Fernando Pessoa: el judío de Lisboa

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A Pedro Nuncio, lisboeta, como Fernando Pessoa.
A Pedro Cervero, bondadoso, con agradecimiento.
A Ernesto Parra y José María Amigo, in memoriam.

En realidad no hay en Fernando Pessoa un problema específico relacionado con lo judío. Lo que hay en Pessoa es, simplemente, un problema de identidad, semejante al de cualquier otro ciudadano, sea éste judío o no, pero elevado en el caso del poeta a la quintaesencia. “Todos tenemos dos vidas: la verdadera, que es la que soñamos en la infancia, y que continuamos soñando cuando adultos, en un sustrato de niebla; la falsa, que es la que vivimos en la convivencia con los otros, que es la práctica, la útil, aquella en la que acaban por meternos en el ataúd”, decía Álvaro Campos, uno de los heterónimos de Pessoa. Pero, si el problema central es la identidad, también es cierto que, en este conflicto del autor consigo mismo, el judaísmo ocupa un lugar muy importante.

Hebreo por unos orígenes de los que, aparentemente, se sentía orgulloso, el hombre que llegó a decir al final de su irritante prólogo al libro de Eliézer Kamenezky, Alma errante. “Ningún judío sería capaz de escribir este prefacio”, había sido acusado de judío en un panfleto antisemita publicado años antes…


A invasão dos judeus, de Mario Saa fue publicado en 1924, es decir, cuando el poeta tenía 36 años, y lo curioso es que su autor, conocido antisemita, formaba parte del grupo de Orpheu y era incluso colaborador de Athena, la revista que Fernando Pessoa había fundado ese mismo año. Y es precisamente el hecho de que Saa continuara escribiendo en esta revista tras la publicación del panfleto, lo que ha hecho pensar a algunos que el propio Pessoa, amigo de las provocaciones, había sido, al menos de alguna manera, cómplice. No hay que olvidar que en La Invasión de los Judíos, Mario Saa decía textualmente refiriéndose a Pessoa: “Sancho Pessoa, natural de Montemor-o-Velho, estuvo preso en la Inquisición de Coimbra y fue condenado a la confiscación por judío militante en 1706 (proceso en la Torre do Tombo no 9.478); se desplazó después a Fundáo, donde se casó por tercera vez, dando origen a los Pessoa de Amorim, a la familia del periodista Alfredo de Cunha, y más directamente a Fernando Pessoa, que es descendiente suyo por línea viril. A Fernando Pessoa le vemos como una silueta femenina y trémula, ajustándose los quevedos, meditando y actuando. Le vemos fisionómicamente hebreo, con tendencias astrológicas y ocultistas, un verdadero sacerdote del Talmud prudente, cauteloso, tímido, disimulador de sus intenciones, que no desmiente la agitación temerosa que debería haber dominado a aquellos antepasados suyos del gueto. Se diría que pesan en sus hombros todas las preocupaciones de Israel, los angustiosos recelos de la multitud acorralada en el gueto. De ese mismo pavor se resiente todo su pensamiento y literatura: está lleno de pequeñitos recelos y, bueno, también de pequeñitas osadías. Es tímido y de ahí las audacias naturales de los tímidos. Se lanza y se oculta, se esconde y prepara nuevos lances; ¡es una verdadera linterna sorda!, es decir una linterna que oculta la llama sin apagarla. Todo ello se revela en sus innumerables pseudónimos, en los que tiene y en los que habrá que tener… Y en los que no se sabe que tiene”.

En La vida plural de Fernando Pessoa, Ángel Crespo subraya a este propósito que, si bien es cierto que sobre el origen hebreo del quinto abuelo del poeta no hay ninguna duda, llegar a decir, como hace Saa, que el tal antepasado era astrólogo, ocultista y salmista, parece una de esas bromas a las que era tan aficionado el propio Pessoa. Y dice Crespo: “Al final Saa parece ceder a su admiración por Pessoa y escribe: `Dirige últimamente una revista literaria a la que llama Athena, ¡la cual pretende ser un órgano de la literatura clásica. Los hechos, sin embargo, parecen desmentir las intenciones. No olvidemos que, en la Antigüedad, los hebreos de Alejandría crearon allí una escuela literaria judeo-helénica que pretendía expresarse en ritmos griegos. Filón, judío, era su más alto representante. ¡Y tal vez hoy mismo Fernando Pessoa sea el representante en la tierra del judío Filón!”. Comparar al poeta nada menos que con Filón de Alejandría, más que un reconocimiento de sus méritos intelectuales, parece ser un acto de propaganda. Y es que lo que dice Saa (por cierto un personaje misterioso del que poco o nada se sabe) se parece demasiado, tanto por el contenido como por el estilo, a lo que unos heterónimos dicen de otros… Y del mismo Pessoa.

