Fuentes y voces como instrumentos para alterar la realidad de la que se informa

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Quizás una forma de comprender o de acercarse a la particular cobertura que del conflicto árabe-israelí y sobre Israel hace la mayoría de los medios en español, sea entendiéndola como fruto de un cambio de enfoque: de uno informativo a otro pretendidamente moral. De tal guisa, el periodista y/o el medio dejan de ser una suerte de traductores de la realidad para transformarse en jueces y parte que controlan, precisamente, los estándares morales con los que, a su vez, intervienen en la realidad de la que da cuentan, modificándola, a la vez que imponen los lineamientos de y para una “opinión” supuestamente “mayoritaria”.
De hecho, David Bar-Illan citaba en Eye on the media a Ted Smith, profesor asociado de Comunicación en la Universidad Virginia Commonwealth, que decía que “los periodistas ahora se ven a sí mismos como críticos autónomos y neutrales que no pertenecen a la cultura, sino que de alguna manera están fuera de la cultura y por encima de ella”.

Una herramienta del periodismo convertida un método de sesgo

La labor periodística depende sustancialmente de las fuentes de información y de los testimonios que éstas brindan – amén de los comentarios sobre el hecho de voces relevantes (o pretendidamente tales) -, y que se reflejan en forma de citas en las crónicas que se publican.

Sandrine Boudana, del Departamento de Periodismo de la Universidad de Columbia (The Journalistic Referents: A Crucial Distinction Between Sources and Voices) distinguía entre fuentes de información y voces, explicando que al contrario que las fuentes, “las voces son creadoras de información – de un tipo particular de información” (no del evento principal, del cual los periodistas se informan a través de las fuentes, justamente) -, puesto que ofrecen, principalmente, opinión e interpretación en forma de “acusación, expresión de una posición, un sentimiento, etc.; de manera que “las voces constituyen o forman otro evento paralelo a aquel del cual se pretende dar cuenta”. Unas voces que, como decía Boudana, muchas veces se confunden con la del redactor, y que crean un evento que es principalmente emotivo, ideológico.



Voces y fuentes

Boudana advertía de los peligros en los cambios descuidados y falaces de estatus narrativos de fuente a voz y viceversa (en los que una voz se hace pasar como fuente, o a la inversa).En el caso de la mayoría de medios en español ambos estatus se confunden cuando dan voz a líderes palestinos como Saeb Erekato  Hanan Ashrawi (ambos con un notorio historial de fabricaciones a cuestas): se pretende que ofrecen información, cuando en realidad comunican posiciones ideológicas; incluso parece que comentaran sobre los puntos de discusión que ellos mismos promueven: en el caso de Hamas, fue notorio con la llamada “marcha de retorno”: un pseudo-evento en toda regla, donde la fuente (que, como por ejemplo “Ministerio de Sanidad”, ofrecía la “información” acorde a sus propósitos propagandísticos) era el actor y el comentarista.

Hacer pasar una voz como una fuente aboliendo la distancia crítica: el periodista busca por ejemplo determinar las responsabilidades que dispararon la violencia y, al referirse a testigos oculares, sugiere que la coincidencia de los testimonios recogidos son una muestra de veracidad. Se trata del famoso varios testigos coincidieron en que… Pero se falla a la hora de indicar que esos testigos son, generalmente, a su vez, protagonistas.

En estos casos, la comprobación de estos testimonios, señalaba la autora, no es suficiente para garantizar su fiabilidad porque estos testigos son, de hecho, los propios acusadores o acusados… En tales casos, sugería la autora, el periodista debe tomar distancia y crítica de los testigos. Así, sería razonable pensar que su utilización debería ser limitada y, además, advertida de manera explícita al lector su carácter potencialmente problemático.

Hacer pasar una fuente como si fuera una voz, desacreditándola: Le quitan credibilidad a la fuente, la hacen pasar como no fiable, la reducen a una voz propagandística. El periodista propone que su experiencia y conocimiento sobre el asunto que se trate – sobre la región, las idiosincrasias, etc. – lo pone por encima de la fuente y la desacredita. Transforma, así, la información en una mera reacción.

