Hezbolá, el Equipo A del terrorismo

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Hace 15 años, el entonces subsecretario de Estado, Richard Armitage, denominó a Hezbolá “el Equipo A de los terroristas”. Armitage consideraba a Al Qaeda menos cualificada, quizá un Equipo B (aunque ciertamente no un JV Team [como calificó en su día Obama al Estado Islámico]). Sea como fuere, confiaba en que la “guerra contra el terrorismo” condujera pronto a la derrota de ambas organizaciones. “Acabaremos con ellas de una sola vez”, predijo.

Aún no lo hemos conseguido. Al Qaeda aparece ahora con menos frecuencia en las noticias, pero ha crecido y se ha expandido, decidida y estratégicamente. Prepárense para seguir oyendo hablar de ella en los años venideros. En cuanto a Hezbolá, el Partido de Dios libanés, fue designado organización terrorista por el Gobierno norteamericano en 1997. Lo mismo han hecho posteriormente Canadá, la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo, entre otros. Pero no ha hecho sino fortalecerse.

La Administración Obama consideraba que Hezbolá podía ser corregida. En 2010 John Brenan, asesor presidencial sobre seguridad nacional y antiterrorismo, dijo que era “una organización muy interesante”. Reconoció que había “elementos de Hezbolá que realmente nos preocupan”, pero asimismo afirmó haber identificado “elementos moderados”. Con los que quería “tratar de avanzar”. Ni que decir tiene que no lo consiguió.


Durante años, Hezbolá fue una facción importante en el Gobierno libanés. Hoy, lo controla de factoLas Fuerzas Armadas Libanesas son más débiles que la milicia de Hezbolá, ante la que es crecientemente obsecuente.

Hezbolá es árabe, pero, al contrario que la mayoría de los árabes, es chií, no suní. Más aún: estremendamente leal a la República Islámica de Irán, la gran potencia chií, que no es árabe sino mayoritariamente persa.

Hezbolá recibe fondos, armas e instrucciones de los teócratas iraníes. Y, como los teócratas iraníes, clama desde hace tiempo: “¡Muerte a América!”, “¡Muerte a Israel!”.

Hasán Nasrala, líder de Hezbolá desde 1992, ha expresado su apoyo a la creación de una “Gran República Islámica” comandada por “el Gobernante Jurisprudente”, es decir, el Líder Supremo de Irán. En otras palabras: Nasrala saluda el imperialismo iraní.

Miles de hombres de Hezbolá han combatido en Siria desde 2013, fungiendo como peones de la Guardia Revolucionaria Iraní, ayudando a Basar al Asad, otro vasallo de Irán, a asesinar a sus súbditos suníes. Con apoyo militar adicional de Rusia, esos esfuerzos han conseguido mantener al dictador en el poder.

Pero lo que mejor domina Hezbolá es el terrorismo. He aquí una somera enumeración de ataques antiamericanos de los que se cree responsable al Partido de Dios: el atentado contra la embajada de EEUU en Beirut que dejó 63 muertos (1983), el atentado contra los barracones de los Marines en Beirut que provocó la muerte de 241 de ellos (1983), el secuestro del vuelo 847 de la TWA (1985) y el atentado contra las Torres Jaibar de Arabia Saudí en el que murieron 19 militares norteamericanos (1996). Asimismo, Hezbolá ha armado y entrenado a milicias chiíes iraquíes que han atacado en su país a fuerzas estadounidenses.

Hezbolá busca abiertamente la aniquilación de Israel, contra el que se ha enfrentado en varios conflictos. Nasrala no recurre a la habitual añagaza de decir que no es judeófobo sino antisionista; por el contrario, dice que si todos los judíos del mundo se reunieran en Israel, les evitaría el trabajo de “ir a por ellos por todo el mundo”.

Operativos de Hezbolá fueron responsables del atentado contra la embajada de Israel en Buenos Aires de 1992, en el que murieron 29 personas. En 1994, operativos de Hezbolá empotraron una furgoneta cargada de explosivos contra la AMIA, el centro de la comunidad judía de Buenos Aires, asesinando a 85 personas, en lo que fue el peor ataque terrorista de la historia de Argentina. Por ninguna de estas atrocidades terroristas ha sufrido Hezbolá consecuencias relevantes.

En su afán por abrirse a nuevas oportunidades, en los últimos años Hezbolá ha forjado alianzas con sindicatos internacionales del crimen, sobre todo con cárteles de la droga latinoamericanos. La inteligencia y las fuerzas del orden estadounidenses repararon en su momento en esas actividades y en 2008 lanzaron el Proyecto Casandra para combatir la creciente coalición internacional de terroristas, narcos, contrabandistas de armas y blanqueadores de dinero.

Se hicieron grandes avances. Pero entonces, como detalló Josh Meyer el mes pasado en un excepcional trabajo de investigación publicado en Politico, el presidente Obama puso una serie de “obstáculos insalvables” en el camino de Casandra. “En su determinación de asegurar el acuerdo nuclear con Irán”, escribió Meyers, “la Administración Obama arruinó una ambiciosa campaña por el cumplimiento de la ley que tenía en el objetivo a Hezbolá, el grupo terrorista respaldado por Irán, pese a que estaba introduciendo cocaína en EEUU”.

David Asher, que contribuyó al establecimiento y supervisión del Proyecto Casandra, le dijo a Meyer:

Eso fue una decisión política (…) Se destrozó sistemáticamente todo el esfuerzo, que había sido muy bien apoyado y financiado, y se hizo desde arriba.

Lo que nos lleva, finalmente, a algunas noticias promisorias: el fiscal general de EEUU, Jeff Sessions, anunció recientemente la creación del Equipo sobre la Financiación y el Narcoterrorismo de Hezbolá, en el que fiscales especializados en terrorismo, narcotráfico, crimen organizado y lavado de dinero tienen la misión de investigar redes e individuos que apoyan a la organización libanesa. Sessions ha declarado que el objetivo es “asegurar que todas las investigaciones del Proyecto Casandra, así como otras relacionadas, pasadas o presentes, tengan los fondos y la atención necesarios para su adecuada resolución”.

Hace 15 años, el Gobierno de EEUU confiaba en acabar con las organizaciones terroristas más letales. Esa misión está aún por cumplirse. Probablemente no haya ayudado el que durante ocho de esos años el presidente y sus asesores pensaran que podrían convertir a enemigos jurados en gente moderada con la que cooperar a base de servirles cócteles de diplomacia, poder blando y sobornos.

La Administración actual ha adoptado un enfoque más realista a la hora de tratar con quienes se tienen por yihadistas, ya sean suníes o chiíes. Puede que no estemos ganando lo que suele denominarse “guerra contra el terrorismo”, pero al menos hemos vuelto a luchar.

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