Filón de Alejandría, un conservador con alma de masoquista

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Filón de Alejandría (30? a. e. c. – 50? e. c.), también llamado Filón el Judío, vivió en Alejandría, centro de extraordinaria importancia por su alto nivel cultural y económico, caracterizado por la convivencia de culturas diversas (griega, judía, egipcia) dentro del imperio romano. Filón pertenecía a una de las familias más ricas y prestigiosas de la ciudad, y recibió una cuidadosa educación como lo demuestran su vasta erudición bíblica y su familiaridad con la filosofía griega. Fue uno de los filósofos más renombrados del judaísmo helénico de su época. Los judíos alejandrinos se mantenían fieles a la ley mosaica y al modo de vida prescrito en la Torá, pero también participaban y se integraban en la vida social y económica para lo cual debían pasar por el sistema educativo del gymnásion. Si bien los judíos estaban a la par de los griegos en el aspecto cultural y literario, entraron en una abierta y deliberada competencia con las teorías griegas acerca del mundo y de la historia. Este fue uno de los motivos por el que los griegos alejandrinos no aprobaban el ascenso social y económico de los judíos.

Debido a esa hostilidad, los griegos y los egipcios habían solicitado que se colocaran estatuas del emperador en las sinagogas. Esto determinó que Filón participara en la delegación que en el año 38 viajó a Roma en representación de la comunidad judía para solicitarle protección al emperador Calígula y rogarle que no exigiera ser honrado como un dios por parte de los hebreos.

Filón intentó reconciliar teorías filosóficas griegas con ideales religiosos y morales que había heredado de sus antepasados hebreos. Así, procuró convencer a los judíos ilustrados de que no se debía de renunciar al pasado religioso y que la fidelidad a la Ley no estaba reñida con las ideas helenísticas. Para lograr este objetivo usó el método alegórico (tomado de la tradición exegética judía y también de la filosofía estoica) y, al mismo tiempo, concilió la ley judía con la filosofía platónica (en particular, la teoría de las ideas). Sin embargo, su obra no fue aceptada por los judíos ni por los griegos, aunque sí por los primeros cristianos, que lo llegaron a considerar uno de los suyos.


Filón fue un autor muy prolífico, aunque solo se conservan unos cincuenta escritos. Sus obras se dividen en tres grupos: tratados sobre la ley judía, obras históricas y apologéticas y tratados filosóficos. En los tratados sobre la ley judía, sus comentarios toman los relatos contenidos en la Torá como alegorías sobre el desarrollo del alma humana. Plantea además que en el Génesis se encuentra el origen de la doctrina de Platón. En las obras históricas y apologéticas relata la vida y las costumbres de los judíos de Alejandría. En los tratados filosóficos discute temas tales como la libertad del ser humano y la eternidad del cosmos.

En el sincretismo creado por Filón, Dios es único, incorpóreo e increado. No se parece en absoluto a las cosas creadas, las trasciende. Por ello es imposible que sea comprendido por la inteligencia humana, la que se encuentra limitada por las categorías de espacio y tiempo. Sin embargo, que la esencia divina sea incomprensible no significa que el hombre no pueda conocer nada de ella. Para ello es necesario un mediador: el logos, actividad intelectiva de Dios, su hijo primogénito, su imagen, el más antiguo de los seres. No es ingénito como Dios ni engendrado como los hombres, sino un intermedio entre los dos extremos. El logos lo contiene todo, es el principio de toda la creación inteligible y sensible, es el arquetipo (nous) porque encierra en sí las ideas ejemplares de toda posible realidad (he aquí la similitud con el mundo de las ideas o eidos de Platón). A través del logos Dios crea y gobierna todas las cosas.

Esta noción del logos, si bien comparte con los estoicos su carácter providencial, no plantea una diferencia de atributos entre Dios y el logos. El logos es distinto a su creador como una realidad ontológica, es inferior pero a su vez participa de la razón divina.

Pretendiendo conjugarlo con la ley judía, Filón sostiene que aparece cuando se concibe la palabra creadora, a efectos de cumplir su función mediadora. De esta forma, Dios se da a conocer a través de una acción interior del alma, una iluminación espiritual.

Estas ideas tuvieron una gran influencia en el neoplatonismo de Plotino, un conjunto de doctrinas de inspiración platónica que implican una tentativa de lograr una síntesis general de los ideales filosóficos y religiosos que abarcan la primera fase de la filosofía helénica, la filosofía greco-judía, el medioplatonismo (pensamiento intermedio entre el platonismo y el neoplatonismo) y el neopitagorismo.

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