¿Habría que deducir de todo esto que el propio Pessoa colaboró en la redacción del panfleto, al menos en la parte que le concernía? ¿Quién puede saberlo? Lo que sí sabemos es que Pessoa escribió de su propia mano ese prólogo al libro del judío ruso Eliezer Kamenezky que ya hemos calificado como irritante. En este prefacio, escrito en 1932 -es decir, ocho años después de la aparición de La invasión de los judío.– , Pessoa se preocupa por liberar tanto a la masonería y a los rosacruces que él admira, como al igualitarismo, que él detesta, de ser fenómenos creados e impulsados por lo que en la época se llamaba la conspiración judía, empeñándose tenazmente en demostrar los orígenes y el desarrollo de estos tres fenómenos en el seno del cristianismo (es decir, dentro de aquello que el mismo Pessoa consideraba el pensamiento “específicamente” occidental). El problema es que en su afán de demostrar sus tesis, Pessoa termina diciendo: “que toda la literatura judía, de la mejor a la peor, es esencialmente desordenada y difusa. No hay construcción en el conjunto ni precisión en la frase. Ningún judío, por gran poeta que fuese, sería capaz de escribir una composición que contuviese, implícita o explícitamente, el profundo movimiento lógico -estrofa, épodo- de la oda griega. Ningún judío, por gran poeta que fuese, sería capaz de escribir como Esquilo: `el infinito sonreír de las ondas del mar”.¿Cómo hay que interpretar estas frases…? ¿Como otra más de esas divagaciones, muchas veces incoherentes, sobre las supuestas afinidades intelectuales o morales de este o aquel pueblo a las que tan aficionado era el poeta? ¿O como una de sus características e irónicas bromas…? De todas maneras, y sea como sea, es evidente que, desde la alta perspectiva en la que se sitúa (en realidad -como veremos más tarde- inubicable), Pessoa no siente tanto la necesidad de hacer desaparecer a ese judío que de una manera o de otra le persigue, como la de hacer desaparecer a ese empleado de oficina que pasa sus jornadas redactando cartas comerciales en inglés y al que el poeta acabará asesinando de cirrosis…

Y será la lenta, despiadada, solitaria y terrorífica agonía de este modesto empleado la que, haciéndole producir sus más terribles versos, dará al poeta esa gloria nacional que él soñaba para su Supra Camoens de manera tan delirante, a través de todos esos textos en los que anuncia o prepara le llegada del Salvador, o sea el regreso del mítico rey don Sebastián.

Los exégetas cristianos, pero también la moderna tradición judía, nos han acostumbrado a considerar el mesianismo como una característica esencial del judaísmo. Desde ese punto de vista, quieren ver en la espera de Pessoa reminiscencias judaicas. La cosa no es evidente, porque en realidad el poeta está entregado -esperpénticas declaraciones a favor de ésta o aquella dictadura aparte- a un desmembramiento, que es intento desesperado de acceder a través de un sacrificio que el mismo Pessoa estaría obligado a denominar crítico, a la mismísima divinidad, y no a una espera de un acontecimiento histórico vinculado con un pueblo real o imaginario.

Y es que en Pessoa todo es confusión, desgarro, imposibilidad de ser. Por ejemplo, su desesperado intento de ubicarse en esa corriente que él llama neopaganismo y de la que dice estar profundamente enamorado. Sólo dibuja en realidad la sombra terrorífica de una carencia esencial. “La Naturaleza es parte sin un todo”, dice Ricardo Reis en el segundo prefacio a El guardador de rebaños, la obra fundamental de otro de los heterónimos del poeta, Caeiro. Y de esta frase como todas las de Pessoa, pretendiendo expresar el gozo pagano de una experiencia sin posibilidades de totalización, lo que nos deja ver en realidad es el drama de un sujeto que pretende desesperadamente encontrar el centro absoluto sin poder llegar a ser otra cosa que un “todo rodeado de nada’. Y no importa que el poeta, autocastrando su sueño, pretenda arrancarse uno tras otro los párpados que le velan el acceso a la realidad “natural“, porque en este febril arrancar de pétalos con el que pretende recuperar el paisaje, “última tierra prometida” -y a pesar de que el propio Pessoa diga una y otra vez que un estado de alma es un paisaje-, lo que queda es sólo una tormenta de elementos furiosos y desordenados en que todo, salvo quizás la poesía, se diluye y desaparece. Sólo quedan fragmentos, personajes de un drama que no es otra cosa que el drama de la desesperación.

