Historia y Memoria: reflexiones desde la experiencia de los sobrevivientes del Holocausto en México

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Lejos de ser sinónimos, Historia y Memoria están en continua tensión. La memoria la construyen individuos y sociedades vivas que la nutren, le dan forma y la condicionan. La Memoria está en un estado evolutivo permanente, sujeto a la dialéctica del recuerdo y del olvido. La memoria duerme y despierta espontáneamente cuando ciertos eventos y encuentros la provocan. La Memoria es inconsciente de los cambios subsiguientes y de su propia vulnerabilidad (Pierre Nora en Marrus 2016).

La Historia es reconstrucción razonada del pasado, de los que ya no están con nosotros y de lo que ya no es. Aunque problemática e incompleta, la Historia exige objetividad y la búsqueda de la verdad. La Historia involucra al método: la ponderación de la evidencia y la interpretación.

La Historia nos habla desde el pasado, la Memoria lo hace desde el presente.


La Historia es objetiva, la Memoria es subjetiva, sensorial y afectiva.

Ambas, Historia y Memoria, pueden ser políticas y formadoras de identidad. De ahí que en ocasiones se torne espinoso deslindar entre los hechos y la experiencia vivida; entre lo sucedido y su recuerdo.

Historia y Memoria, sin embargo, dialogan y convergen.

La Memoria permite preservar la Historia, manteniéndola viva. Historia y Memoria pueden ser individuales, familiares, comunales y nacionales. Ambas pueden ser censuradas o públicas.

Según señalan distintos estudios históricos, a México llegaron menos de 2,000 refugiados judíos y sobrevivientes del Holocausto entre 1933 y 1945 (Avni 2003; Milgram 2003; Bokser Liwerant 1999 y 2006; Gleizer 2014). No se sabe con exactitud cuántos llegaron en la posguerra pero estimaciones recientes sugieren que el número no rebasa unos cuantos cientos de personas. A la llegada, la mayoría de los sobrevivientes silenciaron sus historias personales por considerarlas íntimas, privadas o traumáticas, o porque no encontraron interlocutores que quisieran escucharlas. De ahí que, como se diera en otros países del mundo, se instaló en México una “conspiración del silencio”. Solo algunos hablaron de lo vivido y de su historia personal pero pocos hicieron de su memoria algo compartido y mucho menos público, limitándose con ello nuestro conocimiento histórico sobre esta población particular.

Aun cuando formaron la Unión de Sobrevivientes, compartían sus vivencias solo entre ellos, porque entre ellos podían hablarse y escucharse. Para muchos la primera oportunidad que tuvieron de contar su Historia fue en la segunda mitad de los años noventa, cuando dieron su testimonio a la History of the Shoah Visual Foundation. Unos cuantos, sin embargo, se habían anticipado. Dunia Wasserstrom, sobreviviente de Auschwitz, publico en español el libro Nunca Jamás en 1989 (México: Editorial Diana) aun cuando en la prensa francesa había escrito sobre su experiencia casi inmediatamente después de la guerra. A través de Andrés Henestrosa, Dunia expresa su temor sobre el pasar de los años y de los siglos, y que con ello quizá nadie daría crédito a los testimonios del Holocausto; tal vez se tomarían como “recreo de la pluma o alardes de la imaginación y de la fantasía”. Sin embargo, para que nadie lo olvidara, para que perdurara en el recuerdo de los hombres, para que nunca más se repitieran esas inequidades, “todo aquel que viva y que recuerde, que cuente lo que vio, lo que tuvo que vencer para salir con vida del fuego a que fue sujeto por la locura de unos hombres…” (p. 158).

Miriam (Buba) Weisz Sajovits, también sobreviviente de Auschwitz, rompió su silencio personal por primera vez en 1996 (Visual History Archive, USC-Shoah Foundation). Varios años después, en colaboración con su hija Patsy Stillmann, Buba publico el libro A-11147, Tatuado en mi Memoria (2012). En el libro, Buba combina la Historia Nacional con la Memoria Individual:

“En 1940, Hitler decretó que Rumanía le regresara el territorio de Transilvania a Hungría. Toda mi escuela protestó contra esta arbitrariedad. Yo me uní a los compañeros. Tenía doce años de edad e inocentemente sentí la misma indignación que mis amigos…” Con un tono sarcástico, Buba agrega que “Ellos” (sus compañeros) les compartieron (a los judíos) la misma sensación de comunidad. Y agrega: “…Durante una manifestación de protesta, un niño de mi clase me empujó fuera de la fila exclamando: ‘¿Qué haces aquí, mugre judía, si ni siquiera eres rumana?’’” (p. 12).

