Fez, un oasis en la antigua Medina

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El sol se ponía sobre los zocos, reflejando el rojo de las colinas. Mi esposa y yo disfrutábamos del atardecer en la terraza. De momento se escuchó la llamada a la oración de la tarde desde una de las mezquitas.

En pocos segundos, docenas de muecines hacían eco a la misma desde otros minaretes, redeándonos de sonidos. Era un recordatorio de que estábamos en la ciudad o medina de Fez, el centro religioso y cultural de Marruecos, y en otro tiempo, de casi todo el mundo musulmán.

Al poco rato, los sonidos de la vida diaria volvieron: el tap-tap de los herreros moldeando el cobre y el bronce en el mercado, el rebuznar de los burros (el único transporte no humano permitido en la medina) según bajaban por los escalones de piedra, la voz de los mercaderes regateando en el mercado de especias, las bocinas de los coches fuera de las 14 puertas y 15 millas de murallas que han mantenido la modernidad fuera de ellas.


Las luces brillaban en la torre de Al Quaraouiyine, fundada en 859 y actualmente las más antigua universidad del mundo. El primer Papa europeo, Silvester II, estudió en ella en 998 y supuestamente trajo con él los números arábigos a Europa.

El filósofo judío, Maimonides, estudió también en ella en el siglo 12. Una tarja marca el callejón donde supuestamente vivió, al igual que un pequeño restaurante chino que lleva su nombre en su honor.

Cuando llegamos a Fez un hombre recogió del taxi nuestro equipaje y nos guió, casi corriendo, a través de una de las entradas, luego de otra, luego pasamos sobre un pequeño puente peatonal y comenzamos a recorrer el laberinto de 9,600 callejones dentro de la antigua ciudad amurallada.

La mayoría no tienen nombre, pero nuestra casa de huéspedes resultó que estaba localizada después de tres callejones al final de uno llamado Lane of Seven Twist (el Callejón de las siete vueltas).

Dar Seffarine, llamado así por el mercado de bronce que se encontraba cerca, era un oasis en medio del bullicio de la medina. Dar es una casa tradicional marroquí, por lo general de dos plantas, que se levanta alrededor de un patio central que está rodeado de columnas y pasillos. Estos están cubiertos con mosaicos llamados zellij y con paredes de yeso talladas que se llaman tadelakt. Este dar tenía siete habitaciones y cada una de ellas había sido lujosamente restaurada.

Nuestra suite de dos habitaciones era palaciega. Una vez pasabas el arco con dos puertas de madera, un diseño de mosaicos de colores adornaba el suelo y subía por las paredes. Sobre ellos caligrafía y frescos esculpidos cubrían el techo.

Alfombras desgastadas bereberes cubrían áreas del suelo, y el techo era de 20 de alto. Los vitrales de las ventanas que se encontraban en lo alto reflejaban luces de colores en la habitación.

No teníamos televisor, no había cerrojos en las puertas y el Wi-Fi era intermitente, y ese era el punto.

El desayuno, al igual que la cena, era abundante y estilo familiar de manera que los huéspedes pudieran conocerse y compartir. Durante los cuatro días que nos quedamos en este lugar jamás nos faltó nada gracias a la atención de los dueños Alaa Said y su esposa Kate Kvalvik, de origen noruego y que se establecieron en este lugar al que llaman su hogar.

Said es un iraki que estuvo reclutado en las filas de Saddam Husein en la guerra contra Irán en 1980. Luego de escapar de una prisión irakí se fue a Oslo, Noruega, donde fue acogido como refugiado y donde estudió arquitectura. Luego de que un profesor le sugiriera que se especializara en arquitectura árabe, él y su esposa Kate decidieron mudarse a Fez en el 2003.

Compraron el dar -que cree que tiene 600 años, pero nadie está seguro- y contrataron a 80 artesanos para restaurarlo, y además añadir electricidad, inodoros y todo lo que hacía falta. Había estado abandonado durante décadas, de manera que tomó tres años -y miles de cargas de burro- para hacerlo habitable.

Fue una movida muy atrevida. En aquel entonces la medina era un lugar prohibido y empobrecido, y su casa de huéspedes era la tercera de la ciudad. Actualmente hay unas 200 gracias al auge del turismo. Antiguamente caravanas de camellos cruzaban el desierto para llevar azúcar, sal y oro desde Timbuktú a Fez. Ahora los grupos de turistas chinos llegan en autobús.

Pero la ciudad medieval continúa siendo mágica, especialmente temprano en la mañana y a media tarde cuando hay menos personas en la calle.

En nuestro primer día contratamos un guía excelente, Khlafa El Asefar (feztourguide.com, [email protected]), para ayudarnos a navegar el laberinto de calles y mostrarnos las tumbas, palacios, museos y fuentes de la ciudad. La medina cuenta con dos sectores vecinos -Fez el Bali o antiguo Fez que data del siglo 9 y Fex el Djedid o nuevo Fez que data del siglo 13 y que contaban con una comunidad judía floreciente. Una de nuestras primeras paradas fue en una pequeña sinagoga restaurada, la última de 17 que una vez existieron en este lugar.

