Los observadores de la movida escena israelí se inclinan a coincidir: se resquebraja el culto personal a Netanyahu al tiempo que los partidos que se le oponen encaran dificultades para erigir un frente común.
Los cuatro torneos electorales que se han llevado a cabo hasta aquí han costado algo más de tres billones de dólares, suma considerablemente alta para una economía relativamente pequeña como la israelí. Por añadidura, la desocupación abierta supera la quinta parte de la población activa, y no es claro cómo y cuando esta masa desempleada obtendrá un ingreso por encima del mínimo.
En las presentes circunstancias, la elección del partido árabe dirigido por Abu Abbas decidirá la índole y la formación del futuro gobierno. Perspectiva que parecía inimaginable en tiempos idos. Si este líder llega a un entendimiento con Lapid o con Bennet será posible gestar una coalición a la cual se unirían las agrupaciones jefaturadas por Saar y por Ganz.
Consciente de su fuerza, Abu Abbas procura imponer algunas condiciones a fin de llegar a un entendimiento. Entre ellas: recibir un cargo efectivo en el gabinete, aumentar la fuerza policial en el sector árabe-musulmán con el objeto de reducir la delincuencia, y neutralizar las posturas neokahanistas que han ganado terreno en este juego electoral.
Cabe recordar que en un par de semanas se iniciará el juicio contra Netanyahu, un hecho que afectará severamente su prestigio y podría inducir al presidente Rivlin a entregar la iniciativa para la formación de gobierno a algún líder que se le opone.
En cualquier caso, el radical declive de los afectados por el covid, la franca actividad en el aeropuerto y la apertura de la frontera con el Sinaí ofrecen posibilidades que compensan en algún grado la grave incertidumbre política.
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