Historia y Memoria son tejidas a través del relato personal pero entran en tensión cuando divergen las narrativas de los sobrevivientes. De acuerdo a los hallazgos de los historiadores del Holocausto, sabemos que a la llegada a Auschwitz los judíos eran separados y seleccionados. El momento de la separación, sin embargo, es recordado de distinta manera por dos hermanas sobrevivientes. En el capítulo que titula “Cuando nos separaron a mi hermana y a mí de nuestra mamá”, Buba describe lo siguiente:

“Auschwitz. Dos de la mañana. Plena oscuridad…Nuestro único consuelo fue estar los cuatro juntos tomados de la mano. No duro mucho tiempo ese alivio… Al bajar del tren, nos encontramos con filas y filas de gente. Separaron a los hombres de las mujeres. Mi padre arriesgo su vida, sin medir el peligro, y corrió hacia nosotras para darnos los diplomas de bachillerato…Fue la última vez que lo vimos…El Ángel de la Muerte me separo de mi mamá y de Itzu. Grité: Itzu! ¿Tú también me abandonas? Mi mamá se preocupó por mi cuando escucho mi grito en la oscuridad. Le dijo a mi hermana que se fuera conmigo. Itzu me abrazo fuertemente para que no nos separaran…Aun ahora, después de 68 años, me sigo sintiendo culpable. No puedo perdonarme que mi madre se haya quedado sola…” (p. 18).

De Itzu-Rella Weisz, hermana de Buba, tenemos el testimonio que brindo en 1996 a la History of the Shoah Visual Foundation. Itzu relata el momento de la separación de su madre de la siguiente manera:

“…Cuando llegamos ahí, a Auschwitz, eran las once de la noche. Primero nos separaron de nuestro padre, y el llevaba consigo el certificado de bachillerato. Nos lo dio…Enseguida se llevaron a mi madre, mi hermana y yo la tomábamos de la mano. Mi madre de un lado y mi pequeña hermana del otro lado. Yo no sabía a qué lado ir. Yo sabía que mi madre me necesitaba, y no quería dejar sola a mi hermana. Me quede paralizada…Me alumbraron con una luz para ver mi edad y me tomaron y pusieron con mi hermana…Grite que quería ir con mi madre…” (Visual History Archive, USC Shoah Foundation).

Las dos testimoniantes refieren al hecho histórico de la separación familiar a la llegada a Auschwitz. Para ambas testimoniantes, son memorias sumamente traumáticas. Si bien recuerdos son similares sobre la manera en que fueron separadas de su padre, los relatos difieren en torno a la separación de su madre. Buba dice haberse quedado sola cuando Itzu y su madre fueron separadas de ella. Sin embargo, en un momento de desesperación y temor, Buba mantuvo su propio sentido de agencia gritando para que su hermana mayor no la dejara sola y se fuera con ella. Itzu describe como fue ella quien se quedó sola, habiendo sido separada de su madre en un lado y de su hermana en el otro. Ante el dilema de con quien irse, Itzu fue enviada con su hermana. En relación a este evento, las dos hermanas expresan haber sentido una terrible culpa: Buba por haber gritado que Itzu fuera con ella, e Itzu por haber ido con Buba, su hermana pequeña.

Estos fragmentos testimoniales ilustran cómo Historia y Memoria están lejos de ser lo mismo, llegan a contradecirse pero también convergen y dialogan. Como interlocutores de estas Historias y Memorias, nos es fundamental conocer y comprender como y por qué los sobrevivientes las construyen y reconstruyen de la manera en que lo hacen. Que es lo que media entre Historia y Memoria, y de qué manera estos significados de un pasado traumático nos interpelan a nosotros en el presente.

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