Un ejemplo de esto es el artículo de El País del 17 de mayo de 2018 en el marcha de la llamada “Marcha del retorno”, que convertía al portavoz del Ejército israelí en una mera voz que “interpretaba” los hechos – a la vez que, en este caso sí, desautorizaba a un alto cargo de Hamás que reconocía que la amplia mayoría de abatidos pertenecían a Hamás. En su lugar, ofrecía un espacio (una voz) privilegiado a un ex asesor del líder terrorista Ismael Haniya, que parecía adecuarse más a la “opinión” o “relato” del periodista: la marcha era “pacífica”, el grupo terrorista Hamás no tenía nada que ver con ella; señálese a Israel.

Finalmente, Boudana apuntaba que la falta de distancia crítica es condenable en la medida en que el periodista sólo informa con una voz (la de la fuente). No sólo no logra introducir varias voces, sino que además tiende a presentar las posiciones expresadas por como si fueran el resultado de su experiencia.

 

Por su parte, Paula Jullian, de la Ponitificia Universidad Católica de Chile (Appraising through someone else’s words: The evaluative power of quotations in news reports) apuntaba que las citas (y las voces, claro está) pueden ser utilizadas para dar credibilidad al reportaje y a las palabras del redactor; para reafirmar lo que se ha dicho o que se dirá a continuación; para desvincular al redactor de la responsabilidad del contenido, entre otros. Pero, advertía la académica, además de lo mencionado, las citas pueden servir para fines de evaluación de manera muy sutil:

“Las citas también pueden servir para valorar a las propias fuentes [y voces], de tal manera que el hábil uso de citas por parte del periodista puede igualmente hacer que el orador suene agudo, considerado o atractivo o, si se usa sarcásticamente, el orador puede parecer poco inteligente, cruel, ingenuo, etc.”.
Poca sutileza y habilidad necesitó el Huffington Post en español para ridiculizar al Embajador israelí: desde el titular se le indicaba al lector que las citas del Embajador debían leerse en clave de “berrinche”.

Las fuentes (y las voces) utilizadas de tal manera, continuaba Jillian, podrían trascender de su función de instrumento informativo para transformarse en algo enteramente distinto: una máscara para las opiniones del redactor; para dar credibilidad a estas.
No en vano, la autora sostenía que una de las formas en que los autores pueden expresar sus puntos de vista es precisamente a través de la elección de las fuentes – y de las voces – que incluyen en el texto y de la información que deciden incluir o excluir. Tales decisiones, decía Jullian, tienen fuertes implicaciones ideológicas.

En el caso de la cobertura del conflicto árabe-israelí por parte de una mayoría de medios de comunicación en español, la omisión de voces y fuentes israelíes, o de aquellas que ponen en duda o refutan las acusaciones elevadas contra el Estado judío, es ya sistemática. Como también se hace con la información (hechos, declaraciones, etc.) proveniente del lado palestino que no se ajuste a la imagen de dicho grupo de personas que se pretende transmitir, imponer, entre la audiencia.

“Los comentarios y juicios hechos a través de tales fuentes no pueden ser atribuidos al propio autor, pero ciertamente tiñen la historia de tal manera que los lectores obtienen la visión deseada, sin comprometer fuertemente al periodista con el contenido y las perspectivas transmitidas por los demás”, indicaba Jillian.
Y es que las voces no se otorgan de manera neutral, sino que el periodista tiene el poder de caracterizar la postura evaluativa de esas ideas.

Y si las fuentes o las voces de elección no dicen lo apropiado (es decir, no encajan en el marco prestablecido), o bien se buscan otras – de igual signo, pero que las contradicen – o bien se omite o altera lo necesario de sus dichos (cuando no, directamente se silencia todo), y, llegado el caso, presentarlo todo como una pugna de dichos.


Léxico aplicado a las fuentes
El léxico con que se presente a una fuente (o voz), con que se la cite, sin duda es una poderosa manera para crear en la audiencia una imagen de dicha fuente y, sobre todo, de su mensaje. De tal manera que, tanto cómo se introduzcan las citas, el espacio (extensión) y significación (preferente o relegado al final del texto) que se le dé en la crónica, aquello que se omita o incluya sobre la fuente citada, incidirán en la percepción de fiabilidad de esta. El ejemplo del Huffington Post es elocuente. Pero hay otros más sutiles (o no tanto), donde sobre todo se omite información sobre la fuente o voz, a la vez que se le otorga un lugar privilegiado a su mensaje que, además, se presenta sin el balance de una voz alternativa ni de la verificación de su contenido.

