Ignacio Ramírez: “El Nigromante”

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Político y liberal, oriundo de San Miguel el Grande (hoy San Miguel Allende) nace el 22 de junio de 1818, a diez años de la declaración de Independencia de México. De padres queretanos y de raza mestiza, Ignacio fue educado en las ideas patrióticas y liberales de su padre, don Lino Ramírez.

Estudiante de artes y de jurisprudencia, estudió, asimismo, historia, filología,e incluso teología. Por sus vastos conocimientos, se le llegó a conocer como el “Voltaire mexicano”. En la Academia de San Juan de Letrán manifiesta sus talentos con la tesis “No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, creando gran revuelo entre religiosos y timoratos. En Don Simplicio, periódico humorístico, fundado en 1825, y bajo el seudónimo de “El Nigromante”, expresa sus ideas poco conservadoras, específicamente antimonárquicas, de ahí que el periódico sea suprimido y sus colaboradores, encarcelados.

Hombre de ideas y de acción, ya libre, el recién nombrado gobernador de Toluca, capital del Estado de México, don Francisco Modesto Olaguíbel, lo nombra secretario de Guerra y de Hacienda, puesto que le permite establecer el Instituto Literario del Estado, abolir las alcabalas, prohibir el juego y las corridas de toros, otorgando plena libertad a los municipios.


A raíz de la ocupación norteamericana de 1848, Ramírez es nombrado jefe político superior del territorio de Tlaxcala, ahora en Querétaro. Después de firmada la paz vuelve a Toluca, en cuyo Instituto Literario funda una cátedra de literatura. Cuando el partido moderado se apodera del Estado de México, expulsa a Ramírez, fundador de Themis y Deucalión, periódico donde publica su ya famoso artículo A los indios, quien es detenido y procesado. Darle palabra a los indígenas, en aquel tiempo, equivaldría a levantarlos en armas, darle la palabra a los silenciados por siglos.

En 1853, Santa Anna, que acababa de instaurarse en el poder dictatorial, lo manda encarcelar en la prisión de Tlatelolco. Con el triunfo del Plan de Ayutla, los involucrados -Comonfort y Juan Alvarez- lo liberan. Incluso, en Sinaloa, Comonfort lo nombra secretario particular, puesto que abandona al unirse a Juárez, Ocampo y Prieto, al lado de los cuales luchó por el movimiento de Reforma.

Al proclamarse defensor de la candidatura de Miguel Lerdo de Tejada opuesto a Comonfort, este último lo envía a prisión, de la cual logra evadirse. Al ser reaprendido es conducido a la prisión de Tlatelolco. Ya libre, se desplaza a Veracruz y luego a Tamaulipas, donde los liberales, con Juárez al frente, luchaban por la Constitución.

Ganada la causa juarista, ya como ministro de Justicia, Instrucción Pública y Fomento, “El Nigromante” exclaustra frailes y monjas, reforma la ley de las hipotecas y juzgados; hace cumplir las relativas a la separación del Estado y la Iglesia; funda la Biblioteca Nacional y la galería de pintura de la escuela de Bellas Artes y renueva el contrato para la construcción del ferrocarril de Veracruz. Ya concluida su labor, se retira a la vida privada, desde la cual se manifiesta -junto a Guillermo Prieto y en el periódico La Chinaca- contra la invasión francesa. Desde el periódico La Insurrección, ahora en Sonora, polemiza brillantemente contra Emilio Castelar, tribuno español, quien termina enviándole un retrato en cuya dedicatoria se declaraba vencido.

De larga carrera política, y tras ser desterrado a San Francisco, California, a San Juan de Ulúa y a Yucatán, donde sufre de fiebre amarilla, en 1868 es elegido magistrado de la Suprema Corte de Justicia hasta 1879. Tras el triunfo de los Planes de Tuxtepec y Palo Blanco de 1876, acaudillada por Porfirio Díaz, éste lo nombra ministro de Justicia e Instrucción Pública. Al organizarse la Suprema Corte, retorna a su puesto. Tras la muerte de su esposa, y tras pedir una breve licencia, fallece el 15 de junio de 1879.

Poeta romántico, en 1874, En el Album de Rosario, escribe: “Ara en este Album: esparcid, cantores, a los pies de la diosa, incienso y flores”. Y precisamente a Rosario, su entrañable esposa, por su onomástico escribe: “Ante tus ojos bellos, inspirados, es un templo de amor el universo; los hombres consagrados a tu culto, no te hablan sino en verso”. Y testigo de la invasión norteamericana, escribe Después de los asesinatos de Tacubaya, donde poéticamente externa su ira contra el enemigo, increpando a los sobrevivientes a levantarse en armas; demandando, incluso, a la naturaleza dejarlo sin “fuente pura” y sin “estrellas en el cielo” en calidad de protesta cósmica.

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