deseo de lo material, el deseo de ser el mejor en nuestra área de trabajo, y
también puede relacionarse con el afecto y cariño que quisiéramos obtener.
Podemos estar frustrados porque no tenemos lo que queremos y porque nuestras
relaciones de trabajo, sociales y familiares no son “lo que deberían de ser”.
Aquí es importante hacer notar que la publicidad y la fantasía del amor que se
nos muestra en el cine, en los medios de comunicación,, nos lleva a anhelar lo
irreal. Casi todos quisiéramos ser el príncipe o la princesa del cuento. No
podemos tener todo lo que vemos, y las relaciones humanas implican acuerdos y
desacuerdos, encuentros y desencuentros que terminan en enojos cuando hay
imposibilidad de comunicarse adecuadamente.
Muchos de estos enojos se van heredando de generación en generación y no se sabe
donde empezaron y menos donde terminaran.
Un enojo es una energía negativa que cargamos y recargamos constantemente para
no sentirnos vacíos. Sin embargo hay que saber que este vacío podemos llenarlo
con buenos actos, pensamientos positivos, dar a los demás y tener la capacidad
de ver a nuestro alrededor para valorar lo que sentimos.
Al voltear la cara casi siempre encontramos personas que están en situaciones
más desfavorables. Esto ya es una ganancia en el proceso de madurez que todos
buscamos sin saber que lo estamos buscando. Es importante aprender a ver con los
ojos del corazón y del amor.
Cuando estamos conscientes de nuestro vacío existencial no queremos que el otro
nos lo llene, sino aprendemos a vivir con ese hueco que todos los humanos tienen
en mayor o menor medida.
No hay una persona que se sienta totalmente satisfecha en todas la áreas de su
vida, el crecimiento y madurez es una forma de darnos cuenta de lo que si
tenemos y aceptar que siempre va a haber un faltante.
La energía negativa del enojo y de la frustración, pueden llegar a convertirse
en una pasión y estas cuando no son controladas tienen un efecto de
desesperanza. Ni siquiera podemos reflexionar si lo que ansiamos es viable sino
que dejamos que el resentimiento crezca dentro de nosotros.
Cuando un sentimiento que se ha convertido en pasión se apodera del alma humana
surge el deseo de venganza y la razón desaparece. Odiamos al que tiene más que
nosotros y esto no nos permite valorar lo que si tenemos, solamente tenemos ojos
para los demás cuando la envidia nos corroe. Cuantas veces nos ha tocado ver a
personas que no pueden perdonar que el otro tenga fama, dinero, o sea feliz.
El dar y el recibir implica un equilibrio, cierta reciprocidad para evitar las
deudas impagables. Con frecuencia asisten a la consulta personas que tienen
dolor porque no reciben lo que ellas esperan y no se cuestionan si sus deseos
son poco realistas y menos aún se cuestionan que es lo que ellos están dando.
Algunas personas que llegan a la cúspide aprenden a aguantar todo con una
sonrisa protectora del movimiento turbulento que amenaza con sacarlos de ese
espacio que les ha costado trabajo conquistar.
La sabiduría no se encuentra porque se busca, brota de muchas formas de
realización y cuando uno menos se da cuenta esta allí sin grandes esfuerzos. Es
el resultado de un proceso de crecimiento y se puede ver como una paz interior
que recorre nuestro cuerpo y que dura unos momentos ya que ninguna emoción es
eterna. Se convierte en un estado al que sabemos que podemos llegar.
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