Goteo

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-“All is quiet on New Year’s Day” -Todo está en silencio el día de Año Nuevo.
-Bono, U2

La noche del 31 de Diciembre el cielo sobre el hospital Central estaba completamente despejado. -No existe la más mínima posibilidad de lluvia -había dicho el meteorólogo en el noticiario de las siete.

Después de un embarazo llegado a término y un parto perfecto, según palabras del propio ginecólogo, Ximena lloraba dos tipos de llanto: el de felicidad por la nueva vida y el de tristeza ante la muerte inminente que rondaba los pasillos del hospital, a solo unos cuartos de distancia. La leche materna fluía y se mezclaba con las incontrolables lágrimas que resbalaban hacia su pecho. Acurrucado en la cuna natural que formaban los brazos de su madre, Santiaguito comía aquél líquido que llegaba gota tras gota hacia su boca. Era lo único que le alimentaba.


Un piso arriba y sin saber que ya era padre, Santiago yacía moribundo en la sala de terapia intensiva del mismo sanatorio. Habían pasado dos semanas desde el accidente y la escena de aquél hombre totalmente inmovilizado y sedado comenzaba a ser común. Gota tras gota, el suero pasaba lentamente hacia sus venas. Era su único alimento.

Y afuera, en los blancos pasillos, Ximenita no podía celebrar su cumpleaños 15; se mareaba debido al efecto provocado por la invisible nube de limpieza que flotaba en el ambiente: un nefasto olor a cloro combinándose con el del famoso abrillantador de pisos que anunciaban en los cortes comerciales de la tele-serie del momento. Característico aroma de hospital. -Debo hacer algo -pensó mientras tragaba una lágrima que goteaba de su ojo derecho. -Sabe a sal -saboreó mientras buscaba la salvación.

A hurtadillas logró Ximenita obtener una jeringa y un frasco de hospital, de esos que están siempre desinfectados y listos para guardar en ellos cualquier compuesto o descompuesto humano. Entró al cuarto en donde su madre seguía amamantando a Santiaguito y quien al verla, lloró más.

-Llora mamá -dijo la pequeña. -Llora mucho, que necesito de tus lágrimas y de esas blancas gotas que mi hermano succiona. Ximena no entendía pero hizo caso. Lloró mientras su hija llenaba el frasco con lágrimas y leche materna.

Cuando tuvo los mililitros suficientes, tapó Ximenita su fórmula, besó a su madre y a su hermano y salió del cuarto. Subió un piso, esquivó las camillas que estorbaban a lo largo del pasillo y llegó hasta la sala de terapia intensiva. Una vez a solas con su padre, sacó la jeringa que llevaba escondida y sin saber ni gota de anatomía, le hizo en el brazo una punción perfecta, extrajo varias gotas de la sangre de Santiago y las mezcló con lo que ya había dentro del frasco. Tapó y escondió todo para salir de ahí casi corriendo.

Salió a la calle y abordó un taxi para dirigirse a casa del abuelo, aquél hogar que tan hermosos recuerdos le traía. Un hogar de los que quedan pocos. Al llegar, pidió al taxista que le esperase unos minutos. -No tardaré -confirmó.

Cuando lo tuvo frente a ella, Ximenita pudo constatar que el físico de Don Santiago, de 90 años, hacía juego con la penumbra de la habitación que le servía de ante-cementerio. Su único alimento era el suplemento vitamínico que la enfermera le pasaba por zonda, gota a gota. La piel le colgaba de los huesos y la única evidencia de vida eran los débiles latidos de un corazón a punto de detenerse. El ambiente olía a muerte.

-Debo apresurarme -pensó Ximenita. Inclinó hacia atrás la esquelética y anciana cabeza a la vez que vertía un poco su fórmula: leche + lágrimas de su madre + sangre de su padre, en la boca de Don Santiago. -Bebe unas gotas, viejo Santiago -suplicó. -Abuelo, ha nacido mi hermano, has tenido otro nieto; se llama Santiaguito -continuó Ximenita. Pasaron dos larguísimos minutos, para que de los cerrados y viejos ojos del anciano comenzaran a brotar, gota a gota, unas lágrimas tan gruesas, que bastaron solo unas cuantas para rellenar nuevamente su pócima. -La fórmula está ahora completa y lista para mi padre -confió Ximenita.

-Gracias abuelo -dijo mientras le besaba la frente. Don Santiago sonrió sin darse cuenta de ello. Y así se quedó. Había muerto.

Mientras salía a la calle, Ximenita se despidió de la enfermera y abordó nuevamente el taxi. -De regreso al hospital -instruyó. Al llegar, corrió nuevamente hacia su padre y en cuanto lo tuvo cerca, sacó su frasco mágico. Tal y como lo había hecho unos minutos antes, repitió los mismos pasos que con el abuelo. La única diferencia radicaba en que el nuevo elixir de vida contenía ya unas gotas de los lagrimales del viejo Don Santiago. -Bebe, papá. Bebe esto y siente las gotas mágicas -susurró acercándose al oído de Santiago.

Afuera, en los jardines, silencio absoluto, excepto por el murmullo que provocaban las gotas de una ligera llovizna que comenzaba, regando el pasto y regalando vida a las flores del hospital Central.

Pasaron exactamente dos minutos más para que lentamente Santiago comenzara a parpadear. Otros dos minutos y abrió totalmente los ojos para enfocar frente a sí la mirada de su hija.

El reloj marcaba las 12:01 de la noche.

El calendario decía 1 de Enero.

Ximenita lloraba incontrolablemente.

4 comentarios en «Goteo»
  1. Gran talento de este jóven entusiasta de la escritura.
    Un verdadero deleite su cuento corto tan bien llevado que hace al lector “sentir” las gotas de lágrimas, de sangre y de lluvia.
    Vaya una felicitación!!!

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