Farhud: un programa de limpieza étnica

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Recientemente se cumplieron 82 años del Farhud, término que significa “despojo violento”, la hecatombe que sufrieron los judíos en Iraq a manos de ultranacionalistas árabes aliados a los jerarcas nazis, quienes ya habían establecido verdaderas fábricas de matanza en Europa.

Los líderes árabes, incluido el mufti de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini, estuvieron entre los instigadores de la violencia antisemita en Bagdad, la cual acaeció entre el 1 y el 2 de junio de 1941, durante la festividad judía de Shavuot, aprovechando el vacío de poder entre el fallido golpe del fascismo iraquí y la reanudación del control británico. Las víctimas fueron millares de personas inocentes, pertenecientes a la milenaria comunidad judía iraquí. Cientos de judíos fueron asesinados, miles más resultaron brutalmente heridos; turbas enloquecidas, armadas con dagas, persiguieron a los judíos, y la policía armada se unió a la masacre. Padecieron mutilaciones y violaciones, bebés fueron arrojados al río Tigris; la propiedad judía privada y comunitaria fue asaltada; las sinagogas fueron destrozadas, los libros sagrados profanados; docenas de negocios quemados y hogares saqueados.

Farhud

Una turba a la caza de judíos durante el pogromo del Farhud en Bagdad, junio de 1941
(Foto: Museo del Pueblo Judío)


El Farhud fue consecuencia de años de legitimación del antisemitismo mediante una permanente incitación, y significó la destrucción de la comunidad judía iraquí que contaba con más de 2600 años de antigüedad y que, para comienzos del siglo XX, representaba más de una cuarta parte de la población de la capital. La comunidad judía de Bagdad era educada y próspera, estaba integrada y participaba de la cultura y la historia de Iraq.

Los judíos recibieron oficialmente la igualdad de derechos en 1922, cuando Iraq pasó a estar bajo el Mandato Británico. Ello exacerbó las tensiones entre la mayoría musulmana y la minoría judía. Al mismo tiempo, el nacionalismo árabe se volvió cada vez más influyente en la región, excluyendo a los judíos. En la década de 1930, Fritz Grobba ejerció como embajador de Alemania en el Reino de Iraq, amplió los lazos militares y culturales del país con la Alemania nazi, forjó conexiones entre las élites, y fue responsable de la difusión de la propaganda nazi. La exaltación antisemita se trasmitía por la radio en árabe; seguida por leyes raciales, despidos masivos de cargos públicos, discriminación y asedio en las calles. La influencia nazi en el mundo árabe llegó a tal punto que, con la caída del Reich de Hitler en mayo de 1945, unos 2000 líderes nazis huyeron a países árabes.

Tras el renacimiento de Israel, los países árabes dejaron claro que sus poblaciones judías ya no eran toleradas, a través de severas leyes, arrestos ilegítimos y otras formas de acoso. Una década después del pogromo del Farhud, casi todos los judíos de Iraq habían escapado. En total, cerca de un millón de refugiados judíos fueron obligados a huir de los países árabes e islámicos. Alrededor de 120.000 judíos iraquíes, tras renunciar a su ciudadanía y a sus bienes, fueron trasladados a Israel en la Operación Ezra y Nehemías (1951-1952). Al día de hoy, la presencia judía está prohibida en Iraq.

El Farhud fue consecuencia de años de legitimación del antisemitismo mediante una permanente incitación, y significó la destrucción de la comunidad judía iraquí que contaba con más de 2600 años de antigüedad

Se conoce que la “ira” contra los judíos de Irak en 1941 fue parte de un programa de limpieza étnica creado para arrasar con las comunidades judías del Medio Oriente. Fue implementado por naciones árabes y musulmanas, y coordinado luego por la Liga Árabe. Edwin Black, estudioso del tema y creador del Día Internacional del Farhud, afirma: “País tras país, desde Marruecos en la costa norafricana hasta Iraq en el margen inferior de Asia Menor, atacaron a unos 850.000 judíos, robándoles sus posesiones, sus hogares, sus negocios y su ciudadanía”.

Estos judíos expulsados fueron acogidos y absorbidos por el renaciente Estado judío, el cual, en esos primeros años, se convirtió en un gran campo de refugiados. En la actualidad, la mitad de la población judía de Israel tiene sus orígenes en la extendida media luna árabe. El mundo y las instituciones internacionales como la ONU han sido absolutamente indiferentes a estos crímenes de lesa humanidad; no establecieron ayudas ni compensaciones y, menos aún, restituciones para estos judíos robados, perseguidos y aniquilados. Ya debería haber reconocimiento de lo ocurrido y, sobre todo, justicia.

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