El semiótico Gunther Kress y el lingüista Robert Hodge (Language as ideology) observaban que la elección de cómo nombrar (por ejemplo, “militante”, “activista”, en lugar de terrorista), la selección de verbos (para representar las acciones), el orden en que se presentan las acciones, la identificación del sujeto de las mismas (es decir, quién las lleva a cabo); son selecciones iniciales cruciales puesto que “establecen los límites dentro de los cuales tiene lugar cualquier debate, reflexión o reelaboración de la ‘realidad’”.
En este sentido, es muy ilustrativa la elección del ente de radio y televisión española (RTVE) para denominar (y presentarle su audiencia) al grupo terrorista palestino Hamás como mero “movimiento islamista”, violando su propio manual de estilo, que claramente indica que empleará el término “terrorista” para identificar a aquellos grupos así designados por la Unión Europea.

Hamás está designado como organización terrorista por la Unión Europa.
Pero RTVE elige omitir identificarlo claramente como tal.

Gunther Kress y Robert Hodge, Language as ideology:

“Mostrar menos significa que otra persona está viendo menos. Y ver menos significa pensar menos”.

Por su parte, Carmen Rosa Caldas-Coulthard, profesora de Lingüística en la Universidad de Birmingham, comentaba en su trabajo Reporting speech in narrative discourse: Stylistic and ideological implications, que el poder de los redactores reside en la posibilidad de reproducir aquello que es más conveniente para ellos en términos de sus objetivos y puntos de vista ideológicos.

Ya no sólo la elección de las fuentes y voces, sino cómo se presentará su contenido, y a quien lo pronuncia, son formas de sesgar ideológicamente una crónica.

En este sentido, Caldas-Coulthard decía que si una cita se introduce mediante verbos ilocutivos (afirmar, proponer, sugerir), el narrador explícitamente interfiere en el informe; en tanto que si se introduce con verbos neutrales (dijo, declaró, expresó), se abstiene de interferir explícitamente. Así, un periodista puede deformar el dicho original incluso cuando reproduzca fielmente las palabras pronunciadas, sencillamente a través de la utilización de verbos glosadores (como amenazó, alardeó; verbos que explican o resumen un texto).
Una crónica del 11 de julio de 2019 del diario El País contenía, ademán de otras cuestiones problemáticas, un par de ejemplos de esto mismo:

Quienes acusaban a Israel “revelaban”, “constaban” y “confirmaban” precisamente la acusación… Sin corroboración, por supuesto. Sin identificar correctamente a las ONG que firmaban el informe.

Decían Kress y Hodge que la ideología involucra una presentación sistemática y organizada de la realidad. Así, la mayoría de medios en español proveen los términos y las estructuras para interpretar una situación dada (el conflicto) de una manera específica (Israel es, no sólo el responsable del mismo, sino el anacrónico arquetipo del “opresor colonialista”.

Por su parte, según Paula Jullian, es factible decir que ningún otro tipo de discurso es más ideológico que la crónica noticiosa, ya que este género, si bien no es abiertamente político, la selección del evento, el encuadre, las fuentes, la forma en que se presentan los eventos, el encabezamiento, etc., son todas decisiones ideológicas. “Naturalmente, si el lector comparte el sistema de creencias de la línea editorial, puede que ni siquiera note la inclinación del significado”, añadía.

A todo esto, cabría añadir que durante años se ha adherido a (e instalado) un marco lingüístico para aproximarse al conflicto que se corresponde con el de la “narrativa” del liderazgo palestino. Para ello se utilizan términos especialmente llamativos y ricamente simbólicos que principalmente presentan a Israel en términos rotundamente negativos – y, por contrapartida, a los palestinos en términos incuestionablemente positivos, casi hagiográficos. “Ocupación”, “colonización”, “violación del derecho internacional” (sin mención a qué se refiere), “apartheid”, “ataque”.

