¿Es posible entender – y perdonar – las relaciones íntimas e intelectuales entre Hannah Arendt y Martin Heidegger? ¿los ató un amor más filosófico que sensual? ¿O el inconfesado secreto del íntimo vínculo fue más una experiencia filosófica que el diálogo de dos cuerpos? Y en fin, ¿cómo el repudio al nazismo totalitario por parte de Hannah judía se borró en su cópula juvenil con el filósofo quien – por lo menos – respetó si no admiró a Hitler?
Los hechos se conocen: Heidegger (1889-1976) ejerce la cátedra de filosofía en la universidad de Marburg, Alemania, en los veinte, y tiene como devota alumna a Hannah (1906-1975), joven judía que apenas frisa los 18 años. En el curso de los encuentros entre ellos, el amor intelectual entre el severo pensador y la entregada alumna se enciende y prontamente se traduce en una apretada unión de cuerpos y reflexiones. Las notas que intercambian darán cuenta de esta íntima y compartida pasión que se mantuvo durante no pocos años.
Al cabo Hitler los distanció. Heidegger asumió la rectoría de la universidad de Freiburg en 1933, año y lugar donde las bibliotecas judías conocieron la hoguera. Quemazón que apenas molestó al filósofo, quien hasta el suicidio de Hitler en 1945 apoyará sin excusas al nazismo en cuanto el evangelio de la nueva Alemania.
Por su lado, perseguida como judía Arendt se refugió en Paris. Y al descubrirse su condición ilegal fue llevada a un campo de concentración. Cuando buenos amigos le consiguieron la visa a Estados Unidos, debió trepar a los Pirineos para al fin llegar a Portugal y de aquí reiniciarse como pensadora en los círculos neoyorkinos.
Pero no abandonó al filósofo. Su amor intelectual por él no conoció fronteras ni inhibiciones. Cuando Berlín fue despedazada por el invasor ruso y la familia Heidegger conoció el hambre, ella no dudó en enviarle alimentos. Y se reencontrarán en 1949 para refrescar los diálogos sobre la teología cristiana.
No una vez se le plantearon preguntas a Hannah sobre su romance entre intelectual y físico con Heidegger. Contestaba: …” cuando actuamos no sabemos todas las consecuencias…si no perdonamos somos víctimas…y la capacidad de perdonar permite un nuevo comienzo…” Palabras dichas con el infaltable cigarrillo en las manos.
Tal vez en el alma de Heidegger había algún destello de humanidad. Así se inclinaba a pensar su amigo el judío Edmund Husserl quien le concedió el doctorado a Hannah. Y así tal vez creía un J. Lacan cuando el alemán se hospedó en su casa parisina en 1955, o cuando Martin Buber cenó con él dos años más tarde.
Un nexo el de Hannah que revela tal vez que la íntima convergencia de los cuerpos- más allá de sus años y de la agilidad que revelan – es parcial e incompleta si no se acompaña por la pasión y por la angustia que son los semáforos de la humana existencia.
No sé si Joseph Hodara leyó “Los cuadernos negros” de Heidegger y la correspendencia de Hannah Arendt y Heidegger, creo que leyendo ambos el asunto se torna mucho más complejo e inexplicable
Tiene razón, Rita. El tema es muy complejo y no quise extenderlo. Gracias por su comentario. Joseph H.