Como en uno de los ritos masónicos que tanto le fascinaron, pero en cuya realidad siempre se negó a participar, una y otra vez siempre se escucha la misma pregunta: “¿Sois poeta?”, e invariablemente la misma respuesta: “Por tal me reconocen los otros poetas”. Y esa logia ilocalizable en la que Pessoa instala a “sus” poetas para que celebren el juicio de sus casi imposibles semejantes es, en realidad, templo de arquitectura cubista en el que todas las perspectivas y todos los ángulos se confunden en un mismo punto geométrico, misterioso y ausente del peristilo que delimita el drama.

“Para crear me he destruido; tanto me he exteriorizado dentro de mí, que dentro de mí no existo sino exteriormente. Soy la escena viva por la que pasan varios actores representando varias piezas…”, dice Bernardo Soares, otro de los heterónimos de Pessoa. Pero en realidad es que todos estos poetas, personajes pretendiendo ser “exteriores” aún en lo más íntimo, simulando ser observadores de lo que acontece fuera de ellos, sólo pueden ver una cosa: el incesante desprenderse de esa carne con la que unos intentan configurar la silueta de los otros y, pese al esfuerzo de todos ellos, el lento emerger de ese esqueleto que se desmorona sin llegar a encontrar ese vocablo misterioso que les hacía auténticamente soberanos de su propia experiencia.”

La vida oscila como un péndulo, y esta oscilación en un sentido exige, para que la vida no se detenga, una similar oscilación en el sentido inverso”, dice Pessoa en el prólogo al libro de Kamenezky. De la misma manera es evidente que la creación ininterrumpida de heterónimos no es sino esa desesperada búsqueda de unicidad. Unidad que Pessoa no consigue atrapar nunca, ya que hasta la más pequeña de las cualidades que pudieran permitirle diferenciarse del caos que en todo momento amenaza devorarle, se transforma para él en impersonal y gris ceniza ocultándole ese volcán que intuye, pero al que no le será posible acceder más que desapareciendo. El problema es que todo el resto, incluso la paciente obra creada no son, como la famosa sandalia de Empédocles, sino rastros de la penosa ascensión. Ni más allá ni más acá existe nada. Sólo es real ese abismo.Todo el resto es mentira. Y esto es evidente en la ingente obra prosística del poeta. Vanos intentos de convencerse de teorías y especulaciones a propósito de una realidad o quehacer poético, disfrazándose una y otra vez con la piel del contrario, o al menos intentándolo para, en definitiva, no conseguir otra cosa que ese agujero insondable del que mana sin cesar esa lava arrolladora que lentamente y como si ella sí obedeciese a las estrictas reglas de ese plano perdido, va a ir depositándose y transformándose en la efigie de ese Supra-Camoens que cualquier transeúnte no advertido confundiría con la imagen de no importa qué melancólico oficinista de los innumerables que pululan por la vieja ciudad de Lisboa.
Dice Borges, quien debe comprenderle bien, pues se dedicó durante su vida a la misma tarea: “Acaso no pensaste nunca en tu sitio en la historia de la literatura… Escribiste para ti, no para la fama…”. Evidentemente esta frase de Borges debe leerse como algunos de los mensajes de Leonardo en un espejo que invierta totalmente los términos ya que, tanto el argentino como el portugués, no hicieron otra cosa durante toda su vida que intentar acceder a ese paraíso al que, siglo tras siglo, van a parar un reducido número de escritores que configuran, como los heterónimos que uno y otro tanto amaron, la imposible silueta del único y eterno creador de todo fabulación y de toda quimera.

Volvemos otra vez y finalmente a recordar a Pessoa, “mezcla de hidalgos y judíos” y precisamente como bronce y muerta estatua, como le conmemora, sentado a la puerta de la `Brasileira“, la necrofilia del Ministerio de turno para consumo fotográfico de los turistas, sino siempre vivo, tímido y lejano, como nos lo cantan sus versos… “Siempre el misterio de lo hondo tan verdadero siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni otra:”.

 

Antonio J. Escudero Ríos y Joaquín Lledó

(‘Caminar conociendo’, revista de la Biblioteca Pública Municipal. Las Navas del Marqués. No 4. Mayo 1995.)

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

1 comentario en «Fernando Pessoa: el judío de Lisboa»
  1. Creo Pessoa fue un gran publicista de sí mismo.
    Lo compaginó sagaz. De misterio desde ese perfil confuso que se ocupó- de contradicciones y supuestos secretos no tan secretos- de contar. Dejando puntos suspensivos de su intención en cada acción. Provocando, sorprendiendo. Creando su propio mito: del cual por fin todo termina por ser…más duda, que biografía ó supuesta realidad.
    Me suena más a un ser amante de las sombras -desde dónde supo diagramar-  su perfil, diría de poca auto estima: Más interesado en que de él se hable, que en lo que sus letras, de elegancia y jerarquía al mundo pudiesen legar.
    Mirta S. Kweksilber
    diariojudio.com

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