Forjar comunidad en medio del conflicto, el caso de Israel

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Voy en un tren. Por un momento me siento desubicado. Me imagino que estoy en el Hauptbahnhof de Zúrich, el tren es idéntico. Pero suben jóvenes entre 18 y 19 años. Todos tienen armas largas, se sientan. Duermen a los pocos minutos. Hay negras que parecen de Eritrea, varios blancos, rubios, parecen rusos; otras podrían ser de la Italia Mediterránea. Mujeres y hombres atractivos. Son militares de ambos sexos. Después entenderé que la relación de Israel con su ejército es clave para entender su diversa comunidad.

Subimos a un taxi (en Israel no hay UBER), el chofer no habla inglés, lleva un kipá bordado en la cabeza. Google me ayuda: platicamos por el celular. Le pregunto para qué es el radio que trae encendido, lo veo inquieto. Nos enteramos que participa como paramédico de zona, es voluntario. Pasó un accidente que queda cerca y no puede ir porque nos tiene como pasajeros. En cada lugar en donde está tiene que auxiliar. Hablamos de Tikkun Olam: concepto de reparación del mundo, no es Tzedek (filantropía) pero no le pagan por hacerlo. “Salvar una vida es salvar al mundo” dice. Le menciono México y me habla de Cancún y del Narco. Le impacta el narco y la violencia.

taxi, transporte, Israel
Fotografía: The Times of Israel.

Nadie se presentó haciendo alarde de sus medallas, ni hablando de sus logros. Querían conocer quién estaba del otro lado. Había un profundo interés por el diálogo. No había jerarquías ni sacos ni la pose naturalizada de las cenas mexicanas. En el viaje visitamos a una premio Nobel, comimos y charlamos con veteranos de guerra, científicos, rabinos, médicos y muchas personalidades. Hubo algo en común: humildad y austeridad.


En las calles me pasó lo mismo. Inquieto por esa falta de jerarquía que contrasta con la de un México clasista, cuestioné varias veces a qué se debía; las respuestas se repitieron: al ejército. Ahí aprenden, es obligatorio para todos los judíos, beduinos y otras minorías no árabes. Obliga a convivir. Todas las clases y colores se reúnen. Estar en situación de precariedad crea la vulnerabilidad necesaria para pertenecer. El rico y el pobre pasan hambre, ambos tienen miedo a morir. Ven un futuro común.

Como mexicano cuesta trabajo pensar en el ejército como el cemento de la sociedad. Allá es la norma. Otra coincidencia con Suiza: en el país europeo sólo el 5% de su ejército es profesional, y toda la milicia se debe a que es obligatorio el servicio militar. Tal vez la diferencia del país alpino y el Mediterráneo es que éste obliga más a las mujeres a participar. A pesar de ello, los suizos mantienen un ranking en igualdad de género que los posiciona mejor que las israelíes: son el veinteavo lugar e Israel el 46. México es el 50 de 146. ¿Será que la disciplina y la comunidad podrían ser forjadas por una institución como un ejército civil? ¿Ese ranking será un retrato verdadero de la situación de género? Israel ya tuvo una primera ministra.

Suiza e Israel
Imagen: Bucher Tax AG.

Llamo a Omer. Me lleva a donde van los jóvenes a divertirse. Él acaba ir al ejército. Es un bar en el corazón de la ciudad blanca. Intrigado por su experiencia en el ejército, le preguntó mucho sobre el tema. Es un joven muy inteligente, apenas tiene 21 años, pero tiene una visión de un mundo muy amplia. Sueña con ir a otros lugares, estudiar, ser empresario. Su abuelo y su padre hicieron las primeras plantas desalinizadoras en el mundo. Ellos son empresarios e innovadores. Él busca algo semejante. Me platica de las start up de Israel. De lo difícil que es acceder a las Universidades. Medicina es una de las más complejas. Al llegar a la charla del ejército le explicó lo que me ha impresionado. El poder de cohesión y el que no haya jerarquías. Reflexionamos y le pregunto: ¿qué pensarías de que el ejército acepte árabes no judíos? Medita y dice: “es una decisión difícil, así debería de ser. Pero no podemos arriesgar en tener al enemigo dentro. Hace años había bombas en las ciudades. No hemos logrado esa unidad.” ¿Pero no crees que el ejército la logre como lo ha logrado con todos? Dice que sí, pero que el riesgo es muy alto. Habla de cómo lo han intentado mitigar: el porcentaje de alumnos de medicina es más alto de árabes no judíos, por ejemplo, así existen muchas iniciativas para equilibrar lo que hoy no se puede equilibrar. No es un blanco y negro.

