Difícil entender el misterio de la Vida y la Muerte.
Nuestros sabios han tratado de explicarnos de donde venimos y hacia donde vamos, pero en nuestra exigua capacidad para comprender lo que nos dicen, esa trascendencia no logramos asimilarla.
Sólo cuando nos enfrentamos con las Verdades, aquellos sucesos que marcan nuestro paso por la Vida, comenzamos a rasgar los muros que nos separan de la terrible realidad, como si fuesen cortinas de espeso humo y niebla.
Es entonces cuando llegan en nuestro auxilio aquellos que sí entienden, esos seres a los que D-os puso en nuestro sendero, a quienes damos por entendido que están ahí para ayudar.
Sabemos que existen y que podemos recurrir a ello para que hagan su función. No les reconocemos su valía mas que cuando los necesitamos. Además, pensamos, están ahí para nosotros.
Unos de ellos, el que se encarga de mantener vivo el lazo, el Convenio que hacemos con D-os como lo hicieron nuestras generaciones anteriores al igual que Abraham Avinu, que ofrece las bendiciones al momento de integrarnos al Pueblo de Israel, lo hace con humildad y el orgullo en su frente.
En ese sagrado momento pasan ante nosotros los milenios, las victorias y los Holocaustos vividos y sufridos por los nuestros, nuestros Kedoshim.
En esos momentos nuestro Mohel se convierte en el escriba sin pluma ni papel, en el garante de unidad. Nuestras mujeres sienten un arrebato de dolor y felicidad, de labor realizada. Sus rostros adquieren el brillo de la emoción, del trabajo y la certidumbre. ¡Mazal Tov para ellas, para todo el Pueblo! Ya hay otro más entre nosotros. Nuestros varones ven en el recién llegado la continuidad del nombre, de la familia, de la ilusión y la heredad. ¡L'Haim...por la Vida!
Humildemente, aquel a quien recurrimos para hacer realidad nuestra Mitzvah, se desliza entre la gente y desaparece sin que nos demos cuenta que estuvo entre nosotros.
El otro es quien, con toda ternura y respeto para el ser humano, acude en nuestro auxilio cuando, ante la Muerte, no sabemos que hacer.
Sin palabras y ante nuestra incapacidad de entendimiento, lleva a cabo una de las más grandes labores del ser humano: recoger con honor a quien acaba de abandonarnos. Sus manos tocan y envuelven con suavidad a nuestro ser querido.
Su oración es diferente a todas las otras. Nos parece que la dice tanto para él como para nosotros. No es difícil seguir su labor. Sólo su mirada realista nos hace entender que estamos delante del Otro Extremo de la Vida.
Aquí no hay más que un valor: el recuerdo.
Aquí no hay más que una realidad: la soledad.
Por momentos dudamos que él entienda nuestra pena, pero con su mirada nos hace sentir que está sufriendo con nosotros, que sabe de nuestra amargura y que debe cumplir con esa otra Mitzvah.
Ambos, el que une al recién nacido con nuestro Ideal y el que procura con honor en la partida de uno de los nuestros, son los extremos que en nuestro Pueblo se tocan.
Ellos representan el Alef y el Taf, el principio y el fin de nuestro Tiempo.
D-os los bendiga.