Ignacio Rodríguez Galván

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Rodríguez Galván, oriundo de Tizayuca, nace en el año de 1816 y muere en La Habana en 1842. Como Heredia y como su compañero en las letras, Fernando Calderón (1809-1845) fallece en plena juventud -de fiebre amarilla- a poco de emprender un viaje como diplomático hacia Sudamérica por parte de la incipiente nación. Son muertes, las tres, de índole romántica, muerte de poetas de honda sensibilidad y en pleno Romanticismo.

Rodríguez Galván, considerado, “El primer romántico de su patria”, emplea en su corta, pero, significativa obra, los temas de su tiempo. Uno de ellos el Nocturno: invitación, lo afirma el eminente José Luis Martínez en Poesía Romántica, “a la meditación melancólica, a la introspección de que tan devotos se muestran los poetas de México”.

Como ejemplo, tenemos, Mi ensueño, donde el poeta afirma: “Rendido al seño y al fatal delirio, a una sombra siguiendo que me llama, descubro mi leche a la rojiza llama que expirante mantiene opaco cirio”.


Rodríguez Galván, como otros poetas de su tiempo, acude, asimismo, al “tema sepulcral, tan propicio a pretextos de fúnebres meditaciones, será repetido con todo el escenario característico: sombras espesas, un rayo pálido de luna, una tumba fría y muda”, a saber: “Dentro de este sepulcro helado y mudo uno encontró su deseado abrigo, y nadie…, ni un pariente ni un amigo viene a rogar por él…”

Y otro de los temas de su poesía es el sueño, presagio de sombras y martirio, de la muerte. La amada, delira, próxima a morir; el amante vive y recrea, paso a paso, el proceso fatal: “Siento correr sus lágrimas: suspira, mi mano oprime, llévala a su pecho, pretende hablar alzándose, y expira”. (dic. 1838)

Años después, en junio de 1842 -el poeta fecha sus poemas en pos de una biografía sentimental- Rodríguez Galván escribe Adiós, oh Patria mía, poema dedicado a sus amigos de México, los receptores de su canto, de quienes se despide sin adivinar que la distancia y la muerte acabarían por separarlos en definitiva. Quizá presagiando su pronta muerte -por suerte de alguna premonición- el coro de sus versos, repite una y otra vez, casi obsesivamente: “Adiós, oh patria mía, adiós, tierra de amor”. Así pues, afirma Rodríguez Galván -por cierto, sobrino del famoso Mariano Galván Rivera, creador del no menos afamado “Calendario de Galván”, impresor y dueño de librerías, donde el sobrino aprende sin necesidad de maestros latín, francés e italiano, ruta cierta, suponemos, a su carrera como diplomático. Y así dice el poema anunciado: “Pienso que en tu recinto hay quien por mi suspire, quien al oriente mire buscando a su amador. Mi pecho hondos gemidos a la brisa confía. Adiós, oh patria mía, adiós tierra de amor”.

Y entre otros temas, Rodríguez Galván -por cierto amigo de Guillermo Prieto y de Fernando Calderón, asiduos de la Academia de Letrán- acude al tema del pasado, a la arqueología de su patria y a personajes como Cuahutémoc, personaje inspirador: con él se inicia la dependencia, la tiranía; con los independistas, se clausura a ojos del poeta, quien tratando de recuperar el espíritu prístino del pasado nacional, en Profecía de Guatimo, dialoga con “El águila caída”, a saber: “Rey de Anáhuac, noble varón, Guatimoctzin valiente, indigno soy de que tu voz me halague, indigno soy de contemplar tu frente. Huye de mí.: “No tal, él me responde, y su voz parecía que del sepulcro lóbrego salía. -Háblame, continuó, pero en la lengua de Netzahualcoyotl”. Bajé la frente y respondí: “La ignoro”. El rey gimió en su corazón. -“Oh mengua, oh vergüenza!” gritó. Rugó las cejas, y en sus ojos brilló súbito lloro”.

¡Qué ironía! -podría decirse-. Rodríguez Galván hablaba varios idiomas europeos, y no, la lengua de sus ancestros. Lo reconoce y le duele. Y más le duele su patria, subyugada por siglos, de ahí que critique sin empacho al conquistador: “Y en palacios fastosos el infame traidor, el bandolero, holgando poderosos, vendiendo a un usurero las lágrimas de un pueblo a vil dinero”.

Rodríguez Galván, por supuesto que habla desde su presente cuando su posición es otra: nació en una patria libre, aunque, ironía de ironías, a cada rato, se la tenía que salir a defender de propios y de extraños.

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