Terminan por establecerse firmes generalizaciones (como suerte de “reglas”) que no sólo definen, sino que toman el lugar de aquello que pretenden definir, que lo suplantan. La “ocupación” borra, así, la historia de agresiones árabes contra Israel, la intransigencia de los líderes palestinos a negociar o a fundar realmente un estado. En tanto que con el falaz término “apartheid”, demoniza de tal manera que permite (y hace verosímil) avanzar prácticamente cualquier acusación contra el Estado judío.

Garth Myers, Thomas Klak y Timothy Koehl manifestaban en su trabajo The inscription of difference: news coverage of the conflicts in Rwanda and Bosnia que los medios a menudo informan sobre los eventos internacionales para publicitar asuntos que sus propios gobiernos estiman importantes, o para ofrecerles a sus audiencias entretenimiento y un refuerzo positivo para sus convicciones ideológicas; algo que es particularmente cierto respecto de la cobertura de los conflictos.

Ideología presentada como “fuente”: las voces habituales; las habituales omisiones

Sandrine Boudana decía en el trabajo ya citado que si se considera que “la función de las fuentes es la de revelar una verdad [o al menos su indicio] a los periodistas, que a su vez se comprometen a darla a conocer, se puede entender fácilmente que la principal cuestión a la que se enfrentan los periodistas en la evaluación de sus fuentes es la de la fiabilidadEl trabajo del periodista consistirá, por lo tanto, en la comprobación cruzada de las fuentes para asegurarse de que la información es correcta”.

Pero en el caso de la cobertura del conflicto árabe-israelí dicha comprobación es casi inexistente. Como lo es la correcta identificación de las fuentes y las voces citadas. Como lo es el contexto pertinente. Como lo son, en general, las fuentes y voces israelíes o aquellas que manifiesten algo que contradigan, refuten o pongan en duda lo expresado por las fuentes o voces palestinas o afines. A pesar del tiempo más que suficiente transcurrido para haber buscado ya no sólo fuentes alternativas, sino también información sobre las mismas que vez tras vez utilizan, la mayoría de medios sigue fiel al puñado de ONG, organizaciones y líderes habituales.

Y es que quienes hablan a los medios – especialmente “testigos”, “miembros de ONG” y de “movimientos”, etc. – son, en parte (en tanto memoria y discurso), un producto de estos mismos medios, de las representaciones que éstos hacen (y/o exigen) de la realidad. A fin de cuentas, tal como explicaba Elisabeth F. Loftas (Planting misinformation in the human mind: A 30-year investigation on the malleability of memory), la desinformación y/o información errónea plantada en la memoria, produce cambios (usualmente para peor) en el recuento luego de recibir tal información. Además, S. Holly Stocking y Paget H. Gross (How do journalists think? A proposal for the study of cognitive bias in newsmaking) decían que los periodistas tartan a sus fuentes de manera que obtienen el comportamiento que valida sus creencias.

En los medios en español, la desinformación (voluntaria) y la errónea (que a fuer de no ser corregida termina por ser parte de la primera), abundan. La repetida (casi diaria) presentación de Israel de forma profundamente negativa – sin grietas; rara vez se informe sobre algún asunto que no tenga relación con el conflicto, que muestre otra imagen de dicho estado -, es esperable que cree una cierta “memoria” y, con ella, una cierta predisposición. Pero no sólo eso, sino que estimula el posicionamiento contra el “mal” que representa; es decir, la toma de una “obvia” postura moral.

Paula Jullian comentaba que Allan Bell argumenta en The language of the news media que gran parte del contenido de las noticias consiste en relatos de lo que otros han dicho, que a su vez se funden con el discurso del redactor, a veces en declaraciones tan mezcladas que, a veces, es difícil distinguir lo que proviene de las fuentes y lo que es propio del escritor.

Sin advertir falsedades o inexactitudes, e intereses de las fuentes y las voces, se termina por reforzar la categorización que estas hacen de Israel (como un dispositivo típicamente propagandístico: difama al “otro” para crear un “nosotros” pulcro, sin responsabilidad alguna sobre sus propias acciones), que de esta manera se difunden como ciertas o, al menos, altamente plausibles. La audiencia, y el medio, claro está, juzgan o estiman a partir de la fabricación, y no del hecho, de la realidad.

