‘Fortaleza Israel’: un relato incompleto

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Patrick Tyler es un conocido periodista norteamericano que ha trabajado como corresponsal en Oriente Medio. En su dilatada carrera (para el New York Times cubrió desde Bagdad la primera guerra del Golfo), ha podido llevar a cabo entrevistas e investigaciones al más alto nivel con Israel como eje. Fruto de ello es el libro que nos ocupa.

Fortaleza Israel: la historia de la élite militar que gobierna el país –y por qué no puede alcanzar la paz se publicó, sin mucha repercusión, en 2012. El título es toda una declaración de intenciones. Al decir de Tyler, no son la animadversión de los países árabes y la incapacidad de los palestinos para coexistir con Israel los responsables de que no se haya alcanzado un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. Sino el mindset militarista de los dirigentes israelíes, su manerasabra de ver las cosas.

Desde el principio, el libro sigue una misma línea, sin ambigüedades. Tyler escribe: “Israel no es la luz entre las naciones que muchos románticos del movimiento sionista primigenio esperaron que fuera; por el contrario, es una Esparta moderna en una región de Estados débiles”. Al leer esta contundente afirmación no podemos evitar acordarnos de la reveladora frase de Marcos Aguinis: “Quisimos ser Atenas y nos obligaron a ser Esparta”. Dudo de que el ambiente festivo, la pluralidad y la libertad de Tel Aviv encajaran en la ciudad-Estado de los 300 del rey Leónidas, pero ciertamente el Ejército es una pilar vertebral de Israel, y –de lejos– la institución más querida y respetada por la ciudadanía.


La sentencia del periodista sobre estos 70 años de historia de Israel es demoledora:

El movimiento sionista ha sobrevivido a las guerras mundiales, al Holocausto, a luchas ideológicas (…) pero no ha podido adaptarse a los tiempos y abandonar el paradigma de la preeminencia militar (…) el militarismo israelí eclipsa a cualquier sentimiento en liza [en referencia a la integración de judíos de distintos orígenes que supuso el sionismo], contribuyendo a la radicalización de los árabes. La Guerra Fría y el resurgimiento del islamismo hicieron el resto.

Tyler es injusto, maniqueo, enseña sólo una cara de la moneda. Parece obviar la necesidad de Israel de ser superior militarmente a unos vecinos que nunca ocultaron sus intenciones genocidas. Daniel Byman se muestra así de crítico con la argumentación principal de Tyler:

(…) el argumento de ‘Fortaleza Israel’ no aguanta un escrutinio, y el libro, como sugiere su subtítulo, simplifica la política israelí y los difíciles dilemas de seguridad que enfrenta el país.

Byman recuerda lo que dijo Naser en vísperas de la Guerra de los Seis Días: “Nuestro objetivo básico será la destrucción de Israel. Los árabes quieren pelear”. Israel nació en un entorno hostil y Tyler no ha sido capaz de interiorizar la idea de que los judíos tienen que defenderse; en esa labor, por supuesto –ni que fueran especiales o superpoderosos–, en ocasiones cometen excesos, errores y hasta crímenes.

Pese a todo, el libro de Tyler da interesante cuenta de luchas de poder, decisiones estratégicas, confrontaciones ideológicas, reuniones antaño secretas y todo un catálogo de anécdotas generalmente desconocidas que los fascinados por la historia del Israel moderno agradecemos. En sus páginas descubrimos, por ejemplo, cómo Ben Gurion tomó la estrategia delMuro de Hierro de su enemigo ideológico Zeev Jabotinsky; cómo se intentó tapar el esperpéntico caso Lavón, una operación de bandera falsa para ganar apoyo en Occidente, o cómo los supervivientes del genocidio más brutal del mundo moderno se negaban a aceptar consejos de quien no fuera de los suyos: “Nuestro futuro no depende de los gentiles”, que dijo Ben Gurión en plena batalla política con su compañero de filas y entonces primer ministro Moshé Sharet. También somos testigos del nacimiento de Ariel Sharón como guerrero y de su bautismo de sangre, ordenado por el mismísimo Ben Gurión; de las actividades de Ehud Barak en el Irán prerrevolucionario o de los afanes de Ehud Olmert para que Bush bombardeara las instalaciones nucleares iraníes.

Todos ellos hechos controvertidos, sí. Como si Israel no pudiera tenerlos.

En suma, el problema de Tyler es el mismo de tantos periodistas, intelectuales, políticos y figuras relevantes, incluyendo a un gran número de israelíes y judíos: no son capaces de procesar que los líderes de Israel no actúen como hermanitas de la caridad sino como aguerridos halcones. Hablamos del choque violento entre el idealismo y la realidad que consignó magistralmente Aguinis en la frase antes citada. Israel no es Camelot, es un país democrático que tiene que lidiar con unas circunstancias tremendamente complejas que le llevan a no seguir los dictados del ideal que muchos aún retienen en sus mentes.

Los líderes de Israel contribuyeron en ocasiones a alejar la paz, pero fueron sobre todo el odio y la incapacidad de aceptar al Estado judío de sus vecinos los principales causantes de las guerras. La retirada del Sinaí para alcanzar la paz con Egipto o la desconexión con Gaza son hechos que desvelan la indudable voluntad general de los israelíes de convivir en paz, de no perpetuar el estado de guerra constante bajo el que viven desde antes del nacimiento de su país.

Israel es una fortaleza, sí; pero porque así lo han dispuesto las circunstancias.

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