Hablo con Lior, una mujer delgada, blanca y de pelo negro. Su nariz semeja a un perfil persa. Es una mujer atractiva. Se presenta como una promotora de los valores judíos. Habla de las iniciativas de la ciudad. “Será la primera vez que habrá transporte público en Shabatt”. Está emocionada del logro, antes las obras, toda la infraestructura pública se paraba. Ron Huldai, el alcalde de Tel Aviv, a quien Lior ayuda, es un visionario. Sabe que una ciudad que no se mueve se muere. Sabe que el transporte si se centra en las minorías, suple a las mayorías. Miles de personas no creyentes se tienen que transportar. La verdad de unos no se puede imponer a la de todos.

Ron Huldain
Ron Huldain (Fotografía: Haaretz).

Lleva una argolla de matrimonio. Le cuestiono sobre qué hace su esposo. “Esposa”, me cuenta: es comandante del ejército. Llama más mi atención, sé que el matrimonio en el mundo judío tiene que ser religioso. Le pregunto si hay matrimonio civil y me dice que no, se casó en Nueva York. Lior: ¿me dijiste que eras promotora de los valores judíos cómo comulga eso con la imposibilidad de casarte, podrías adoptar? “Tendría que hacerlo fuera. Los valores judíos no son religiosos”. La reflexión es profunda. Hay valores como el Tikkun Olam, como el de comunidad, como muchos otros que son parte de la cultura judía. Amaga al final y dice: “es más David, no soy creyente, habemos muchos judíos ateos que valoramos nuestra comunidad y nuestros valores, por eso los promuevo”.

Tel Aviv es una ciudad orgullosa de su comunidad gay. Contrasta con el espíritu clásico y conservador de Jerusalem. Estoy seguro que mucho hay de la mirada de Ron y de muchos visionarios en un país en el que las minorías tienen voz. Pero ese contraste también es Israel. Un estado religioso que también se juega en tejer una urdimbre religiosa, con distintas religiones y con entramados laicos.

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Imagen: Congregation Beth Shalom.

Alguna vez un amigo me dijo que tenía miedo a leer un libro porque se sentía muy bien y no quería que el libro lo afectara para pensar en algo que no había pensado hasta ese momento y entonces afectar así su calma. Nunca hubiera pensado recordar esa reflexión después de un viaje. Ni una imagen, mucho menos un souvenir podrían resumirlo o expresar lo que ha significado y lo que ha movido en mí. Muy probablemente eso se debe a que este viaje fue detonado y planeado por un educador natural, uno de esos maestros que están dispuestos a cambiar vidas y a transformar: un pensador y un actor sistémico. Hace tres meses de eso y sigo pensando en muchos aspectos, leyendo sobre el lugar y reflexionando.

La estructura de este viaje fue parecida más a la de un día escolar. Mi amigo así planea su vida: horarios destinados a temas: “Eso lo aprendí muy joven y así le sigo haciendo, es el mejor consejo para manejar el tiempo”, eso me dijo hace un par de años Pepe Galicot. Yo no lo he podido lograr. Cada hora o cada dos horas un tópico. El viaje fue así: en vez de clases hubo diálogos, encuentros, búsquedas, visitas pensadas con la meticulosidad de una curadora de arte. Israel es esa cruza extraña entre guerra y paz, entre pasado y vanguardia, entre orígenes y modernidad. División-unión: ying-yang perpetuo y contradictorio en búsqueda de equilibrio y raíces. Vida y muerte.

Jerusalem, bandera
Imagen: Cuadernos de Viaje.

El viaje me deja muchas preguntas. ¿Qué podríamos hacer como mexicanos para forjar comunidad? ¿cómo entablar un diálogo en la diferencia?, ¿hay valores mexicanos?, ¿sería distinto el tejido social con un ejército civil? Todas son preguntas que parecen utópicas. Lo que más impresiona es que en 72 años los israelíes sean una población viendo al futuro, con una gestión clara de las diversidades y afrontando claras adversidades, pero con una visión y deseo compartidos. Voy de regreso al aeropuerto, es el primer sábado con transporte. Veo niños de 5 o 6 años caminando y jugando solos en el parque. Me pregunto si mis hijos o los hijos de mis hijos podrán hacer lo mismo. En el ranking global de paz, Suiza es el onceavo país más seguro, e Israel el 148 de 168, uno de los más bajos (México está en el 140); aunque en homicidios hay 45 en Suiza, 110 en Israel (y 32 mil en México, todas cifras del 2017).

Algo deja Israel: si sueñas en algo y luchas por algo, es posible lograrlo.

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