Hoy cumple 96 años José Mermelstein, amigo de Begin, biógrafo de Hrubieszow

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Mucha gente conoció a Menachem Begin. Algunos todavía desde Varsovia en su juventud, otros ya como comandante del I.Z.L. en ‘Tierra Santa” y otros lo conocieron como jefe de la oposición en la vida política de Israel. Y luego, todo el mundo conoció a Begin como líder político en la investidura del Primer Ministro de Israel.

Todos casi coinciden en que era un hombre carismático, gran líder, gran político, gran demócrata y sobre todo un gran patriota. Pero, pocos saben o conocen el lado humano de Menachem Begin.

Yo tuve la suerte de estar a su lado en la entonces Unión Soviética en el año de 1942, por una feliz coincidencia, cuando el destino me recompensó casi inmediatamente después que me separaran del único hermano mío en Siberia, donde nueve meses al año las noches son blancas (hay un libro de Begin que se titula “Noches Blancas”), conocí a Begin.


El propio Begin narra en ese libro cómo nos encontramos y conocimos. Nos adherimos uno al otro durante casi un año.

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Jana y José Mermelstein, René y Begin

Es imposible en un artículo periodístico revelar todos los pormenores y anécdotas cómicas y también tragi-cómicas que hemos vivido juntos.

Ahora, ya que Menachem Begin no está más entre nosotros y su última carta con la tarjeta de año nuevo de septiembre del 91 fueron el postrer contacto que mantuvimos durante más de cuarenta años, quiero como último homenaje a este gran hombre, compartir con el público unos episodios que quizás reflejen en parte el carácter de Menachem Begin, su gran corazón, su gran prestancia para ayudar con hechos y consejos, su extrema rectitud, su sencillez y honradez con todos, con judíos o gentiles de igual manera.

Su primer acto para conmigo, apenas ocho días después de nuestro encuentro: sucedió que nos iban a separar y pensábamos que no volveríamos a vernos; ambos nos encontrábamos en un “Lazaret” hospital militar, bajo una gran carpa sumergidos un metro bajo tierra, con el fin de recobrar un poco nuestras energías para futuros trabajos pesados… Cuando Menachem se enteró que al día siguiente me sacarían de ese sitio para llevarme con otro grupo a otro lugar cercano de trabajos menos pesados, Begin saltó, sacó un par de botas de entre sus haberes y corrió a venderlas dentro de la misma carpa al mejor postor. En unos minutos Begin regresó con 200 rublos en mano. Me dijo: “Josef, toma 100 rublos, tú no puedes irte sin ningún dinero”. Esto me conmovió hasta las lágrimas. Me negué a recibirlos, pero Menachem insistió ‘convenciéndome’ que se trataba tan solo de un ‘préstamo’.

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Entre prisioneros allá, 200 rublos eran una fortuna y él no vaciló en repartir esta suma conmigo en partes iguales… tan solo ocho días después de habernos conocido.

La noche antes de mi partida, ninguno dormía. Me apuntó en una cajita de fósforos la dirección de su casa en Brest-Litowsk y se guardó mi dirección en Hrubieszow, con el fin de que quien llegara primero llevaría noticias de nosotros… A nadie se le ocurría en esos momentos que ni en Hrubieszow, ni en Brisk habría alguien a quien llevar noticias de los suyos.

Más tarde, en el trayecto ya de regreso de Siberia, hubo episodios dramáticos y humanos, que tengo anotados en un volumen que quizás sea publicado algún día.

Uno de esos episodios lo presencié cuando navegábamos sobre el río Pechora camino a las minas de carbón, en un barco de carga apretados como sardinas, pues el barco tenía capacidad para trescientas personas y éramos ochocientas… era tal la situación que los propios guardianes ya no podían ver nuestra miseria. Para llegar a la cubierta, en las mañanas, hacia las letrinas, era más factible reventarse que llegar allí… Nos habían prometido que en el próximo puerto nos acercarían otro barco y los que estaban en la cubierta soportando lluvia y frío, pasarían de primeras al otro barco.

A los polacos no les gustó que los que estaban en la cubierta fueran los primeros en pasar y coger los mejores puestos, así que no faltó mucho para que estallara una riña entre judíos y polacos, cuyas consecuencias eran difíciles de prever. Begin, en un abrir y cerrar de ojos, se puso sobre los planchones entre los dos barcos y con su excelente polaco, comenzó a hablar con su grave voz.

No recuerdo el contenido exacto de lo que les dijo, solo recuerdo el primer grito: ‘Panowie’, señores, todos se callaron y luego les explicó, pintándoles el abismo en el que todos nos encontrábamos, por lo cual no valía la pena crear un sangriento espectáculo para los guardianes.

 

Carta de José Mermelstein a su amigo Begin

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Carta de José Mermelstein a Menajem Begin

 

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Carta de José Mermelstein a Menajem Begin

 

En pocos minutos los ánimos se calmaron y los de la cubierta pudieron pasar primero; así Begin evitó que las olas del Pechora llevaran manchas de sangre judía y no judía.

Se trató de un acto humanitario oportuno que solo él, con su oratoria y personalidad fue capaz de realizer.

Llegamos a Tashkent, Begin no hacía sino buscar libros para leer y no permitía que yo cargara algunos por él, tuve que rogarle que me permitiera coger algunos. Primero que todo entramos al correo central para despachar el primer telegrama a Israel y lo hizo diciéndome: “este es nuestro primer contacto con la Patria”. Luego entramos a una peluquería; Begin notaba la presencia de un viejito de barba blanca, que elegantemente recibía de los clientes sus abrigos (no de nosotros). Begin le regaló al viejito una buena propina diciéndome: “er is a fainer altichker” es un viejito fino.

En Tashkent, pasamos unas noches en un parque y para que no nos quitaran lo último que todavía poseíamos, montábamos guardia turnándonos cada dos horas. Begin no permitió que alguien lo reemplazara y Menachem Begin nos sirvió como un soldado raso… Cuando ya se hacía muy necesario cambiar de camisa, entrábamos unos pasos a un río para lavarlas; yo con gusto hubiera querido hacerlo por él, pero Begin prefería lavarla solo.

En aquella época Begin buscaba a su hermana Rachel con su esposo el abogado Halperin; y yo a mi hermano Srul, teniendo que separarnos en diferentes direcciones; así que con el fin de no perder contacto, marcábamos en un árbol las señales de dónde nos encontrábamos. Esto dio resultado y así siempre sabíamos uno del otro.

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Museo Menajem Begin

 

Por Josef Mermelstein
Miami abril de 1992
Traducción Dra. Myriam Frydman

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