Asefar estaba orgulloso de cómo la medina había retenido sus raíces y vibrante comunidad. “Contamos con 11 madrasas”, o escuelas islámicas, me comentó. “Diez de ellas datan del siglo 14”.

Otra muestra de lo poco que ha cambiado: la curtiduría Chouara sigue funcionando igual que hace 800 años, utilizando caca de palomas y la fruta granada para ablandar la piel de vaca, oveja, chivo y camello. Luego se lavan y tiñen con colores brillantes esos que dominan el arte islámico -jazmín, rojo amapola, verde menta, negro kohl, azúl añil, y amarillo mostaza.

“Todo son especias, flores y minerales”, señala Asefar.

Para almuerzo fuimos al Nejjarine II, otro lujoso bar restaurado. Cada pulgada parecía estar cubierta de losetas terracota, y cobre o cedro tallado.

Los camareros pasaban con nuestros platillos -15 distintos platos con ensaladas, aceitunas, remolacha, lentejas y aperitivos parecidos. La comida fue un pollo al limón con cuscus, hojaldre relleno con paloma y rociado con canela, y platos llenos de frutas y dulces.

Se veía que el turismo estaba en su auge y que haber sido designada como Patrimonio Mundial de la humanidad por la UNESCO le había dado un gran impulso a la ciudad, reclamando parte de su antigua gloria.

Los caminos de piedras desgastadas de los callejones habían sido restaurados, y la basura se recoge todas las noches y se saca fuera de las murallas en burro. La policía ha ayudado a limitar el crimen sustancialmente, y aire huele a especias, no a humo, luego de que miles de hornos que utilizaban madera fueron sustituidos por gas. Los residentes han utilizado subsidios del gobierno para restaurar las casas, algunas con jardines exuberantes, y las tiendas han reemplazado las puertas corredizas de hierro por puertas con persianas tradicionales de madera.

Al día siguiente decidimos explorar por nuestra cuenta. Nos percatamos de que un cortés “Salaam Alaikum!” (la paz sea contigo)- disuadía a vendedores imprudentes. Nos sirvieron té de menta y recibimos muestras de su hospitalidad.

“Me siento que estoy en un video juego”, dijo mi esposa cuando regresamos, por error, al mismo lugar por tercera vez.

De regreso a la casa de huéspedes me senté a hablar con Said bajo un árbol de mandarinas y le pedí que me contara de la antigua ciudad amurallada. La medina parecía ser puro caos. El arquitecto de 57 años intentó que la viera a través de sus ojos.

“Esta es una ciudad puramente islámica”, comenzó a contarme. “Cubren a sus mujeres y al igual cubren sus casas. Es una arquitectura cerrada. Todas las ventanas dan hacia el interior. Toda la decoración está dentro”.

La medina alberga cerca de 150 mezquitas, y cada una cuenta con un horno de pan común, un baño público y una fuente, los pilares de la vida islámica. Tras ellos están los zocos o mercados, y luego las casas con sus pesadas puertas.

“La planificación urbana se hace de acuerdo a su función”, dijo Said. “Es muy orgánico, como si la mezquita fuera el árbol y todo los demás crece a partir de él”.

Los muros que rodean los callejones crean sombras que alivian el calor del verano, y los techos intermitentes hechos de juncos o madera crean una brisa natural, me explicó. Los callejones serpetean a lo largo de la ciudad y sirven de protección del sol y a veces también de tormentas de arena.

Las casas están igualmente diseñadas para la vida en el desierto -y en el Islam. Durante el verano las familias se acomodan en la planta baja, en donde los pisos de mármol o de losetas esmaltadas y por lo tanto más frescas. En el invierno se mudan a las habitaciones que tienen alfombras y revestimiento de cedro de manera que mantienen mejor el calor.

La ornamentación de las casas y los espacios públicos a lo largo de la antigua ciudad muestra figuras geométricas o florales que se repiten -todas hechas a mano. Said se reía cuando le pregunté si eran moriscos, el diseño que yo asociaba con el período islámico en España.

“No, es mucho más que eso”, me contestó. Fez cuenta con una vasta cultura, ya que recopiló arte del mundo islámico cuando la ciudad era el centro de ese mundo. El estilo de las tallas en madera viene de Egipto. Las losetas vienen de la antigua Roma y Persia. Las flores en el estuco son flores de loto de la India. La caligrafía y los arcos o bóvedas vino de Irak”.

A Said lo impulsa esa maravillosa historia que es muy mal entendida o apreciada por el Oeste. El dice que aún no ha terminado de remodelar Dar Seffarine.

“Esto es una obra de arte”, dijo. “No la estoy cambiando. Solo estoy restaurándola”.

Distribuído por Tribune Content Agency, LLC.

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