A 28 años del atentado a la A.M.I.A

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Era uno de esos hermosos días, en la mañana temprano, cuando yo estaba en uno de mis primeros trabajos. Era un negocio en el Once, en la calle Paso y Valentín Gómez. Mi trabajo era de vendedor. Al ser temprano, aún estábamos terminando la limpieza de las banquetas. Yo estaba baldeando (echando agua para enjuagar) la banqueta que había terminado de limpiar con un tallado muy bueno. El aroma del café de al lado todavía era palpable en el aire. En media hora más se mezclaron los aromas con los humos del tráfico entrelazados a los bocinazos y gritos de vendedores.
Eran las 09:50 cuando entro al negocio a guardar los baldes. Luego vuelvo a salir ya que me gustaba estrenar la banqueta luego de limpiarla. El aire típico de Buenos Aires, haciendo gala de su nombre, se sentía fresco, entre frío y soleado. Era un día maravilloso.
En la cuadra, donde casi todos eran judíos, nos comentábamos lo que habíamos vivido el día anterior, TISH’Á BE”AV.
Y de pronto ))))BOOOOOM((((.

Un tremendo temblor inundó las calles, una nube de humo gris obscura se veía a unas cuadras, la gente corriendo por todos lados y las sirenas sonando. Estaba yo desconcertado, ya que nunca escuché nada igual. No sabía ni siquiera con qué relacionar tal estruendo abrumador. Me sentí perdido sin saber ni dónde estaba. Se veía la nube creciendo hacia arriba mientras volaban pedazos de construcción por todos lados. Ya estaba sospechando algo: seguramente explotó algo, una fuga de gas o algo así. No habían pasado ni 3 minutos cuando Nessu Chabube pasa corriendo por todos los locales gritando:
– ¡Urgente, cierren todos. No puede haber ni un solo negocio abierto. EXPLOTÓ UNA BOMBA EN LA AMIA!
Sin pedir permiso ni nada, me fui directo a la zona afectada. Me dejaron entrar, o tal vez no se dieron cuenta que pasé. Un policía me da órdenes de formar la cadena humana para sacar escombros. Un jefe de rescate me da guantes, casco y chaleco. Otro me da un gafete…

Y así, sacando escombros, vi cosas muy feas como restos humanos, cabelleras enteras que habían sido desprendidas, brazos y piernas tirados, sangre…
El olor era fétido y penetrante. Olía a carne chamuscada y polvo.
Luego pidieron pinzas para cortar las vigas. Fui corriendo a un negocio y sin terminar de hablar, me regalaron 6. Eran muy pesadas. Entregué 5 y me quedé con una yo. Luego pidieron tela para usar de venda o de camillas. Fui a un negocio, pero el dueño no estaba y el encargado no podía autorizar. Sin pensarlo usé mis pinzas para romper la vidriera y “robarme” 2 rollos de tela. Los entregué y seguí trabajando.
Al poco tiempo se me acerca un periodista de la RAI, televisión italiana. Cuando me quiso entrevistar le pedí de favor que se retirara ya que cada instante hablando con él podía ser una vida menos. Pero insistió. Volví a usar mis pinzas, esta vez para destrozarle su cámara.
Se fue.
Esta es apenas una parte de las anécdotas que viví, como muchos otros compañeros, ese trágico 18 de julio de 1994.


400 kilogramos de trotil paseaban por las calles bajo el gobierno de Carlos Menem, mientras él estaba ese día con la alemana Cláudia Shciffer. El gobierno (no un grupo terrorista, sino el gobierno) iraní se adjudicó el atentado y hasta ahora, el único detenido para siempre fue Nissman. Nissan era el fiscal de la causa que fue asesinado 4 días después de decir que tenía resultados. Un judío que Cristina Kirchner mandó a matar por decir que él la iba a denunciar. Aparece tirado en sus casa muerto con el tiro de gracia. Durante su gestión, fue el único que se ocupó de recabar pruebas suficientes para demostrar cómo los gobernadores del justicialismo escondieron las pruebas del atentado. La presidente CFK comenzó a tener “buenas relaciones” con el gobierno iraní y a esconder las causas.

¡Qué casualidad! Bajo el gobierno de Menem, que era árabe, que mandó a matar a su propio hijo, que mandó a matar a un convicto del ejército para eliminar el servicio militar obligatorio, nos pusieron dos bombas: en la AMIA y en la embajada de Israel. Ambas con el mismo estilo: un coche bomba. Aunque la de la embajada, dicen que fue desde un coche que se lanzó un misil.
¡Qué casualidad! Al hijo de Menem se lo enterró en un panteón libanés, con la bandera libanesa.
¿Sigo o ya están convencidos de quien es el terrorista?

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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