Como resultado – o, acaso, como condición obligatoria -, se han elevado a ONG, “movimientos”, instituciones, organismos y otras organizaciones, entes y líderes que están muy lejos de ser observadores o actores neutrales, a la categoría de fuentes prioritarias e incuestionables mediante el sencillísimo y eficaz método de no realizar una de las esenciales labores periodísticas: verificar los testimonios e identificar correctamente a las fuentes. En su lugar, se las exime de todo escrutinio, de toda explicación, a la vez que se les adjudica credencial de credibilidad. De manera que la organización, persona o institución, o lo que esta afirma – siempre, o casi siempre, como acusación -, se convierte de manera instantánea en noticiable. Así, algo que en el marco de otro conflicto o evento no pasaría de ser una voz marginal; en el mejor de los casos, pintoresca y, más habitualmente, descabellada, “conspiranoica”, se convierte en fuente preferente y en “narrativa” dominante.

Después de todo, Leon V. Sigal (Sources makes the news) decía que la noticia no es lo que ocurre sino lo que alguien dice que ha sucedido o va a suceder. Y en el conflicto árabe-israelí hay, hace mucho, una voz oficial: la de las organizaciones propalestinas (y/o antiisraelíes), la de los líderes palestinos, etc.

El resultado de estas prácticas promueve o crea una imagen (principalmente emotiva) tal de las fuentes abiertamente propalestinas, cuando no directamente antiisraelíes, que son asumidas por la audiencia como veraces, fieles a la realidad y, por tanto, lógicamente confiables. Después de todo, la repetición (y su utilización prioritaria), la ausencia de información sobre las fuentes y/o voces (sus credenciales, relevancia, interés el asunto, entre otras cosas), y de corroboración de sus dichos, terminan por acostumbrar al consumidor de noticias a las mismas, a juzgarlas como mínimo más plausibles que aquellas otras fuentes o voces escasamente citadas, además, de tal manera que son percibidas como sospechosas, dudosas (incluso, como caricaturas).

Interrogantes

Don Fallis (On verifying the accuracy of information: Philosophical perspectives) proponía una serie de interrogantes que el periodismo debería hacerse, así como también el consumidor de noticias

¿Esta fuente de información ha proporcionado información precisa en el pasado? ¿Hay algo que sugiera que esta fuente de información no proporcionaría información precisa en este caso particular? Y advertía que el sesgo es sólo una de las características que podrían sugerir que una fuente de información no proporcionaría información precisa en un caso particular (véase el caso del Dr. Erik Fosse, por ejemplo).

Fallis advertía que el acuerdo (o consenso) entre las fuentes de información no siempre indica que su información sea exacta. En particular, añadía, si todos han obtenido su información del mismo lugar.

Además, otras preguntas pertinentes podrían ser:

¿Es una fuente de la información o una voz que comenta sobre el hecho?

Si se trata de lo segundo, ¿es pertinente, relevante? ¿Aporta algo más allá de la opinión/posición del citado – como contexto, análisis, información adicional? Y, en el caso de la recurrente cobertura sobre el conflicto árabe-israelí, ¿hay algo nuevo, o el citado repite la “narrativa” palestina habitual? Es decir, ¿es la cita sólo una manera de avanzar una posición ideológica en particular?

¿Lo que se dice es verdadero? Si no lo es, ¿es un error o es deliberado? A lo que cabría preguntarse se la fuente o voz ha incurrido en la misma práctica con anterioridad.

¿Cuáles son las posibles razones de una declaración incorrecta?

¿Se utilizan eufemismos, se omite información sobre el citado?

Se suele emplear la trillada expresión de que el periodismo debe “dar voz”. Pero qué voz. Para que esa voz en particular diga qué (¿algo relevante?, ¿relleno, color?, ¿una acusación?, ¿algo que ha dicho en otras oportunidades – y que quizás fue reiteradamente falaz?). ¿Dar voz o crearla, estimularla?

En este conflicto, y a día de hoy, la voz (muchas veces confundida como fuente) es la acusación contra Israel; y, cada vez más, es una voz animada por el cambio de paradigma periodístico: de la pretensión de objetividad y de búsqueda de la verdad, al activismo sin disimulo.

Final sin fin

El conflicto cada vez más parece el fondo, el marco en el que se inserta la mirada del periodista, su interés personal, muchas veces canalizado a través de la elección de fuentes y voces; transformado, más que en información, en un mensaje ideológicamente cargado dirigido a la audiencia.

La académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Paula M. Jullian, apuntaba que la inclusión de comentarios atribuidos (citas) puede parecer externamente una forma de objetividad del periodista, “pero en el fondo le sirve como una buena manera de involucrarse. Podría decirse que el papel de valoración reside principalmente en las voces externas, pero, aunque las fuentes hagan la mayor parte de la evaluación, sus palabras no funcionan completamente por sí solas. El encuadre general de la historia y el apoyo o la impugnación de los periodistas a este material revelan disposiciones discretas que pueden ser la mejor manera de presentar sus propios puntos y emitir juicios casi imperceptibles”.

Así, en muchos casos en esta cobertura, se da una suerte de hibridación de estilo periodístico y propagandístico (o ideológicamente cargado; principalmente a través de las citas), al punto de confundirse lo segundo con lo primero, convergiendo en una suerte de texto “canónico”, “moral”, doctrinario incluso; una suerte de homilía que tiene como malo de su moraleja evidente al Estado judío.

Al principio se sugería un cambio de enfoque de uno informativo a otro pretendidamente moral en el quehacer periodístico respecto de la cobertura del conflicto árabe-israelí. En este sentido, postularemos que ha habido una reclasificación donde el periodismo en esta cobertura ya no tiene como objetivo informar correctamente sobre hechos, sino que parece un altavoz de versiones. Pero sólo parece, porque en realidad, es la “versión” palestina la que no sólo se transmite, sino que se amplifica. Mientras se convierte a Israel en “el otro” (como abstracción sin matices, se generaliza prácticamente a todo el país – o a su mayoría, que no participa de la demonización que practican algunos connacionales reunidos en ONG, sin matices), se pasa al “periodismo activista”, es decir, al activismo.

No en vano, Garth Myers, Thomas Klak y Timothy Koehl (The inscription of difference: news coverage of the conflicts in Rwanda and Bosnia) explicaban que “las imágenes de la ‘realidad’ que proporcionan las noticias derivan de objetivos, intereses materiales y supuestos a priori, probablemente más que de la conexión directa con los acontecimientos y las acciones sobre el terreno”

Además decían que periodistas no sólo “piden prestado” mucho los unos de los otros, sino que con frecuencia reiteran las mismas expresiones, “de manera que determinados elementos de las imágenes que los reporteros consideran esenciales pueden ser elevados a la categoría de expresiones clave para el evento. Etiquetas compartidas, prestadas, repetidas y reforzadas, e imágenes de lugares, personas o eventos son a menudo ingredientes clave de los marcos interpretativos, y son fuentes de poder”.

En español, y en la cobertura del conflicto árabe-israelí y de Israel en particular, se parece seguir al pie de la letra esto mismo.

“En otras palabras – expresaban los autores –, debajo de la información directamente contenida en las crónicas informativas hay un mensaje motor, a menudo fundado en un principio ideológico o en un mito cultural enraizado, que los artículos sirven para ilustrar”.

¿Qué mito e ideología occidental podrá yacer detrás de esta cobertura torcida del conflicto y de la realidad israelí?

Lo que se desprende de la cobertura en general es que Israel, como una totalidad – una fusión de cultura, política y sociedad – está en conflicto contra los palestinos y, más extendidamente, con todo Oriente Medio. Y las fuentes y voces elegidas y priorizadas refuerzan este retrato con sus muchas veces hiperbólicas fabricaciones.

La cobertura ya es virtualmente automática: los papeles asignados, el marco (un revival del imperialismo vs tercera vía de los pueblos originarios y oprimidos – que crea paralelismos y asociaciones peregrinas, falaces) y los focos en su lugar.

El producto resultante no es tanto una relación de los hechos, sino más bien de las emociones y percepciones del mismo o, más bien, del estereotipo del hecho asociado al conflicto. De forma que no se observa lo acontecido, sino lo esperado, lo aseverado por la “víctima” (palestina).

Y tanto se ha rebajado el umbral de credibilidad para toda acusación contra Israel, que organizaciones, líderes, periodistas y sujetos varios que van ofreciendo sus pareceres pueden afirmar prácticamente cualquier cosa, que ésta será tenida por cierta.

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